Una nave llamada Ceuta

Son las 7:15 de la mañana del 25 de diciembre de 2014. Todos duermen después de haber trasnochado por la celebración de la Nochebuena.

Estos son días de encuentros familiares alrededor de la mesa y de recuerdos. Y también días de reflexión y designio de nuevos objetivos personales. Sólo, delante de la pantalla del ordenador y con las  piernas junto al brasero para combatir el frío de la madrugada granadina, pienso sobre el futuro de Ceuta y los ceutíes. Un futuro que se me antoja difícil y complejo. En buena parte este futuro ya está escrito. La inercia del pasado, como el acostumbrado viento de levante que con frecuencia azota nuestras costas, empuja las velas de nuestro destino hacia los arrecifes. Haría falta un gran esfuerzo colectivo de los ciudadanos, los gobernantes, los intelectuales y los artistas ceutíes para enderezar el rumbo de la nave.
La nave, nuestra ciudad, se encuentra gravemente dañada. Nuestro escaso territorio ha sido drásticamente transformado por el ser humano en el último siglo. Aún al principio del pasado siglo XX, Ceuta era una ciudad en la que los colores predominantes eran el verde de los montes periurbanos, el azul de mar y el cielo y el blanco de las pequeñas casas que constituían nuestro centro histórico. De  golpe y porrazo llegó el progreso y con él los edificios de varias plantas para las clases pudientes y los núcleos de barracas para las miles de personas que llegaron a Ceuta atraídas por las oportunidades que ofrecía la ciudad. Tan repentino fue este despertar que no dio tiempo a planificar de manera adecuada el crecimiento urbano de la ciudad.  Se ocuparon  de manera precipitada colinas, arroyos, huertas y espacios costeros, ya sea para la construcción de precarias viviendas o para la instalación de industrias relacionadas con la explotación de los recursos marinos.
El mar volvió a ser el centro de la economía local, como ya lo fue en sus orígenes fenicios y romanos. Ceuta resurgió como una ciudad comercial, portuaria y pesquera de importancia en el contexto del extremo de Occidente. España empezó a interesarse por la otra orilla del Estrecho de Gibraltar. Empezó a ver a Ceuta con otros ojos. Aunque la ciudad quedó algo ensombrecida por el papel que se le otorgó a la vecina ciudad de Tetuán durante el Protectorado Español en Marruecos, Ceuta siguió su proceso de transformación económica, urbana y social. El fin del protectorado devolvió a Ceuta su papel de estratégico enclave transfretano. La nave navegaba a favor del viento. Las industrias conserveras vivían su mejor momento, junto a las almadrabas que le suministraban la materia prima; el puerto crecía en volumen de tráfico y venta de combustibles; el comercio se afianzaba como uno de los pilares de la economía ceutí; y el ejército permitió la ocupación del campo exterior, lo que facilitó la construcción de viviendas sociales en las que realojar a los ocupantes de los núcleos de barracas existentes en el centro urbano. El crecimiento de la población fue destacable y su heterogeneidad, también.
Fueron muchos años navegando a favor del viento, pero éste comenzó a virar. Las industrias conserveras fueron desapareciendo por distintos motivos, entre ellos la sobreexplotación de los recursos marinos. La flota pesquera fue poco a poco disminuyendo hasta su práctica desaparición en nuestros días. Al puerto de Ceuta le salieron importantes competidores en la bahía de Algeciras y ahora en la cercana Tánger. Y el comercio perdió su atractivo tras la apertura de la verja de Gibraltar. Desde entonces el motor de la nave Ceuta se mantiene gracias al combustible monetario que suministra el Estado Central y la Unión Europea. A pesar de las dificultades por la que están pasando los citados suministradores, éstos no han dejado de proveernos del dinero que cuesta mantener una nave deteriorada, envejecida, con un excesivo número de tripulantes y una oficialía que navega contracorriente y sin rumbo claro. En estas circunstancias necesitamos de manera urgente proceder a la reconstrucción de la nave. Su casco, es decir, su territorio, está en muy mal estado. Es necesario reparar todos los desconchones que en forma de zonas deforestadas han aparecido en su superficie.  Los sistemas de bombeo y las conducciones de distribución de agua requieren igualmente una profunda remodelación y es necesario limpiar en profundidad la cubierta y las bodegas, ensuciadas por una tripulación poco respetuosa con el medioambiente. Esta tripulación tiene que ser reeducada y para ello es necesario que, desde que sean grumetes, se les inculque el amor por la naturaleza y las criaturas que la habitan. De este modo conseguiremos renovar sus corazones y hacerles entender que la verdadera bondad, la verdadera verdad y  la verdadera belleza se encuentran en la naturaleza.
Tienen que impregnarse del espíritu de esta maravillosa nave que se llama Ceuta. Una nave que lleva muchos milenios navegando, una vez a favor y otras en contra del viento, pero siempre manteniéndose a flote. No podemos permitir que se hunda por culpa de  nuestra falta de amor por esta tierra, por la ignorancia de su historia y por la falta de aprecio de su singular belleza. Esta es una tierra sagrada, mágica y escenario de los sueños de buena parte de las civilizaciones históricas. Mientras escribo estas líneas no puedo evitar emocionarme pensando en mi tierra, a la que volveré en unos días. Ahora es tiempo de abandonar este improvisado claustro que me ha servido para pensar, meditar, reflexionar y escribir sobre esta maravillosa nave llamada Ceuta. Vuelvo al mundo de los hechos para disfrutar del amor familiar en un día tan entrañable como el Día de Navidad. ¡Feliz Navidad y Próspero Año 2015!