Siempre he sido un lector impenitente. Lo demuestra el hecho de que, con tan solo catorce años, ya me había leído la colección completa de los “Episodios nacionales” de Benito Pérez Galdós. Y nunca olvidé la reflexión que Galdós puso en boca de uno de los personajes del tomo dedicado a “La Primera República”. Lamento no poder citarla textualmente, porque llevé esa colección a mi casa de Ronda, pero dicho personaje, criticando el carácter de “república federal” previsto entonces en aquella Constitución, venía a expresar su convencimiento de que “para crear una federación de naciones lo que se necesita son aguja e hilos, nunca tijeras”
Pues, como decía Don Quijote, en esas andamos, amigo Sancho. O mejor, en este caso, “amigo Sánchez”, pues del Secretario General del PSOE es la idea de volver a las andadas del federalismo, de la plurinacionalidad, y de la “nación de naciones”, con la intención de dar una salida al gravísimo problema planteado en Cataluña por el creciente independentismo, -fomentado desde hace casi cuarenta años, y de modo especial en los últimos tiempos, por la “Generalitat” movilizando sentimientos con una falsa interpretación de la historia y con supuestas afrentas ”de España”, un problema que ha comenzado a culminar en las tensas y antidemocráticas sesiones del “Parlament” de esta semana y que me preocupa profundamente, pues le veo muy pocas posibilidades de llegar a un final pacífico. Ojalá me equivoque.
Suponiendo que a Pedro Sánchez le mueve, al respecto, la mejor voluntad, pienso que, lejos de ser una solución, ese federalismo crearía un nuevo y, además, tremendo conflicto para nuestra Patria. Se equivoca al sacar, a estas alturas, las tijeras que ni en el siglo XIX, durante la efímera Primera República, federal por definición, llegaron a cortar en pedazos el mapa de España, al surgir la llamada “rebelión de los cantones”, movimiento impulsado por extremistas del federalismo que no pudieron esperar a su legal puesta en vigor (fue famoso el cantón de Cartagena, pero hubo muchos más). Todo acabó mal, pues se movilizó al Ejército y su produjeron enfrentamientos, hasta que todo -la República con nonato federalismo- terminó con el golpe de Estado del General Pavía.
¿Por qué trocear lo que ya está unido desde hace muchos siglos, para después tratar de coserlo con el frágil hilo de una federación de pretendidas “naciones”, de las que algunas, además, llevan en sí, más o menos crecido, el detestable germen del separatismo? ¿Para contentar a Puigdemont y a la masa de catalanes que, hoy por hoy, están erróneamente imbuidos de la falsa felicidad que proporcionaría su independencia? ¿No ven que ya no cabe diálogo alguno con la actual Generalidad? ¿Acaso ignoran que las distintas regiones, hoy constituidas en Comunidades autónomas, no admiten que se conceda a alguna de ellas algo que la diferencie y mejore con respecto a las demás, y que inmediatamente piden que se les iguale? ¿Por qué creen que el entonces ministro Clavero dijo aquello de “café para todos”?
Resulta pura fantasía creer que el federalismo entre “naciones” podría aplicarse únicamente a las tres partes de España que ha citado Pedro Sánchez como lo que podría llamarse %naciones interiores”, añadiendo, eso sí, las palabras “al menos” –Cataluña, País Vasco y Galicia-, y que el resto de España va a pasar tranquilamente por ahí. Como ejemplo, ya ha salido un político madrileño apuntando la posibilidad de que Madrid sea también una nación. Seguirán saliendo más, sin la menor duda.
Además, por lo que más directamente nos concierne, habría que preguntarse cómo quedaría Ceuta en un mapa español de naciones federadas, una preocupación que ya he expuesto en otras ocasiones. Hace unos días leí un artículo de la ceutí Sandra López Cantero, socialdemócrata, que compartía la misma inquietud. Nada me extrañaría que alguien saliera proclamando que nosotros también somos una nación.
La Constitución de la Segunda República, de 9 de diciembre de 1031, establecía en su artículo 8º que “el Estado español, dentro de los límites irreductibles de su territorio actual, estará integrado por municipios mancomunados en provincias y regiones que se constituyan en régimen de autonomía”, añadiendo en un segundo párrafo: “Los territorios de soberanía en el norte de África se organizarán en régimen autonómico en relación directa con el Poder central”. Para nada hablaba de una “nación de naciones”, ni de federalismo, previendo para estos territorios, con carácter obligatorio, al no estar incluidos en provincia alguna, su constitución en autonomías directamente relacionados con el Poder central.
Por lo que sé, hubo entonces serios intentos de lograr esa autonomía, más que nada para librarse de la dependencia directa de la Alta Comisaría de España en Marruecos, a la cual, desde la desprovincialización de Ceuta (Cádiz) y de Melilla (Málaga) decretada por Primo de Rivera, se había añadido el cargo de Gobernador General de las Plazas de Soberanía, pero nada se consiguió. La verdad es que, durante la II República, solamente se aprobaron los estatutos de Cataluña, el País Vasco y, ya en 1936, el de Galicia.
Ha de resaltarse el hecho de que en el texto constitucional de 1931 se fijaba con toda rotundidad que los límites de España eran irreductibles, del mismo modo que la vigente Constitución de 1978 habla de la indisoluble unidad de la Nación, única e indivisible. Aún así, está visto que pueden surgir aventuras como la de Cataluña, cuyos patrocinadores, además, se esforzarán al máximo para tratar de celebrar el referéndum, único medio que les queda para poder eludir la acción de la justicia española.
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