Mi viejo amigo - el marinero con el que tantas veces hablo - me ha dicho que la vida de cada persona está llena de vicisitudes, muy variadas en su esencia y en la huella que dejan en el ánimo, configurando nuestra forma de ser. A veces casi no nos damos cuenta de algún que otro detalle, pequeño en apariencia pero que, sin embargo, llega a calar muy hondo.
Hay que vivir con la mente y el corazón abiertos, me dice él, igual que en la mar hay que navegar siempre, por mucha que sea la experiencia que se tenga y aunque sea por zonas que se tienen por bien conocidas. El peligro siempre existe y aumenta si se le desprecia.
Me ha dicho todo eso y bastantes cosas más porque se ha encontrado, al regreso de una larga navegación, con una situación muy complicada, desordenada y con mucha gente que no para de hablar acerca de lo que nos conviene, a todos, en nuestra sociedad.
Él está acostumbrado al ambiente de la mar, donde el viento y las olas tienen un lenguaje más reducido, pero que nunca engaña, que nunca te dicen que van a procurarte bienestar si no tomas las medidas adecuadas, aunque éstas sean duras y obliguen a estar pendientes de las posibles variantes.
Por eso le asombra la ligereza de muchos al hablar, tanto si se trata de personas con gran responsabilidad para con los demás como de quienes sólo tienen la suya propia. Por ello teme que no llegue a lograrse un buen entendimiento en nuestra sociedad y que mucha gente llegue a sentirse defraudada. Él, mi viejo amigo el marinero, prefiere la constancia en el esfuerzo, con un buen rumbo y con pleno deseo de ser útil para el bienestar de los demás.
El es un marinero de barco pequeño, donde todos se conocen a fondo y donde se nota, enseguida, cuando alguien flojea o no sabe lo que tiene entre manos. Teme que en una sociedad más amplia se puedan dar equivocaciones muy dolorosas y por eso cree que cada persona debe estudiar muy bien lo que se le dice o lo que se oye con sentido general.
Cree que no hay que ser ambicioso sino contentarse con lo que todo buen marinero desea en sus largos días de mar: un rayo de sol perdido sobre las aguas turbulentas, una señal de esperanza, una señal de bonanza aunque sea lejana. Con las palabras del poeta habría que decir:”Pediré al sol que toda mi fortuna sea un rayo perdido en alta mar”
Estamos viviendo un tiempo abocado al futuro próximo y debemos querer afrontarlo con un gran deseo de amor a los demás, de servirles en sus necesidades y ayudarles a que las puedan resolver con su esfuerzo personal. Que ellos - todos - puedan encontrar ese rayo de sol perdido en la inmensidad de la vida; como mi viejo amigo el marinero.
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