Categorías: Opinión

Una reflexión sobre cómo se ha llegado a este estado

El desmantelamiento del sistema social obedece en parte a una defensa legítima del monopolio del capital dentro del sistema capitalista. Es un sistema por tanto abocado al desastre para que puedan fructificar otras posibilidades. Necesita del consumo para crecer y de grandes masas de consumidores de todo tipo de cosas, la mayor parte innecesarias. El propio sistema se ha vuelto en contra de su pervivencia, ya que es incapaz de plantear alternativas distintas que no sean continuar impulsando un crecimiento ilimitado, sin atender a la gran contradicción que supone la falacia en un planeta con recursos limitados. Las señales de alarma sobre numerosos recursos mineros se han encendido, y todo parece indicar que la energía barata proveniente de los combustibles fósiles se está terminando. El actual estado de cosas suscitado a raíz de la crisis de los mercados está comenzando a mostrar que, a pesar de que necesita del consumo de masas para continuar creciendo, la masa social es tan enorme que necesita todavía más imperiosamente adelgazar el tejido social o explorar otras opciones para mantener los grandes privilegios de las élites económicas (que ahora también está en niveles bajos de su clase convertida en masa de ricos que reclama su nivel de gastos), que son en definitiva los inversores del capital, o lo que es lo mismo, los grandes usureros de la civilización. Entre las otras opciones se erige un mandamiento típico del liberalismo económico, la privatización o semiprivatización de los servicios públicos. Todas las posibilidades esas de las que hablan sin descanso los medios de comunicación (los tan famosos copagos y otras fórmulas milagrosas similares) están centradas, no en establecer una moratoria tendente a salvar el sistema social una vez pasada la crisis, sino en comenzar un proceso tendente al desmantelamiento de los servicios públicos. En la vieja Europa, y sobre todo con el incremento de ingresos en la UE de los países menos productivos y más vitales (que diría Camus), se estaba generando un sistema insostenible de servicios públicos que aunque estaban bien diseñados y en algunos sectores se han convertido en bandera de excelencia de trabajo, dedicación y productividad con buenos resultados, no se sostenían sin las ayudas europeas. Por lo tanto, estas conquistas sociales impulsadas por las revoluciones justas de las masas obreras marginadas y oprimidas están siendo también, aunque no solo, desmanteladas por la falta de productividad y virtudes morales de todo el corpus social incluido el trabajador y sus sindicatos. Así que desde nuestro punto de vista los sindicalistas estelares llevan toda la razón al insistir en que la pretensión de los gobiernos de turno es deshacer los servicios públicos sociales. Lo que sorprende un poco es la gran ingenuidad (o acaso la inmoralidad según los casos) de estos modernos sindicalistas dada su reciente historia de participación en sectores dónde han luchado codo con codo a favor del consumo de masas y también para desarrollar castas de aristócratas funcionariales o, lo que es todavía peor, los famosos liberados del trabajo dedicados en bloque a pasear y fardar de lo mucho que se cobra y lo muy poco que se labora.
En definitiva, sin desear hacer demagogia, las masas obreras son tan responsables de la situación como el capital enloquecido y agresivo que lo amenaza todo y a todos. El corpus social al completo es responsable de la falta de compromiso y de estar permanentemente dimitiendo de la acción social, de la participación en los asuntos de todos y de la vigilancia necesaria de gobierno y oposición dentro del sistema político democrático. Se comporta de una manera servil y rastrera, cuando no completamente al margen de la cuestión, ante un representante político de un gobierno de turno que ellos han puesto en el poder. Todo esto por no hablar del reguero de “países emergentes” lastrados por tantos acontecimientos y espoleados aún más rápidamente que otros al ahogo socioeconómico debido a sus inasimilables masas de población.
En fin, todo este estado de cosas es desde hace mucho un gran círculo vicioso del que no se puede escapar sin afrontar no solo las actuales tragedias que son muchas y tremendas sino las que vendrán irremediablemente con el cambio de paradigma social. Es un final previsible ante el gran flujo de población mundial con el que estamos asolando la biosfera y a nosotros mismos, espoleado con el gran dogma capitalista, consumista y desarrollista que entona una infinitud de los recursos que desde hace muchas décadas viene sonando a lata. Que de una masa tan desorbitada de seres humanos solo caben esperar grandes cantidades de inmorales, no es sorprendente, debido a la juventud de nuestra especie, al enorme desarrollo de nuestro cerebro y al largo proceso de culturización necesario para preparar seres humanos medianamente razonables que puedan plantar cara al hecho civilizatorio sin sentir convulsiones, y con capacidad para desarrollar sentimientos e ideas filantrópicas, armados de razones para acometer dentro de sus posibilidades los cambios y las aportaciones necesarias que impulsen nuestra cultura hacia ámbitos de progreso equilibrados con nuestras propias necesidades psíquicas como seres humanos.
