La consolidación del bipartidismo ha contribuido muy poderosamente a la adulteración del sistema democrático, hasta sumirlo en una profunda crisis. La contumaz prevalencia del resultado electoral (conquista del poder) sobre los principios y valores ideológicos, ha conducido a que cada uno de los llamados partidos grandes se conviertan en un magma confuso en el que es prácticamente imposible identificar su pensamiento. Ampliar el electorado a corto plazo, sin necesidad de hacer un esfuerzo de pedagogía, sólo es posible haciendo concesiones en términos ideológicos. El pragmatismo mal entendido ha destruido el ideario que debería vertebrar cada proyecto político para dotarlo de identidad propia. Esta patología, excesivamente extendida y alentada por nuestra impostada democracia, tiene en el PP su paradigma por excelencia. El partido que hoy gobierna España se afana en presentar públicamente una imagen de derecha moderna comprometida con los valores democráticos. Sin embargo todo el mundo sabe que la ultraderecha más feroz alberga en sus entrañas. Es imposible calcular la cuota de influencia que tiene en el seno de la organización; pero indudablemente, la tiene. De este modo, cuando un ciudadano decide votar al PP no puede saber con exactitud lo que vota. Lo intuye, pero no lo sabe. Lo ideal, porque es lo sano democráticamente hablando, es que la ultraderecha tuviera un referente electoral nítido y que se midiera en la urnas.
Este fenómeno, que afecta con carácter general al PP en todo el país, adquiere en nuestra Ciudad una de sus más evidentes y preocupantes manifestaciones. Resulta absolutamente increíble que en Ceuta no exista un partido de extrema derecha. Una mera observación de la realidad social nos descubre una indisimulable sobreabundancia de personas que comulgan con los postulados de la derecha más reaccionaria. Para mayor desdicha de Ceuta, se añade la dramática circunstancia de que una de las señas de identidad más relevantes de esta forma de (no)pensar, es la militancia en las filas del racismo más intolerante. ¿Dónde está políticamente ubicado todo este sector del electorado? Alguno en el PSOE, pero la inmensa mayoría en el PP. Sus cargos públicos, incluido el propio presidente, que fingen ofenderse cuando se expone públicamente esta incontrovertible realidad, son perfectamente conscientes de ella. Saben que una parte nada despreciable de su electorado hunde su alma en las raíces franquistas. Son los nostálgicos que añoran una Ceuta sin musulmanes gobernada por una autoridad militar. Excrecencias recomendablemente prescindibles. Pero el PP no quiere perder ni un solo voto. Por eso juega a satisfacer a todos. Prefiere moverse en la ambigüedad, gestionada habilidosamente mediante su poder mediático y el clientelismo (los “fachas” también se venden por dinero o por un puesto de trabajo), en lugar de decantarse por la defensa firme y sincera de los valores democráticos.
Esta estrategia, que obedece exclusivamente a intereses particulares a corto plazo, explica que Ceuta siga sumida en una pegajosa imagen de “ciudad facha”. Así nos ven. Así nos va. Para millones de españoles somos un reducto anacrónico y pintoresco, que unos ven con odio y otros (muy pocos) evocan como un sueño. Una injusticia. Pero ganada a pulso. La profusa exhibición de uniformes y motivos militares en multitud de actos y actividades de estricta naturaleza civil, alimenta esta patética entelequia que nos sume en una vergonzosa versión del túnel del tiempo.
Mientras el PP no se decida a abrazar la democracia en toda su plenitud, y siga ganando elecciones, Ceuta no se librará de la cadena psicológica que nos une al franquismo. Incluso a costa de incumplir la ley. En el monolito del Llano Amarillo, se exhiben símbolos franquistas prohibidos por la legislación vigente. El presidente dice que no los ha retirado (¡desde hace cuatro años!) porque no tiene presupuesto. Todos burlados. Todos felices. Los “fachas” pueden seguir presumiendo de que el franquismo (al menos en Ceuta) no ha muerto; y los derechistas más civilizados quedan aliviados por el talante democrático demostrado, aunque moderado en este caso por una causa de fuerza mayor (falta dinero). El presidente se siente muy dichoso con su demostrada inteligencia para seducir a la masa electoral. El problema es que sus piruetas no son divertidas ni salen gratis. El coste que paga Ceuta es tremendo.
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