Categorías: Colaboraciones

Una fotografía de Ceuta

Puede que llevados de la vehemencia, la ignorancia o la torpeza, diéramos la impresión que elevar una crítica al devenir de la ciudad, pero no es así; pues no pretendemos aleccionar, ni convencer, ni quitar razones a nadie; sólo deseamos que nos dejen con nuestro dolorido sentir...

 

Puedo abrir los postigos de una Ventana que alcanza hasta el infinito... Llega la claridad del nuevo día: tenue, suave, rumorosa...Y como de la turbidez de una niebla blanquecina, van surgiendo los contornos desdibujados de Ceuta que se adivina desde el Mirador de San Antonio.
Una fotografía; una vieja fotografía qué puede testimoniar en los pretéritos sentimientos que habitan, como pájaros en transito en los alejados rincones de nuestras olvidadas almas...
Puede acaso una fotografía, una vieja fotografía devolvernos el recuerdo de algunos de nuestros actos pasados. Acaso pude devolvernos el recuerdo de un rostro de mujer, de unos pechos adolescentes, de unos labios... Acaso puede entregarnos el amor de enamorado por aquella muchacha que soñábamos abrazarla cada noche...
La fotografía se abre al infinito... A la derecha, se margina una chumbera verde, agreste, llena de sol, que como pequeños alientos de vida, retoñan unos higos-chumbos morados que apremian madurarse. Más abajo se despeña el Hacho por barrancas, laderas y trochas empinadas, hasta sosegar su brusquedad en el valle que principia el Parque de San Amaro. Desde esta altura no lo divisamos, sin embargo adivinamos el juego costumbrista de los niños y las jaulas de los pájaros y los monos; del estanque de los patos y la figura de agua de la fuente que rebrota en un surtidor hasta curvarse desnudo, transparente, en el aire. Adivinamos el goce perdido de las tardes deslumbrantes, doradas, soñadas, de San amaro...
Y como un haz de flechas imaginarias que lanzara todas a la vez, puedo apuntar: muelle Alfau, playa de San Amaro, bocana del puerto, buque mercante, muelle de Poniente, dársena del Puerto, playa Benítez, Loma Larga, Mirador, montes de la Mujer Muerta, Calle Real, Ceuta la Vieja, calle la Muralla, playita del Tintero -luego del CAS, muelle España, Puertas del Campo, cuesta Otero, El Morro, Hadú, El Príncipe, La Almadraba, EL Tarajal... Y el cielo luminoso de una mañana; o, el incendio rojizo de la caída de la tarde...
Pero todo es una ilusión de un instante, de un momento único donde la imagen congelada de la fotografía diríase que pretende conservar para la eternidad el recuerdo irrepetible del paisaje de una ciudad. Volvemos a mirar a la fotografía; a esta fotografía añeja como deseando encontrar en ella nuestro destino, nuestro pasado, nuestra raíces o nuestra razón de ser y de existir. Y volvemos a mirarla...Y podríamos mirarla mil veces mil...Y siempre nos quedará esa tristeza infinita, desoladora de las cosas que no podemos recuperar; de las cosas que aunque sean nuestras y nos pertenezcan, sin embargo, a la vez, como una paradoja ineludible, no tienen dueño y no podemos, a nuestro pesar, albergarlas en nosotros para siempre...
Puedo guardar en su cofre a los sentimientos, y allegarme al trajín de la carga y descarga del carbón de hulla desde los buques en el muelle Alfau; las grúas giran sus brazos de hierro y abarrotan las bodegas y las carboneras de los mercantes para que las calderas suministren el vapor para mover las hélices. La playa de San Amaro queda al exterior de la escollera; al interior se sitúa el varadero con sus gradas y algún barco a punto de botarse. El cuartel de la Reina -luego conocido popularmente del 8 y del 54 por instalarse en ellos ambos regimientos con esta numeración, y finalmente del Teniente Ruiz- y las Balsas. La sinuosa carretera de La Marina, con su margen izquierda flanqueada de edificios; y su margen derecha, liberada y abierta a una lamina azul que centellea de destellos de plata hasta las alineaciones de los muelles de La Puntilla.
Cubrimos la carrera de la Marina y llegamos al Puente Almina y al Muelle Comercio. Si aquel es el bullicio del centro de la ciudad; éste es el sosiego de las barcas de pesca meciéndose al compás de las tranquilas mareas que besan las rodas y las amuras dibujadas, como espejos temblorosos, en las aguas someras del fondeadero de traíñas y marrajeras...
Al otro lado del istmo, la playa y el barrio de pescadores de la Ribera; la muralla del Espigón y la Coraza, y el Foso de San Felipe, con su corriente de ida, de repunte y de vaciante; la calle la Muralla, y su balconada al mar...; la playita del "Tintero" para carenar los botes luceros y cabeceros; las murallas "del Angulo"; el jardín de "Los Enamorados" y de "La Argentina"; las Puertas del Campo y la subida al Morro y la cuesta Otero; y la carretera al Sardinero, al muelle la Puntilla, a la Hípica y a Benítez.
Podemos continuar desde el Puente Cristo por la rampa de bajada al muelle España, donde atracan los transbordadores que cruzan el Estrecho hasta Algeciras; el muelle Dato y la estación de ferrocarril a Tetuán; y las cinco alineaciones del muelle de Poniente que abrigan al Puerto de los vientos que vienen de esa dirección. Un vetusto carguero de puente en medio y puntales a proa ya popa, alcanza la bocana y se apresta -seguramente- a virar el timón a estribor para atracar en los muelles que resguardan a la dársena de los vientos y el oleaje del Oeste. El edificio blanco -en forma de barco- de la Junta se divisa junto a otros buques; y al fondo se columbra la fábrica de hielo y los tres pabellones de obreros del Puerto. A unos pasos, enlazará la carretera del barrio de "las Latas", con Mazurco y Playa Benítez".
En los puertos, los buques se allegan y se van sin decirnos adiós... Son momentos fugases, breves, distraídos...Yo diría que son momentos preñados de melancolías, de manos apoyadas en las barandillas, y ojos perdidos en los muelles de la ciudad sin nombres en la que nos encontramos atracados... En los puertos, hay horas, en que la soledad abrasa más que la lumbre que arde en el hogar. En los puertos, yo diría, que hay horas, que es mejor dejarlas sólo para las ausencias....
Y podemos continuar recorriendo toda la ballesta que hace la línea de costa hasta Calamocarro, y la siguiente hasta Benzú; y contemplar el rostro pétreo, imperturbable, de siglos, de la Mujer Muerta. Y subir las cuestas hasta el Mirador de Isabel II; y desde allí, contemplar a Ceuta navegar a Levante entre las aguas azules y profundas del Estrecho. Es el envés de la hoja; la otra cara de la moneda de esta fotografía de Ceuta tirada desde el monte Hacho. Cuantas veces hemos mirado a Ceuta desde uno y otro punto; desde el alfa y omega de esta ciudad antigua y llena de historia. Cuantas veces, los que nos encontramos en la lejanía, hemos viajado con el pensamiento y nos hemos situado al pie mismo de estos lugares. Sí; por qué no decirlo, más de una vez hemos soñado quedarnos allí para siempre. Y hemos aguardado que nazca el primer rayo en el mar; y al cabo, abandonado y ausente de la quimera de la vida, nos despedimos- liberados- en el último rayo que se consuma en la hoguera del ocaso tras los grisáceos peñascales del Atlas...

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