Hace tan solo unos días sintonicé “Cope Ceuta” en el momento en que un señor que estaba siendo entrevistado se refería a la decisión adoptada en Ceuta de seguir considerando Rey de Portugal al de España, tras conocerse la rebelión iniciada el día 1 de diciembre de 1640 en Lisboa por los partidarios del Duque de Braganza con la finalidad de arrebatar la corona lusa a Felipe IV de España y III de Portugal, que los monarcas españoles venían ostentándola desde 1581.
El aludido señor expuso, entre otros extremos, varias afirmaciones con las que lamento no estar de acuerdo. Dijo que el argumento que suele invocarse sobre una supuesta autodeterminación es falso, pues la decisión se tomó por un grupo de caballeros castellanos, porque al haber transcurrido 80 años desde que se produjo la fusión de ambas coronas, la población de Ceuta era ya predominantemente española. Añadió que el pueblo ceutí no tuvo la menor intervención, pues nada pintaba, imponiéndose la voluntad de aquellos señores, y terminó aseverando que la noticia de la sublevación se había recibido en esta ciudad con nada menos que tres meses de retraso.
Supe finalmente que el entrevistado era el sociólogo y Profesor Carlos Rontomé, de la Facultad de Educación y Humanidades. Tengo un gran respeto por los educadores, pues no en balde mis abuelos paternos eran Maestros nacionales, mi hermano es Catedrático emérito y mi padre no solamente tenía, además del de Licenciado en Derecho, el título de maestro, sino que realizó intensas gestiones para la creación de la Escuela Normal de Ceuta –germen de la actual Facultad- siendo además su primer Comisario.Director. Con ese mismo respeto, por tanto, cuenta de antemano el Profesor Rontomé, aunque me permita discrepar de sus afirmaciones sobre cómo, por quién y cuando se adoptó aquella trascendente decisión.
Ni busco polemizar, ni soy historiador, ni pretendo dar lecciones como tal. Sucede, sin embargo, que hace un cuarto de siglo escribí un modesto libro sobre la época en cuestión titulado “La gesta ignorada”, fragmento novelado de la historia ceutí, a cuyo fin consulté una serie de publicaciones (por ejemplo, “La última década lusitana”, de Carlos Posac, el “Libro de los Veedores o Libro Grande de Sampayo”, de Esaguy, o el “Libro de Ceuta”, editado por el Centro de Hijos de Ceuta). Más modernamente, es de interés al caso el trabajo de Antonio Carmona Portillo sobre “Demografía y sociedad en la Ceuta de los siglos XVII y XVIII”, presentado en las Jornadas de Historia organizadas por el Instituto de Estudios Ceutíes en el año 2000. Todo ello me permite afirmar que en 1640 la población de Ceuta era esencialmente de origen portugués; que sus caballeros eran portugueses, muchos de ellos –más de 100- pertenecientes a la lusitana Orden de Cristo, y que los cargos de la ciudad eran ejercidos por portugueses con raíces ceutíes. Es más, incluso siendo ya parte del Reino de Castilla, se siguió utilizando el idioma portugués en los documentos oficiales durante bastantes años.
La noticia de la rebelión se conoció en Ceuta mucho antes de transcurrir tres meses. La decisión se tomó por la mayoría de los caballeros, aunque hubo excepciones, entre ellas varios religiosos, y ante la postura públicamente dubitativa del Gobernador Francisco de Almeida –en el fondo ferviente partidario del de Braganza- se acordó hacer venir al Corregidor de Gibraltar para que conociera “in situ” la situación y la pudiera exponer a la Corte. Al mismo tiempo, fue preparado un documento para que lo llevase a Madrid el sacerdote Simao Lobo Barbosa, ceutí, quien se trasladó a la capital para entregarlo y aclarar de viva voz cuantos detalles le fuesen requeridos. Pues bien; con lo que en aquella época –más aún que ahora- costaría mover la maquinaria del gobierno, el día 5 de febrero de 1641 –solo dos meses después del levantamiento- firmó Felipe IV de España y III de Portugal el cese de Francisco de Almeida –quien huyó- y el nombramiento de un nuevo Gobernador, Juan Fernández de Córdoba, Marqués de Miranda de Anta, primer castellano que ocupó dicho cargo, aunque después hubo otros Gobernadores portugueses.
El día 10 de febrero, el Rey envió carta al citado Marqués, comunicándole su designación y mencionando en ella a Simao Lobo, del que decía que había estado en la Corte “por parte de los caballeros y pueblo” de Ceuta. Algo haría el pueblo para que así lo significara el Rey, quien acordó un perdón general para “los moradores de Ceuta” (es decir, los portugueses) y para los castellanos encarcelados por el anterior Gobernador.
Años más tarde, ya en 1655, cuando esos moradores de Ceuta, desairados y cansados de ser llamados “perros castellanos” en Portugal y “perros portugueses” en Castilla, así como por el hecho de que la naturaleza castellana que en 1644 les otorgó el Rey no surtía efectos, porque no estaba refrendada por las Cortes, elevaron un “Manifiesto al Reino de España junto en Cortes”, cuya principal autoría se atribuye a Fray Diego de Almeida, ceutí y confesor de Su Majestad, solicitando en él la naturaleza de Castilla, la que les fue concedida tras acuerdo de las Cortes adoptado el 3 de marzo de 1656, según consta en Carta Privilegio remitida por Felipe IV a los ceutíes. En aquel Manifiesto se decía expresamente: “Nuevo lustre dieron a esta ciudad las demostraciones festivas y generosas de los ciudadanos de Ceuta, pues no solo cumplieron con ser leales, sino que procuraron en todo lo posible, negados a los portugueses rebeldes, mostrarse verdaderos castellanos, sin perder el ser portugueses”. Algo, pues, hizo el pueblo de Ceuta a favor de la causa del Rey Felipe IV de España y III de Portugal.
Por tanto, el pronunciamiento de Ceuta no fue obra de caballeros castellanos, sino portugueses, como prueba el hecho de que ocho próceres de la ciudad a los que el levantamiento sorprendió en Portugal, entre ellos el Marqués de Vila Real y su hijo, el Duque de Caminha, de la estirpe de los Meneses, fueron allí ejecutados por mantenerse fieles al Rey Felipe, y contó además con el apoyo del pueblo -en cuyo nombre, y no solo en el de aquellos- viajó Simao Lobo a la Corte. Un pueblo cuyas gentes, a tenor de lo escrito por Fray Diego de Almeida, hicieron demostraciones festivas “mostrándose verdaderos castellanos, sin dejar de ser portugueses”, porque consideraban a Felipe IV su legítimo Rey y creían que esa era la mejor opción para su ciudad.
En Ceuta se conoció mucho antes de los tres meses la noticia de la rebelión, hasta el punto de que, apenas dos después de aquella, no solo había venido el Corregidor de Gibraltar y viajado a Madrid Simao Lobo Barbosa, sino que el Rey adoptó medidas al respecto. Además, no transcurrieron 80 años desde que Felipe II asumió la corona de Portugal hasta la rebelión del de Braganza, sino tan solo 59.
Repito que carezco de títulos para dar lecciones de historia a nadie. Me remito al contenido de los libros de la época o de los trabajos de investigación llevados a cabo en torno al tema, y lamento de corazón que ya no estén con nosotros figuras como las de Carlos Posac o Alberto Baeza para refrendar lo escrito. Aunque, por fortuna, aún hay autoridades en la materia que, si se terciara, podrían hacerlo.
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