Días atrás me informaron de que se iba a celebrar en el Parque de las Ciencias de Granada el encuentro anual de directores de Parques de Ciencias de España y que la conferencia inaugural correría a cargo de Francesco Tonucci. Asimismo se me informaba de que se haría un pequeño homenaje al que hasta hace poco fue su director, Ernesto Páramo. No podía perderme el acto. Al maestro Tonucci lo había leído, pero no le había escuchado. A Ernesto le tengo un gran aprecio, tanto por sus cualidades humanas, como profesionales. Lo suelo poner de ejemplo en mis clases de economía de la empresa, como un caso especial de eficiencia en la dirección de empresas públicas.
Como era previsible, Tonucci dio muestras de maestría desde el primer momento. Lo primero que hizo fue cambiar el título de su presentación. Ya no sería “Una ciencia para niños”, sino “Arte y Escuela”. Después vendrían más sorpresas. Presté mucha atención a su charla. Igual que el resto de las personas que llenaban el salón de actos. Me intrigaba mucho descubrir el porqué de ese cambio. Tenía que haber una razón. Y tenía que ser una razón muy importante. No cabía esperar menos de un gran intelectual e investigador como él, pensé.
Previamente a esto, Ernesto me lo había presentado. Le expresé mi admiración por sus teorías pedagógicas y le confesé que era de los pocos pedagogos que conocía que expresaran sus teorías a través de los dibujos. Su inmediata respuesta, inocentemente socarrona, aunque no exenta de cierta genialidad y picardía, fue: “Es que en realidad, lo que yo soy es un dibujante”. Hasta ese momento yo había leído (contemplado) solo dos libros suyos: “Con ojos de abuelo” y “Los niños y las niñas piensan de otra manera.
La breve, a la vez que sentida y emotiva declaración de Ernesto, en su respuesta como agradecimiento al sencillo homenaje que se le hacía: “La educación es la mejor profesión y el mejor instrumento para mejorar y ayudar a las personas. La ignorancia es peligrosa y contagiosa. Frente a ella, el conocimiento es lo mejor”, anunciaba, en cierta forma, de lo que se iba a hablar durante el acto. Educación y conocimiento. Los dos grandes pilares en los que ha basado su desarrollo el Parque de las Ciencias de Granada desde su creación hace 25 años. También los de compromiso y pasión, como explicara el nuevo director, Luis Alcalá, que dejó así su impronta al declarar que, entre compromiso y pasión, siempre se debía escoger la pasión.
Tonucci, que ha tenido una importante trayectoria profesional y vital en defensa de los derechos de la infancia, también ha desarrollado teorías que resaltan que la posibilidad de tocar objetos aumenta la eficacia de la educación, lo cual ha resultado vital para el auge de los Parques de Ciencias. Por esto, alguno de los ponentes resaltó que estos eran un auténtico privilegio para los estudiantes al ser santuarios de conocimiento.
Pero también nos explicó que el papel de la educación es similar a la del artesano y que el juego, que es el motor de la vida, ha de ser lo esencial en la escuela. “Es difícil pensar y aceptar que el proyecto social de nuestra escuela sea solo literatura y matemática”, nos decía. Para él, seguía siendo urgente decidir si la escuela tenía que dedicarse a un podo de todo, a riesgo de no ser excelente en nada, o a lo que realmente interesa a los niños.
“También nos explicó que el papel de la educación es similar a la del artesano y que el juego, que es el motor de la vida, ha de ser lo esencial en la escuela”
Llenar la escuela de contenidos, aunque sean sin sentido, no conduce a ninguna parte, sentenciaba. Por el contrario, hacer que los niños se dediquen a lo que les gusta, ayuda a ser excelentes y a ser felices.
Pero el momento álgido de su intervención fue cuando, dirigiéndose a las autoridades educativas allí presentes les dijo : “Las aulas son incompatibles con la educación. Pasar mucho tiempo en el mismo lugar y sentado es contrario a la auténtica educación”. Según él, la escuela debía ser un lugar de talleres variados. De ahí que resaltara que un buen maestro debía estar por delante de un pupitre o un libro. En este sentido no es casual su apoyo a las experiencias que se desarrollan en los Parques de Ciencias y de que en el Parque de las Ciencias de Granada haya sido el impulsor de que en el mismo tengan un papel primordial los niños a través del Consejo Infantil.
Pero su frase más proverbial fue aquella en la que afirmó que “… un buen maestro no enseña, solo hace preguntas, acompaña, ayuda…”. Todo un alegato a favor del trabajo autónomo del alumno, de la evaluación continua por parte del docente y en contra de la clase magistral como metodología de enseñanza obsoleta.
Casi sin tiempo para las despedidas, salí de allí con premura. En poco tiempo tenía una de mis clases en la universidad. En esta ocasión, los estudiantes tenían que exponerme a mi y a sus compañeros las conclusiones de su trabajo, desarrollado en grupo, siguiendo las pequeñas guías de trabajo autónomo que les había expuesto en clase. No sé si a esto es a lo que se refería el maestro Tonucci. Creo que sí. A mi me va bien. A los estudiantes creo que también. En su libro “Por qué la infancia”, Tonucci reflexiona acerca de la necesidad de ver a los niños como seres con talento que merecen tener su propio espacio en la sociedad, en vez de construir ciudades que giran la espalda a algo tan esencial como su libertad.
Estas mismas reflexiones son las que nos deberían conducir también a repensar el papel de la educación en las sociedades modernas. Quizás debería dejar un espacio más amplio a lo que realmente interesa a los estudiantes.
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