La habituación es un fenómeno psicológico inherente a la condición humana. Un inteligente experto en la materia lo resumía con una certera frase: “la costumbre es una segunda piel”. La repetición de situaciones similares que producen idénticos efectos, va configurando un contexto sensitivo que termina por convertirse en una profunda convicción. Esto es lo que le ha sucedido al PP de nuestra Ciudad. Están absolutamente convencidos de que los ceutíes son idiotas. Y se comportan haciendo valer esta premisa. Tienen la percepción, alimentada por inequívocos síntomas de veracidad, de que nada de lo que hagan o digan está sujeto al lógico tamiz de la crítica más elemental. Han mentido tanto, y tan impunemente, durante tanto tiempo, que han llegado a interiorizar que no existen límites en la capacidad de absorción de sus mensajes, por mucho que estos puedan llegar a ser auténticas aberraciones dialécticas. Su nueva estrategia de comunicación lo refleja con meridiana claridad.
El Gobierno de la Ciudad atraviesa su momento más crítico. Está buscando a contrarreloj una reformulación de su modelo de gestión, siendo consciente de que ya no puede mantener la portentosa maquinaria de gasto que propiciaba adhesiones multitudinarias en forma de voto. Lo que ocurre es que los cambios bruscos son difíciles de digerir. La frustración es la diferencia entre expectativas y resultados. Los ciudadanos siguen exigiendo en la misma medida; pero ahora ya no reciben lo que antes obtenían. La frustración se extiende como una mancha de aceite, y con ella la ingratitud, la traición, el desdén y la inquina. Las apelaciones a la crisis para justificar el nuevo escenario, tienen un efecto muy limitado cuando se ha educado a la sociedad en la concepción del apoyo político como un interesado intercambio de favores. Por eso el Gobierno detecta que la vida ahora no le sonríe. La oposición comienza a vislumbrarse como un problema serio. Así que urge una reacción. Han decidido diversificar su actividad, mediante la irrupción del PP como sujeto político independiente y diferenciado del Gobierno. La intención es sacar del foco de la crítica pública al Presidente, distrayendo a la oposición en una pelea con un adversario inexistente.
Hasta aquí todo obedece a una lógica impecable. Los partidos tienen el derecho (e incluso la obligación) a defender sus intereses de la mejor manera posible. Lo que ya resulta más llamativo es la línea argumental con la que hilvanan sus fuegos artificiales. Según ha declarado el PP, con solemnidad, todo lo que queda fuera de sus siglas es lúgubre y sórdido. Un circo turbulento, dominado por el transfuguismo y el desorden. Una aseveración de este calibre sólo es posible desde la más absoluta falta de respeto a la capacidad intelectual de la audiencia a la que va dirigida. Se antoja oportuno un breve repaso cronológico. El origen del actual Gobierno de Ceuta está en un voto de censura en el que una facción del GIL (no se sabe si partido, banda o panda) se alió con el PP para defenestrar al propio candidato del PP en las elecciones y poner de Presidente al número cinco de la lista. Aquello no fue gratis. Los tránsfugas exigieron sus inconfesables contrapartidas que aún están pagando los ceutíes. El ascenso de los que criticaban sin piedad al PP (hasta que les resultó más rentable unirse a ellos), fue meteórico. Hoy ocupan un tercio del Consejo de Gobierno, el escaño en el Congreso de los Diputados, la dirección del aparato de propaganda y otros resortes de poder de menor importancia. Fruto de esta atípica fusión, el PP celebró un congreso convulso hasta la agresión más descarnada. Las acusaciones de vinculaciones de unos u otros con el narcotráfico, o la venta de votos por puestos de trabajo presidieron el debate, que se saldó con acusaciones de pucherazo. El Presidente de la Ciudad, en aquel momento, vinculó su vida política a la de “su mentor”, elegido entonces Presidente del PP. Éste terminó dimitiendo, según Vivas porque se encontraba viejo y fatigado, y según el resto del mundo por un feo asunto en el que se mezclaban instintos muy primarios no reprimidos con el mercadeo de prebendas (aún pendiente de resolución judicial). En medio de todo esto, se producían ceses de consejeros salpicados por facturas extrañas o situaciones nunca aclaradas. Muy edificante.
El PP sigue pensando que la agigantada figura de Vivas es todavía capaz de blanquear cualquier hecho, conducta, discurso o pensamiento, por atroz, indecente o incongruente que pueda resultar. No les vendría mal un repaso por la historia. Todos lo muros se terminan cuarteando. Y por las grietas siempre fluye aire nuevo.
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