Hoy se celebra uno de esos días que suelen denominarse como “fiestas de la democracia”, aunque esa fiesta se le atragante, al final, a quienes resulten perdedores. Por ello, renuncio a tratar de política actual para relatar un interesante hecho relacionado con Ceuta y Melilla que sucedió hace muchos años.
En una conferencia pronunciada por el Vizconde de Campo-Grande en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas bajo el título “¿A quien pertenece Marruecos?”, publicada en el periódico “Archivo Diplomático y Consular de España” el día 8 de septiembre de 1890, figura una referencia a Mr. de Ganniers, según la cual éste último evoca “el singular manifiesto de Sidi Mohamed a Carlos III mandándole desalojar sus plazas, y su sumisión cuando vio que era vencido”. Escudriñé en internet con el fin de encontrar algo sobre la fuente de esa cita, localizando al fin que dicho Mr. de Ganniers, francés, había escrito un libro titulado “El Marruecos de ayer, de hoy y de mañana” en el cual se recogían aquellos acontecimientos, Sidi Mohamed ben Abdalah subió al trono marroquí en 1757, prefiriendo ser llamado Emir al-Muminin (Príncipe o Comendador de los Creyentes) en lugar de Sultán. En ese mismo año se firmó en Fez el primer Tratado de Paz con España, representada en aquel acto por D. Jorge Juan, Teniente General de la Armada. Sin embargo, pasados unos años, Sidi Mohamed dirigió con posterioridad una carta al monarca español -Carlos III- avisándole de que, junto con los argelinos, se proponía atacar todas las plazas cristianas, sin entender que esto rompía la paz firmada entre ambas naciones. Algo que se estimó absurdo en España, por lo que Carlos III, a la vista de lo anterior y ante las limitadas, pero continuas hostilidades que venían sucediéndose en las proximidades de Ceuta y de Melilla, decidió declarar la guerra a Marruecos el día 23 de octubre de 1774. Fue entonces cuando el Sultán Sidi Mohamed dio a luz un manifiesto, el referido por Mr. De Ganniers, en el que procuraba justificar su conducta, alegando que las plazas quedaban fuera del Tratado, ya que éste hablaba solo de paz “por mar” y nunca “por tierra”. Añadía, además, el curioso argumento de que tales plazas no eran ni de España ni de Marruecos, sino de Dios (lo que recuerda el “Príncipe Constante” de Calderón) que se las entregaría a quien venciese en la guerra. Contestó Carlos III fundándose precisamente en el texto del Tratado para rechazar sus pretensiones, pues en él se incluían expresamente las palabras “por tierra”. Las hostilidades se iniciaron al punto, presentándose ante Melilla un contingente de 13.000 hombres, intimando a la rendición, a lo que respondió con desdén el Comandante de la plaza D. Juan Sherlock, Mariscal de Campo. Comenzado el sitio, y tras varias intentonas fallidas, se presentó allí el propio Sidi Mohamed, quien previamente había renunciado a atacar Ceuta, al considerar que sus defensas eran inexpugnables. Los marroquíes entendían que España los había engañado, cambiando una letra árabe en el Tratado, de forma que en lugar de excluirse la paz por tierra, ésta quedaba comprendida en él. Lo cierto es que tanto en la versión redactada en árabe como en la española, ambas firmadas por Marruecos, tal inclusión aparecía. En definitiva, como Sidi Mohamed se percató de que el sitio de Melilla, bien defendida, no estaba dando el resultado que apetecía, ordenó su levantamiento, a la vez que reconoció la realidad de lo suscrito en el Tratado de Paz, aceptando que “hacer más lo prohíbe la ley, sujetémonos a lo que desde la antigüedad teníamos”. Añadiré que el Vizconde de Campo-Grande terminó su conferencia con la conclusión de que Marruecos pertenece a Marruecos, sin perjuicio de que se le prestase ayuda para su desarrollo. Creo que esta curiosa página de nuestra historia -que podrá ampliarse, sin duda, acudiendo a otras fuentes españolas- es poco conocida en las dos ciudades por ella concernidas, aunque recuerdo que, al menos, ese gran estudioso que se llama Antonio Guerra la rozó en uno de los interesantes artículos que publica en “El Faro”. Que votemos, aunque los meteorólogos anuncien lluvias débiles matinales con posibilidad de algún que otro trueno, y que todo vaya bien en las urnas.