Categorías: Opinión

Un reluciente anillo amarillo

Cuarenta años después, Golden State Warriors ha vuelto a conseguirlo. Los californianos han levantado el por entonces inexistente trofeo Larry O’Brien que les confirma como nuevos campeones de la NBA ante Cleveland Cavaliers por un global de 4-2. Paradójicamente, la franquicia de Oakland ha logrado este éxito a través de la dirección del “novato” entrenador Steve Kerr, jugador de los míticos Chicago Bulls de Michael Jordan entre otros.

Digo paradójicamente porque, recordemos, el verano pasado Kerr rechazó la posibilidad de hacerse cargo de los Knicks de Phil Jackson para, en su lugar, liderar el proyecto de los Warriors. Por aquel entonces, se criticó con fuerza al otrora triplista por su “falta de ambición”, pues apenas se entendía que ignorara el mando de un conjunto en el que brillaba Carmelo Anthony por un equipo que jugaba bien y poco más. El tiempo parece haber puesto las cosas en su sitio.
Antes de las finales, Golden State Warriors ya se postulaba como el favorito de las mismas ligeramente por encima de los Cavaliers de LeBron James. Se tenía la percepción general de que los Warriors contaban con más recursos tácticos para poner en apuros al repertorio estratégico de David Blatt. Además, los Cavaliers habían perdido a Kevin Love en la primera ronda de los playoffs, lo cual les privaba de una importante arma tanto a la hora de dominar el rebote como de dotar de mayor amplitud y variedad el arsenal ofensivo de Cleveland. De esta forma, LeBron James y Kyrie Irving se postulaban como los únicos jugadores capaces de marcar las diferencias en este enfrentamiento definitivo, quienes, asimismo, debían capitanear un adecuado y sobresaliente balance ofensivo y defensivo que pudiera superar y frenar respectivamente a las principales estrellas de los Warriors.
 Por si la situación no fuera difícil de por sí para la franquicia de Ohio, el primer partido de la serie agravó seriamente sus problemas, ya que no solo supuso la primera victoria de Golden State sino que, además, se lesionó Kyrie Irving, que se vio obligado a despedirse de las finales debido a una lesión grave. LeBron James se quedaba solo con la extraordinariamente complicada tarea de liderar el equilibrio ofensivo y defensivo de su quinteto, y, al mismo tiempo, quebrar los sistemas ideados por Kerr para frenarle. Demasiado trabajo para un solo hombre, pero LeBron siempre ha sido mucho más que eso. En efecto, el chaval de Akron dio dos auténticos recitales ante un titubeante Stephen Curry, que sirvieron a los Cavaliers para ganar los dos siguientes partidos y poner la serie 2-1 a su favor, sumando a su bolsa la ventaja de campo. Se mascaba la tragedia en el vestuario de los Warriors, quienes estaban a un solo paso de tener que enfrentarse a un 3-1 que nadie hasta el día de hoy ha superado en unas finales de la NBA.
Pero Steve Kerr supo rectificar a tiempo. El estadounidense comprendió que si no frenaba a LeBron James las posibilidades de victoria se reducían significativamente, para lo cual recurrió a la titularidad de Andre Iguodala, probablemente el especialista defensivo más importante de todos los jugadores de Golden State que había partido de los banquillos durante el resto de la mayor parte de la temporada. Aparte de lucir un nivel defensivo a la altura de las necesidades de los Warriors, Iguodala también aportó lo necesario en la faceta ofensiva para igualar la serie 2-2, recuperar la ventaja de campo y repeler el fantasma del 1-3. LeBron lo intentó, pero entre el buen hacer de Iguodala y el cansancio que acalambraba su cuerpo no pudo repetir sus últimas actuaciones. Lo demás es historia.
Lo más interesante de Golden State es que no es un equipo de jugadores viejos a los que les ha surgido la oportunidad de su vida. Los californianos atesoran la mezcla perfecta entre juventud y madurez para dar bastante guerra durante las próximas temporadas, incluso más allá si los recambios son elegidos con cuidado. Igualmente, Steve Kerr ha demostrado que está más que capacitado para hacer frente a cualquier rival. Por su parte, los Cavaliers continúan teniendo un futuro prometedor siempre que Love y sobre todo James decidan quedarse, puesto que tienen la materia prima necesaria, e incluso su entrenador, que comenzó titubeante, parece haberse adaptado a la liga y a su plantel. A título personal, su estrella más rutilante, LeBron James, suma cuatro finales perdidas de seis disputadas, entre cuyas victorias se encuentra la del año 2013, en la que el milagroso triple de Ray Allen resucitó a Miami Heat cuando ya estaba prácticamente montado el escenario para entregar el trofeo a los Spurs. Unos números sorprendentes si tenemos en cuenta que ha sido, por mucho, el jugador más dominante de los últimos años, y que sus equipos no han estado para nada mal. Tal vez la corona pese demasiado.

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