Opinión

Una mañana cualquiera en el mundo

A pesar del incipiente pero consolidado turismo de masas, las islas de Cabo Verde conservan su esencia pescadora y por ello en el muelle de madera de Santa María al sur de la isla de Sal los pescadores ejecutan su ritual mañanero de la pesca. Los desembarcos me recuerdan a los días gloriosos de Tarrafal en la isla de Sao Tiago cuando los cayucos de colores venían rebosando los grandes peces y sus corpachones; algunos yacían colgados en acacias cercanas a la orilla del mar. En Santa María los atunes patudos se van amontonando en tongas sobre el muelle viejo y las mujeres se afanan en el transporte del sagrado material alimenticio en sus recias testas.

A la vez en la playa arenosa un improvisado cerco de orilla presenta un cuadro natural simple, refrescante y eficiente a la vez que muestra como se obtiene el sustento diario sacando el mayor provecho de cualquier circunstancia. Los hombres revolotean y los canes corretean excitados alrededor; hay muchos perros en estas islas africanas y viven sueltos, libres y pertenecen a todos como las bicicletas en Amsterdam con la importante salvedad que nuestros amigos vitales nos dan mucho más que las frías y metálicas “fiets” holandesas.

Mis colegas canarios de campaña científica corren de un lado a otros captando todo lo que pueden con sus cámaras al tiempo que me siento a contemplar y escribir. Incluso con este estilo de turismo poco recomendable y por suerte muy concentrado en el sur de la isla de Sal, Cabo Verde conserva autenticidad y nos muestra ancestralidad generosa a manos llenas. Otras escenas son menos edificantes y la protagonizan los pescadores que portan al mar barcos con bombonas de aire comprimido para cosechar fácilmente a las dóciles y elegantes langostas.

Las continuarán esquilmando (en aguas de Cabo Verde habitan dos especies de langostas, Panulirus echinatus y Panulirus regius) mientras esta caterva de europeos bulímicos sigan comiendo todo lo que se les apetezca sin conocimiento ni cargo de conciencia ambiental. Apenas se pueden observar ya estos interesantes crustáceos en la isla y esto es debido a la presión que este tipo de barcos langosteros ejerce sobre el marinero recurso. Y es que estas islas son un duro paraíso con futuro incierto ya que mientras la minoría consciente se afana en consumir energías intentando crear sistemas de explotación sostenibles de buceo recreativo la mayoría desnaturalizada y mecanicista se pasea por las islas con atuendo tecnológico buscando el auto-retrato ideal para compartir con los que, al igual que ellos, están aguardando para llenar aviones y matar el paraíso que diría Javier Ruibal en alguna de sus canciones de compromiso social.

Ser testigo directo de este espectáculo es tan vivificante como desolador, así son los sentimientos que acompañan al ser humano occidental siempre que le quede consciencia y ojos para ver y vislumbrar lo que vendrá. Hace escasos años comenzaba la destrucción del paraíso debido al cargamento de italianos que desembarcaban ociosos y desnortados en la geológicamente desgastada isla de Sal. Italianos clónicos de diseño, todas ellas con el pelo trenzado a lo afro vistiendo de la misma manera y ellos por su parte calzando zapatillas puma y politos con el cuello subido.

En aquellas colas insufribles del aeropuerto internacional de Sal y desde aquel instante que ahora parece como perteneciente a otra vida, lejano, casi remoto supe que en Europa solo podíamos ir a peor. Al igual que entonces continuo preguntándome de dónde sale tanta vacuidad y seguidismo; como se pueden alumbrar tantas personas sin sustancia. ¡Que hemos hecho en Europa con nuestras gentes!

Entre pensamientos de este tipo continuo la jornada a la vez que atendía junto a mis colegas a nuestras obligaciones de buceo exploratorio, toma de datos ecológicos y muestras zoológicas y botánicas según la importancia de los hallazgos que se realizaran. A la finalización de los mergulhos (buceos en portugués) y después de comer un excelente atún pescado hacía un par de horas fuimos cumplir con el resto de las obligaciones del día que pasaban por el análisis de las imágenes submarinas y las muestras biológicas para su preparación y posterior transporte. Así y ya casi terminando de preparar los bártulos para dirigirnos a nuestra casita en la bahía de Murdeira me avisaron mis burlones colegas que alguien me buscaba y preguntaba por mi. Al darme la vuelta para ver quien me reclamaba me encontré con una veinteañera esbelta y bien bonita que me sonreía dulcemente como solo pueden hacerlo las mujeres cuando tratan de enamorar a un varón. Después de echar una mirada de recriminación asesina a mis dos colegas que se estaban riendo a mi costa y sintiéndome sobrepasado por la situación me dirigí a la melosa chiquilla, y ante su insistencia por venirse con nosotros a donde fuera, solo fui capaz de decirle que no podía acompañarme porque estaba muy ocupado.

A esta atolondrada respuesta siguieron unas risotadas estruendosas dentro del coche y hasta yo mismo terminé tronchado de la risa mientras la chica se alejaba buscando otras víctimas propicias. Nuestro amigo portugués y dueño del centro de buceo nos explicó que este tipo de jovencitas van buscando a hombres maduros que queden eclipsados por los cuerpos lozanos y que conserven una secreta y en mi opinión inmadura añoranza de la juventud. Son por ello, víctimas propicias para un casamiento exprés y así las chicas pueden obtener una nueva nacionalidad que les ofrezca una vida lejos de las islas y la entrada al paraíso de la opulencia material.

Al cabo de un tiempo y después de reírme bastante de mi mismo me asaltó un sentimiento de pena por todos las desequilibrios que se están introduciendo en muchos paraísos aislados de nuestro vasto planeta y por supuesto tuve un pequeño recuerdo para la preciosa negrita que por una posibilidad de huida hacia el mundo opulento, por un asqueroso billete de avión estaba dispuesta a ofrecer su flor vaginal a un naturalista desconocido. El día siguiente era el último antes de tomar el avión de vuelta a España y me levanté pronto a eso de las cinco y media, como siempre, y me dispuse en estas primeras horas de la mañana, que como indica José Luís San Pedro son las más fecundas del día, a escribir algún párrafo a favor de la abstención sexual en este tipo de situaciones. Me dije a mi mismo que si volvía a encontrarme con la joven ahora sí sabría responderle de forma convincente y pensé lo que le diría: no eres un trozo de carne al que devorar de manera insolente y depravada ni por supuesto un juguete cachondo con el que pasar un rato gustoso, no eres una muñeca hinchable ni por supuesto una cloaca seminal donde depositar semillas masculinas propias de alguna novela de Murakami, de ninguna manera debes entregarte a cualquier sátiro del inframundo europeo opulento. Te recuerdo que bien podría ser tu padre y de ninguna forma apruebo el comportamiento libidinoso e interesado desplegado entorno al turismo sexual.

Finalmente podría intentar motivarla para que se acercara a obras literarias eternas como las de Gibrán que le puede enseñar algo sobre las trampas de la comodidad, el lujo y confort que se refleja en los turistas y que tanto ansía nuestra joven o la de Saramago y así quizá aprender algo sobre el amor que le sirviera de talismán contra el turismo lascivo que pretende marcarla como una res de consumo público para el resto de su vida.

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