Realizamos nuestro particular homenaje a los 125 años que se cumplen del nacimiento del gran Alfred Hitchcock hablando sobre una de las mejores películas de suspense que haya hecho el maestro del género.
Crimen perfecto (Dial M for Murder, 1954), fue rodada por el maestro el mismo año que la megafamosa ogra maestra que resultó ser La ventana indiscreta (The Rear Window), y por la repercusión que tuvo esta última, Dial M for a Murder estaba injustamente condenada a calificarse desde su concepción como “obra menor” del cineasta, con lo irritante que siempre ha tenido el dichoso término. En realidad, el tiempo la puso en su sitio y se ha ido reconociendo que ese prolífico año sir Alfred Hitchcock firmó dos de las mayores obras de su filmografía.
En realidad, se trata de una de las cintas que mejor ha transmitido al público la sensación de tensión, que no de claustrofobia), y mantiene con inteligencia y trabajadísima sutileza la expectación hasta sus últimos instantes, en los que su desenlace demuestra una vez más que Hitchcock no necesita el recurso de mantener la incógnita de quién fue el asesino para tener al espectador clavado en la butaca, con los ojos como platos, y la noción del tiempo completamente perdida.
El propio Hitchcock sostenía que no existe el crimen perfecto, que se trata de algo utópico, y que todo plan maestro tiene alguna grieta que un buen detective pueda aprovechar. Este enredo descomunal sitúa a la antigua estrella del tenis Tony Wendice (Ray Milland), que planea asesinar a su bella y rica esposa (Grace Kelly) porque sospecha (no le faltan los motivos para sospechar) que le es infiel, pero sobre todo porque desea heredar su gran fortuna. Para ejecutar su plan, chantajea a un antiguo compañero de universidad y lo convence para que, en su ausencia, entre en la casa y mate a su mujer. Con este frío y calculador, espeluznante la naturalidad con la que habla de un tema así y memorable el discurso en el que el actor pone el plan sobre la mesa, estamos ante uno de los villanos más terrenales y mejor construidos de todos los tiempos.
Pero todo yin tiene su yan, y no menos interesante es el detective, con aire despistado, que son, según los cánones, los más temibles para los malhechores, que no parará hasta demostrar sus sospechas…
Tercera película rodada en color del maestro del suspense, este estupendo thriller que se desarrolla casi en su totalidad en una sola habitación, reduciendo como es obvio un presupuesto que le resultó el justo y necesario para sorprender y entretener al personal, que acudió en masa a las salas de cine en su estreno.
Y como el diablo está en los detalles, y el cine de Hitchcock, también, acabaremos esta convencida recomendación mencionando que el director británico realizó uno de sus cameos más originales, y que les insto a descubrir en caso de no tenerlo en mente. Con eso y otorgando el protagonismo que se merece a una de las dos más socorridas llaves de su filmografía (junto a la de Encadenados), más que clave de la trama, hilo conductor de la misma y motivo del aplauso ante el ingenio de un guión revolucionario para la época y que aún sigue vigente. Recordemos los 125 años del nacimiento de este infrapremiado artista de la tensión y el entretenimiento revisitando, si pueden, alguna de sus mejores películas, y si es descubriendo esta, mejor.
Dirección: Alfred Hitchcock.
Año: 1954.
País: USA.
Duración: 105 min.
Título original: Dial M for Murder. Género: Thriller. Intriga. Thriller psicológico
Intérpretes: Ray Milland, Grace Kelly, Robert Cummings, Anthony Dawson, Leo Britt, John Williams (II), Patrick Allen, George Leigh, Robin Hughes, George Alderson. Guion: Frederick Knott.
Música: Dimitri Tiomkin.
Fotografía: Robert Burks.
Productora: Warner Bros.
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