Ceuta, ¿tiene solución? Es una pregunta que de un modo u otro revolotea por la conciencia de todos y cada uno de los ceutíes. Es una pesadilla, así que lo mejor es zafarse de la angustia que provoca y seguir aparentando normalidad. Unos optan por colgarse de sus propios recuerdos, otros ya emigraron psicológicamente a latitudes menos inquietantes (sólo conservan en Ceuta el lugar en el que obtener sus rentas), y un tercer segmento de población se deja llevar por la ensoñación de que siempre hay “algo” que pone las cosas en su sitio.
Pero la huida nunca fue una solución. Es más, en la mayoría de los casos (este es uno de ellos), extiende y agrava los daños. La onda expansiva sobre la “duda existencial” de Ceuta se amplía (peligrosamente). La semana pasada hemos tenido ocasión de comprobarlo con dos hechos que, en ámbitos diferenciados, abundan en la misma dirección. Uno de ellos tiene que ver con el espacio de opinión: la publicación del libro de un conocido periodista español, experto en la política marroquí, uno de cuyos capítulos se titula literalmente: “Ceuta, una Ciudad sin futuro”. También hemos tenido la oportunidad de conocer la respuesta del Comisario Europeo competente sobre la posible incorporación de Ceuta a la Unión Europea, descartándola con mentiras y eufemismos insultantes.
El diagnóstico sobre la realidad de Ceuta es de una simpleza demoledora. Cualquier persona con un mínimo sentido de la observación es capaz de saber perfectamente qué ocurre en Ceuta y por qué. Podríamos sintetizar el origen de esta durísima coyuntura histórica en dos fenómenos diferenciados: nuestra incapacidad para construir una sociedad intercultural (dos comunidades que se miran con excesivo recelo y no encuentran el modo de fusionarse); y un conflicto político de enorme envergadura (la reivindicación anexionista de Marruecos), que nos ha relegado a un extraño “limbo” sin más expectativa que alcanzar la muerte por inanición con el paso del tiempo.
Dejaremos al margen la primera de las cuestiones, que ha sido (y seguirá siendo) objeto de preocupación, análisis y propuesta. Porque éste sí es un mal cuyo remedio está en nuestras manos (o, mejor dicho, en nuestras conciencias).
La disección del problema estrictamente político, nos lleva directamente a una pregunta determinante: ¿puede ser Ceuta una Ciudad económicamente autosuficiente? Todo armazón político se construye sobre una realidad económica. La vigente en Ceuta se sostiene por la inyección desproporcionada de fondos públicos y la actividad ilegal (en uno u otro país). Esto equivale a decir, en términos económicos, que estamos ante un enfermo terminal y sólo queda esperar a que la autoridad competente decida el momento de retirar la respiración asistida. Esta situación ¿es reversible? Técnicamente hablando, sin duda. Ceuta no es ni mejor ni peor que cualquier otro lugar. Puede tener sus dificultades (incluso más de las normales) pero también tiene sus posibilidades. Todo el mundo ya reconoce que un modelo económico alternativo y sostenible para Ceuta pasa por su incorporación a la Unión Aduanera y el establecimiento de una Aduana Comercial. A partir de ahí, se puede reconstruir un tejido empresarial (en el sector servicios) suficientemente fuerte para sostener económicamente la Ciudad. En dos mil once, Caballas elevó al Pleno esta propuesta y fue aprobada por unanimidad. Lo que supuso que al Presidente Vivas le cayera un broncazo monumental. Porque el impedimento para el desarrollo de Ceuta es de naturaleza genuinamente política. Con un agravante. Es de esos asuntos políticos (llamados “de estado”) que “no se pueden airear” ni tratar con transparencia. Por ello se recurre siempre a la mentira en cualquiera de sus modalidades (el silencio, el eufemismo, la excusa o la evasiva). El Gobierno español no puede decir públicamente la verdad: “Ceuta y Melilla no valen un conflicto con Marruecos” Esta posición política, que en muchos sectores de opinión está arraigada desde hace tres décadas, encuentra en el actual contexto histórico un exponencial refuerzo argumental (inmigración, terrorismo, estabilidad estratégica en la región y relaciones económicas preferentes). Ante la magnitud de estas cuestiones, el peso de Ceuta y Melilla es insignificante. Este hecho provoca que lo que debiera ser un debate abierto y sincero sobre el futuro de Ceuta, se convierte en una nebulosa que desorienta, confunde y fatiga a todos. Ceuta no se incorporará a la Unión Aduanera porque Marruecos no lo admite. Ceuta no será Comunidad Autónoma porque Marruecos no lo consiente. En el Tarajal no habrá una Aduana Comercial porque Marruecos no lo acepta. Ceuta no será una Ciudad “normal” porque Marruecos no quiere que lo sea. Y España ha claudicado. Hemos llegado a tal punto en que hasta las empresas privadas, en principio ajenas a la presión de cualquier estado, no dan ningún paso que no esté “autorizado” por Marruecos (para evitar de este modo posibles represalias).
Y ante esta funesta tesitura, ¿Cómo reaccionamos los ceutíes? Lo razonable (y esperable) es que tuviéramos una posición política colectiva (reivindicativa) sobre esta cuestión que es la indiscutible prioridad número uno y que trasciende ideologías y generaciones. Pero aquí topamos con otro grave problema. Éste exclusivamente de orden interno. La extrema debilidad de nuestra vida pública. Todos los elementos sobre los que se articula el espacio político (partidos, agentes sociales y medios de comunicación), carecen por completo de la solvencia y consistencia necesarias para afrontar un reto de esta magnitud. La vida política en Ceuta oscila entre lo ridículo y lo grotesco. Se ha convertido en una absurda competición de ocurrencias de rango menor. No hay altura de miras. Se discute de manera enfervorizada sobre las cosas más nimias, y se orillan los asuntos de fondo. Miopía (ausencia de análisis). Infantilismo (irresponsabilidad). Incompetencia (ineptitud). En este escenario es muy fácil que se imponga la “ley del PP”. Este partido, que gobierna España y Ceuta, ha llegado a la conclusión de que Ceuta no tiene arreglo y ante esta evidencia, lo mejor es no activar polémicas que puedan excitar o sobreexcitar a la población para no llegar a ninguna parte. El PP (y con él la mayoría de la población) piensa que una actitud reivindicativa puede ser contraproducente, ya que puede implicar la “revisión” de determinados mecanismos de ayuda (plus de residencia, bonificaciones fiscales, etc) y al final, salgamos “trasquilados” (mejor dicho, más trasquilados de lo que estamos). Así que lo mejor es el silencio y la quietud. Secuestrados por la prudencia. Se construye un discurso aseado y melifluo que suena bien en los oídos de los inconscientes, y dejamos pasar el tiempo. Y así vivimos, convenientemente anestesiados, en espera del desenlace final. Eso sí, de vez en cuando, alguien nos recuerda (el típico aguafiestas) que Ceuta no tiene futuro.