Categorías: Opinión

Un rato en Granada

He estado numerosas veces en Granada, pero en cualquiera de ellas siempre ha resultado ser sólo un rato; Granada no sólo merece más tiempo - por supuesto mucho más que un rato - sino conocimiento previo de lo que es Granada. A ésta Ciudad haya que ir con muchas lecciones aprendidas, tanto por medio de la lectura personal como por los relatos que, acerca de ella, nos proporcionen los conocedores de ellas. Siempre habrá un detalle nuevo que nos dará a conocer un amigo que ya haya estado en Granada anteriormente; y siempre será nuevo porque se trata de sentimientos personales de esas personas. Granada, aunque sólo sea durante un rato, es capaz de llenar tu espíritu de algo especial, algo que incluso otras personas lo perciben de otra forma, con otro matiz, con otro sentido, con otra llamada a la sensibilidad.
Granada es, sobre todo, sensibilidad que se ofrece como el aire que en ella se respira. Granada es tiempo que le entregas sin condiciones para que el ser de esa Ciudad vaya trabajando en lo más hondo de tu espíritu  para dejar una huella profunda y acariciadora. Granada y tú tendréis ya un algo en común que se mantendrá vivo a lo lo largo de tu vida, aunque ésta sea una vida inquieta y dada a visitar muchos otros lugares del mundo: En cualquier lugar del mundo, aunque muchos de estos sean desconocidos, el ser humano puede recibir esa señal especial que su espíritu necesita para gozar de serenidad y de humildad; tanto más cuanto mayor sea la suficiencia que él mismo se pueda otorgar. Esto es lo que, especialmente, se puede lograr en Granada durante una rato de visita a cualquiera de sus rincones. Granada hay que descubrirla  y gozarla personalmente.
En esta ocasión mi breve estancia en Granada ha sido motivada por la boda de Esperanza con mi nieto Fernando. Granada, así, aporta un rato más a mi alma y debo decir que ha supuesto un caudal inmenso de emociones. La Parroquia de San Gil y Santa Ana (siglos de serena belleza interior que tanto necesita el alma) acogió a la pareja que se unía en matrimonio y a quienes tuvimos la satisfacción de acompañarles. Yo, por mi condición de abuelo de abuelo del novio. tuve sitio en el primer banco del ala izquierda, justamente al pie del final del precioso velo con que se adornaba la novia.
Esperanza, la novia, ya ha quedado asociada en mi mente y en mi corazón a ese larguísimo y bellísimo velo nupcial en el que se adivinaba la maestría de las bordadoras granadinas. Un rato en Granada, en ésta ocasión, ha supuesto conocer lo que es la belleza de una novia, adornada con un precioso y riquísimo velo extendido hasta mis pies en la parroquia de San Gil y Santa Ana.

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