Opinión

Una fábrica centenaria

En una ciudad subvencionada y desmantelada de su actividad fabril del pasado, suena poco menos que a milagro que podamos asistir en este 2017 al centenario de una de aquellas fábricas que integraron el cordón industrial ceutí. Más o menos modestas o hasta artesanales en algunos casos, resulta patético recordar cómo fue desapareciendo toda aquella fuente de riqueza y actividad sin que nadie fuera capaz de evitarlo. Ya habrá ocasión en otro momento de tratar de ello.

Nuestra fábrica de chocolates y derivados del cacao cumple este año un siglo de vida, acontecimiento que no debería pasar inadvertido vista esa carencia de industrias, y los condicionantes que para su desarrollo pesan como una losa en una ciudad aislada del territorio nacional, con sus específicas peculiaridades y normativas adversas.

El fundador de esta fábrica fue un audaz vallisoletano, Constantino Eustaquio López de Pablo, que en 1908 recaló en Ceuta para cumplir con sus obligaciones militares. Cuatro años era el tiempo de permanencia en filas, periodo que aprovechó para trabajar sin descanso en un comercio – almacén de alimentación en el que, además de formarse comercialmente, logró reunir unos pequeños ahorros con los que, a su licenciamiento, le permitieron hacerse con un modesto establecimiento en el mercado.

Merced a una actividad agotadora, aquel gran emprendedor logró poner en marcha a los pocos años dos importantes negocios: una imprenta, a la que dio el nombre de una de sus dos hijas, ‘Olimpia’, y la fábrica de chocolate, a cuyo producto estelar quiso bautizar como ‘Maruja’, en honor de su hija mayor, precisamente el mismo que conservan hoy en día las populares tabletas.

Para la elaboración de sus chocolates y galletas, Constantino se trajo la maquinaria de Alemania, importando de Cuba directamente la materia prima. Nació así en, 1917, en la Marina, esquina a Alfau, su fábrica ‘La Única’, de la que salieron marcas como ‘Bebé’, ‘La Negrita’, ‘Africano’ y la propia ‘Maruja’. Acreditados productos que fueron merecedores de premios y distinciones en determinadas muestras y ferias dentro y fuera de España.

Con su negocio en plena expansión, López buscó unas nuevas dependencias que le permitieran ampliar su fábrica e instalar su nueva maquinaria de producción. Le bastó trasladarse tan sólo unos escasos metros, hasta Calvo Sotelo, 58, hoy Marina 30, a los locales que actualmente ocupa la casa de coches ‘Peugeot’, en la que nace una nueva delicia de la casa, el chocolate ‘Pierrot’. Pero por desgracia, Constantino falleció sólo cuatro años después y sus herederos terminaron vendiendo la fábrica a Ricardo Borrás, quien la integró en 1956 en su sociedad ‘Borrás Productos Alimenticios’ que contaba con torrefactos de café importado de Guinea, destilerías de alcohol, una fábrica de hielo y suministros de efectos navales.

De tal suerte, y al poco tiempo de tomar el testigo de la fábrica, la no menos emprendedora familia Borrás trasladó la industria a su actual factoría  de la Marina, esquina a La Legión, donde desde hace sesenta años sigue elaborándose la producción. Desaparecidas hace algunos lustros conocidas marcas en el recuerdo todavía de muchos ceutíes, como ‘Negrita’ o ‘Pierrot’, la fábrica comercializa en la actualidad sólo las tabletas ‘Maruja’, si bien ampliadas ahora a seis variedades distintas desde aquel primigenio chocolate con almendras.

En realidad se trata de un sucedáneo de chocolate de primerísima calidad, que nada tiene que envidiar al auténtico como pudo ser el ‘Pierrot’. Razones de conservación llevaron en su día a derivar la fabricación hacia esa fórmula, por su resistencia al calor, no digamos en verano, motivo por el que también dejaron de producir esas otras marcas que muchos todavía tenemos en nuestra memoria.

Las tabletas ‘Maruja’ llegan a diversos países en Europa y a muchos mercados marroquíes. Para mi sorpresa las vi en la medina de Marrakech, aunque también las hay en otros países africanos. Cuán satisfecho se sentiría hoy Constantino López, sabedor de que las tabletas con el nombre de su primogénita siguen en el mercado un siglo después de que nacieran en aquel vetusto y desaparecido caserón de la Marina, y llegando tan lejos.

Ya digo, el centenario en septiembre. Bueno sería pensar en algún tipo de reconocimiento institucional a tan longeva fábrica, pese a que la firma Borrás ya fuera distinguida en 2010 con la medalla de la Autonomía. Un siglo la contempla. Ahí es nada. Que sean otros tantos. Y en Ceuta, por supuesto.

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