Por segunda vez en pocos meses, los españoles estamos llamados a las urnas. El pasado viernes se inició una campaña electoral que, según dicen, va a ser austera, aunque haya quienes han empezado por gastar una pasta gansa en editar su programa electoral. El domingo 26-J miles de colegios electorales estarán abiertos para recibir a los ciudadanos que acudan para emitir su voto.
Aunque, según José Antonio Primo de Rivera, “el mejor destino de las urnas era el de ser rotas”, Franco convocó dos referéndum (el correcto plural no varía el singular, según la Real Academia Española de la Lengua). El primero, en 1947, para aprobar la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, y el segundo, en 1966, sobre el proyecto de Ley Orgánica del Estado, En 1947 no pude votar, por ser menor de edad, pero en 1966 sí lo hice, y fui uno de los pocos que dijo “no”. Algo no me gustaba, y disentí, creyendo inocentemente en el secreto del voto. Solo unos días después, y en público además, hubo quien se permitió criticarme por haber tenido ese atrevimiento. Nunca lo olvidaré.
Posteriormente se abrió una especie de resquicio seudodemocrático, al convocarse elecciones para representantes en las Cortes por el llamado “tercio de cabezas de familia”, ganadas en Ceuta por Serafín Becerra. Vino después la primera convocatoria de la transición, el referéndum de 1976 sobre la Ley de Reforma Política, cuyo proyecto, tras ser promovido por Adolfo Suárez y defendido en las propias Cortes franquistas por Miguel Primo de Rivera, sobrino de José Antonio, fue aprobado sorprendentemente por éstas con más de 400 votos a favor, entre ellos el de Serafín Becerra, y solo 59 en contra, entre ellos el del General Iniesta Cano, a la sazón Consejero nacional del Movimiento por nuestra ciudad, aunque aquí no se le vio ni un par de veces. Y, desde entonces, tres referéndum más, en 1978 el de la Constitución Española, en 1986 el de permanencia en la OTAN y en 2005 el de la Constitución Europea, amén de las repetidas elecciones municipales, autonómicas y nacionales.
Estos llamamientos a las urnas suelen ser conocidos por políticos y comentaristas, a mi parecer de modo bastante cursi, como “fiestas de la democracia”. En realidad, cada vez que -a partir del referéndum constitucional- he ido a votar, lo he hecho con la mayor tranquilidad. Como es natural, prefería una opción, pero no me preocupaba ni sentía el menor temor si ganaba otra. Sabía que el espíritu de la transición se mantendría vivo y el consenso que inspiró la redacción de nuestra Carta magna iba a seguir vigente, superando aquella maldición de las dos Españas. Desde luego, esta vez iré con ánimo festivo, porque temo que todo se pueda venir abajo. La UE, el euro, la OTAN, la aconfesionalidad -sustituida por una laicidad radical-, la unidad de España, el carácter unificador, y no sectario, de la actual Constitución… Eso, y mucho más. No comprendo cómo se puede estar vaticinando que el día 26-J habrá más abstencionistas ¿acaso no se están dando cuenta de cuánto se juega España en este envite?
Sin duda porque sabe lo anterior es por lo que a Albert Rivera se le notan tanto las ganas de repetir su pacto con Pedro Sánchez, para luego tratar de convencer al PP a fin de que se abstenga y los deje gobernar, aunque sea para echar abajo todas las disposiciones legales adoptadas en la legislatura 2011-2015, las cuales, se quiera o no, han servido para sacar a España de la crisis y crear, en los últimos tiempos, más de un millón de puestos de trabajo. Plantea el dilema de “o nosotros, o el diluvio”, y así mandar a los populares a la oposición, castigados de rodillas y mirando a la pared, “para que se regeneren”. Algo muy similar a un suicidio, vamos.
Y hablando de elecciones y campañas electorales, no quiero pasar por alto la corta, pero resaltable reciente visita a Ceuta de Mariano Rajoy, en su doble condición de Presidente del Gobierno en funciones y lider del PP. Una visita criticada por la Secretaria de Política Municipal del PSOE, Adriana Lastra, reprochándole que no hubiera inaugurado alguna obra pública. Parece mentira que con tan relevante cargo, dicha señora no sepa que la Junta Electoral Central ha dictado una instrucción según la cual en precampaña y en campaña se prohíbe visitar o inaugurar obras. Si no fuese por tal prohibición, Rajoy bien podría haberlo hecho con la flamante y costosísima nueva cárcel de Ceuta, allá en Loma Mendizábal, que está a la espera de la llegada del elevado número de funcionarios que necesita para estar operativa.
En todo caso, un titular de prensa que dijera “Rajoy inaugura la nueva cárcel de Ceuta” se habría prestado, sin duda, a falsas, tendenciosas, torcidas y malévolas interpretaciones.
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