Opinión

Una semana de trabajo ideal

Hace tiempo que no tenía una semana de trabajo tan intenso, pero a la vez tan agradable. Todo comenzó el lunes muy temprano. Viajábamos de vuelta. En esta ocasión nos acompañaba una persona muy especial, de no más de 6 años. El recorrido fue tranquilo e incluía una parada en casa de uno de nuestros hijos. Allí, mientras que la más pequeña nadaba y nadaba en la piscina, bajo la atenta mirada y enseñanzas de su tío, monitor de natación y socorrista profesional, yo les preparaba una paella de lomo ibérico. Una vez que comimos y descansamos, continuamos viaje. Teníamos que embarcar. La travesía fue magnífica. La brisa de poniente y los delfines que saltaban a nuestro alrededor, hacían las delicias de niños y mayores. Además de los paseos por la terraza del barco, también me dio tiempo para leer algo. Llevaba dos libros. Uno, del psicólogo Bernabé Tierno. “El Triunfador humilde”. Con un lenguaje sencillo y una historia cercana, te engancha de tal forma, que no puedes parar hasta concluirlo. El otro, algo más técnico, pero también interesante, del economista Thomas Piketty. “La Economía de las desigualdades”. Aunque he leído bastantes partes del mismo, he decidido releerlo con tranquilidad y pararme en aquellas cosas que necesiten una mayor reflexión y comprensión. La hora de llegada fue al atardecer. En esta ciudad, de clima suave y rincones muy bellos, los atardeceres de poniente son especialmente luminosos. Cuando entramos en nuestro pequeño apartamento, sencillo, pero con unas magníficas vistas al mar, preparamos la cena y, tras una agradable conversación con la pequeña, que no paraba de preguntar y de planificar lo que iba a hacer al día siguiente, nos acostamos. Dormimos del tirón. Quizás por el cansancio del viaje, pero también por la sensación de tranquilidad que te transmiten las olas del mar. A la mañana siguiente, el día comenzó bastante temprano para mí. Tengo la costumbre de madrugar. No obstante, en esta ocasión me permití la licencia de levantarme algo más tarde. Preparé el café y me fui a andar a paso ligero durante casi dos horas. A la vuelta, comenzó la jornada de trabajo matutina. La pequeña y yo, nos montamos en el autobús y nos fuimos a la Universidad. Esta era una de las primeras tareas que ella se había planificado. Todo venía desde el acto de su graduación. Había un grupo de chavalas algo más mayores. Ella nos dijo que eran las de la “uni”. Al principio no entendíamos lo que quería decir, hasta que comprendimos que se refería al grupo de las que al año siguiente iban a la universidad. Fue entonces cuando le propuse llevarla algún día a la universidad en la que yo daba clases. Ella aceptó encantada. No se le había olvidado. Allí tuvimos una intensa mañana de trabajo. Le enseñé la biblioteca, las aulas, el comedor, el gimnasio, la administración. Después, mientras ella dibujaba y veía los libros que le habían regalado en la biblioteca, yo realizaba algunas gestiones administrativas, pocas, y comenzaba a redactar algunos proyectos y ponencias de congresos que tenía pendientes. Así estuvimos hasta casi el medio día. Entonces nos volvimos andando hasta la casa. Las ciudades pequeñas son más humanas y permiten llegar a casi todos los lugares andando. Previamente pasamos por el trabajo de la abuela, que terminaba en ese momento. Antes nos mostró los libros y legajos que catalogaba. Los tres nos fuimos a la casa a preparar la comida. Por la tarde, después de dormir la siesta, comenzamos la jornada vespertina. A mí me esperaban más proyectos y trabajos de investigación comenzados y pendientes. A la pequeña le esperaba la playa, para jugar y bañarse. Allí estuvo con la abuela y algunos amigos, hasta que yo llegué a media tarde. Inmediatamente, la niña comenzó a mostrarme en el agua lo que le había enseñado a hacer su tío. Allí estuvimos hasta casi la puesta del sol. Volvimos pronto a la casa para asearnos. Teníamos pendiente volver a la playa a comer sardinas. La pequeña nos iba recordando todo lo que teníamos que hacer, como si lo tuviera anotado en su agenda. Los días siguientes transcurrieron más o menos de la misma forma. Lo que más me llamaba la atención de la pequeña era su formalidad cuando se sentaba en el autobús camino de la Universidad. Allí observaba a las personas, mayores y no tan mayores, que iban subiendo y bajando del bus. Yo le explicaba que el transporte público era la forma más limpia de desplazarse en la ciudad, que además te permitía hablar con los vecinos y escuchar sus conversaciones, en las que expresaban sus preocupaciones e inquietudes. La vuelta, casi siempre la hacíamos andando. Hubo algunos cambios en nuestra rutina diaria. Por ejemplo, varias tardes llevamos a la pequeña a una piscina salada que había en el centro, rodeada de preciosos jardines tropicales. Ella se extrañó de que el agua estuviera salada. Le explicamos que se cogía directamente del mar y, de esta forma, no había que sanearla con tanto producto químico. La cría se lo pasó en grande. Donde más disfrutaba era en la piscina de los pequeños. Pero también cuando iba nadando con la abuela y pasaba entre piedras y cataratas, o debajo de un castillo medieval. Le gustó tanto, que en los días posteriores fue difícil convencerla de volver a las arenas de la playa. También tuvimos tiempo de acudir a ver varias exposiciones y museos. Por ejemplo, en el museo del centro, en uno de los edificios históricos de la ciudad, en el que también se ubica uno de los centros locales de investigación adheridos al Centro Superior de Investigaciones Científicas español (CSIC), había una exposición de pinturas y esculturas de Eduardo Campos Lazarescu. Se titulaba NADA. Según reza en la propaganda oficial, reunía obras en tres modalidades artísticas inspirada en la mitología y las historias olvidadas. Nos gustó bastante. Una exposición que yo tenía pendiente, aunque la había visto en el magnífico reportaje gráfico realizado por el periódico decano de la ciudad, fue la obra del pintor granadino Mariano Bertuchi. La han ubicado en el museo de las Murallas Reales, un complejo monumental que data del año 962, aunque su parte más moderna es del Siglo XVIII. Esta exposición estará cuatro años en nuestra ciudad. Se ha conseguido gracias a la labor callada de un grupo de ciudadanos, que en contacto con la familia del pintor, han querido dotar a la ciudad de un motivo más para ser visitada. Una magnífica iniciativa, que nos da una visión histórica de la España del Protectorado Marroquí, así como nos acerca al lado más humano y atractivo de nuestros vecinos marroquíes. La parte final de la intensa semana, la hemos dedicado a ver y fotografiar el impresionante crucero que ha atracado en uno de los muelles del Puerto de la ciudad. La pequeña se quedó perpleja de ver un barco tan grande, con más de cinco pisos, y capacidad para casi tres mil personas. A estas alturas, los que me conocen sabrán en la bella y tranquila ciudad en la que transcurre esta pequeña historia. Pero los que no me leen habitualmente, seguro que les habrá atraído la idea de vivir y trabajar en una pequeña ciudad mediterránea como ésta. Yo ya llevo aquí 25 años. Pero tendrán que descubrir por si mismos de qué ciudad se trata. Una pista. Los desorbitados precios de los transportes marítimos y aéreos para poder llegar hasta ella, hacen desistir a muchos del intento. Otra pista. Está situada en el norte de África, pero es una ciudad europea. Algunos dicen que históricamente ha sido la puerta de distintas civilizaciones y un importante puente de unión de dos mundos diferentes.

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