Estamos ante un tramo del final de un proyecto humano abocado al desastre, debido acaso a que ha desnaturalizado y pervertido la misma naturaleza humana sin pudor. Es este un proceso histórico que ha sido analizado con profundidad de erudición, por enormes humanistas han estado entreviendo y sobre el que han intentado provocar una reacción que no se ha producido, o al menos no se ha hecho palpable, en relación a la resolución de los grandes conflictos. En todo esto, la permeabilidad que el sistema de desarrollo intelectual ha tenido parece un hecho irrefutable que ha sido tan bien expuesto por Jordi Llovet y sus tesis sobre la desaparición de la Universidad, y con ella una forma de ser humano pensante y generador de cultura y prestaciones artísticas, vital para relativizar la persuasión mercantilista y su credo incontestable. Aunque no exclusiva, la función del sistema educativo y de la universidad como colofón del proceso debía ser no solo la de otorgar competencias profesionales, que también, al mismo tiempo debía proporcionar los instrumentos capaces de generar individuos librepensadores, cultos, conscientes de su compromiso social, y activos defensores del sentido común.
Hoy en día, la tendencia generalizada es la de desarrollar las habilidades para hacer frente al sistema mercantilista de absoluta preeminencia y total actualidad. Se necesitan personas deseosas de contribuir al bien social, sintiéndose deudoras de todo lo mucho que se ha recibido en el marco histórico de las civilizaciones. Si esto que hemos comentado, y que pertenece a nuestra propia creación como seres humanos, se está perdiendo a lo largo del estrecho camino creado por el mercado, no vemos como se podría ampliar este sentimiento al ámbito de la historia del planeta, hacia el que, en nuestras sociedades paradójicamente maniatadas al paradigma técnico-científico y por tanto unidas a los recursos y a la biosfera, no existe un sentimiento de obligación por lo mucho que también se ha recibido, aunque solo sea por haber sido testigos en parte y personajes indiscutibles de la fabulosa historia del planeta desde la aparición de la vida, de la cual todavía formamos parte indisoluble por más empeño que pongan los mercantilistas más alienados en mostrarnos que su invención de artificio es nuestra posición como entes inteligentes.
Hanna Arendt dio buena cuenta de la sinrazón que suponía imponer un estado judío en un entorno árabe sin un largo proceso de entendimiento y cooperación. Tildaba de grandes ingenuos a los que intentaron semejante disparate que ahora nos trae un eco del espíritu miope del mecanicismo poshistórico y acultural de nuestra época del “si es posible, hágase”.
El consumo que nos asfixia es quizá el final de un proceso (aunque solo sea por el colapso de los recursos) en el que se constata la inferior edad moral en la que se encuentra sumida nuestra especie, en una desesperada huida hacia delante no es capaz de mirar de frente las tragedias por venir (es una frase a partir de una memorable canción del grupo Triana). El consumo que llena los huecos del sobresalto vital ante la fatalidad, la muerte y otros miedos Bauanianos alejándonos más de nuestra realidad integral con sus luces y con sus sombras, así es la res vital, que de esta guisa se ve impedida a domeñar nuestras grandes posibilidades creativas (luces), no podrá reducir nuestra angustia ante la muerte y las incertidumbres de la existencia y nuestro papel (si tal cosa existe) en la comedia divina (sombras). Un bálsamo real para ir soportando esta contingencia sería el cuidado de nuestra humanidad y, para ello, promocionar la cultura en el más amplio sentido de la palabra, puede ayudar. Este arduo proceso tratándose de nuestra especie solo puede tomar cuerpo en comunidades proporcionadas en número.
Nuestro actual modelo de depredación no continuará siendo el Prometeo que de luz y felicidad a los tiempos venideros, este consumo tan idolatrado por el sistema económico de logros sin basamento firme será el principio y el final de nuestro insostenible modelo socioeconómico tal y como lo conocemos hoy en día. Si admitimos algo de realidad en nuestros argumentos, lo mínimo que se podía esperar de los partidos políticos en activo y, sobre todo de los que se encuentran en responsabilidades de gobierno y oposición, sería la presentación de personas con el suficiente nivel cultural para asumir unas mínimas y dignas representaciones públicas que nos hagan mejorar a todos como colectivo. En Ceuta, del gobierno no vamos a opinar hoy, pues es con lógica frecuencia el centro de nuestra crítica, pero en el caso de la oposición política nos preocupa su tendencia a la demagogia más ramplona y repetitiva, sus propuestas absurdas y sobre todo su aparente falta de búsqueda de acuerdos que animen a la corresponsabilidad. Parece que se intenta constantemente imponer opiniones, que por mucha locuacidad e instrucción lingüística que se tenga no tienen porqué ser sensatas, con una certeza casi divina que diría Arendt a colación de la política judía. Creemos, sin ninguna vinculación a partido político alguno, y queriendo ser de alguna utilidad (nos va mucho que haya una buena oposición al gobierno actual, incluido al propio partido en el poder), que una revisión de las actitudes asamblearias viciadas sería bueno, sobre todo porque la persecución de proclamas que cambien la sociedad podrían sustentarse en una sucesión de pequeñas transformaciones, al menos es más entendible desde el punto de vista humano.

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