Entre reuniones académicas, congresos y cursos de inglés, he estado fuera de Ceuta más de un mes seguido. Espero que esto no sea un inconveniente para estos señores de la Agencia Tributaria, que desde un tiempo a esta parte, se dedican a cruzar el listado de residentes subvencionados en sus viajes en barco, con el calendario, para ver si, exactamente, has estado 183 días en la ciudad. Dicen que es para prevenir el fraude. Incluso algunas malas lenguas hablan de que era una vieja reivindicación del Presidente de la Ciudad Autónoma (y del actual Delegado del Gobierno), para así forzar a los que declaran su residencia en Ceuta, a que residan de verdad aquí. A mí me parece “matar moscas a cañonazos”, visto lo visto de lo que se mueve por estas latitudes; que además no va a tener efecto alguno en el incremento de la recaudación, ni en la prevención del fraude, ni en el número de estancias reales en la ciudad. Probablemente, sus efectos serán contrarios a los pretendidos. Tiempo al tiempo. A lo que voy.
Como digo, hacía tiempo que no pasaba un fin de semana tan largo en Ceuta. Aprovechando que me habían colocado exámenes extraordinarios de septiembre los días 1 y 2 (éste último trasladado al sábado 10, algo inaudito en un Campus que no imparte docencia los viernes en la mayoría de sus titulaciones), y que el día 2 de septiembre, además de mi cumpleaños, era el día de la Autonomía de Ceuta, la verdad es que me apetecía pasear tranquilo por las calles de la ciudad, bañarme en sus playas, montar en barco (me refiero al de pasajeros), poner algunas cosas al día, y dar los últimos retoques a las ponencias que presentaremos la próxima semana en Toledo y en Nápoles, donde hay sendos Congresos internacionales, uno de estadística y otro de economía (de ellos hablaré otro día).
Antes de nada decir que la semana anterior a mi vuelta, conocí a una familia residente en Marbella, comprando pan ecológico en mi pueblo. Ellos no sabían que yo residía y trabajaba en Ceuta. Cuando se enteraron, comenzaron a contarme las ganas que tenían de venir por la ciudad y las veces que habían desistido, a consecuencia de los prohibitivos precios de los billetes de barco. Efectivamente, tuve que darles la razón y explicarles que esta era la forma de actuar de los empresarios irresponsables, que aprovechándose de una clientela cautiva, e ignorando las reglas de la gestión de empresas, mantenían los precios de los viajes innecesariamente altos, sin que las autoridades, esos que tanto prometen en periodo electoral, hicieran nada por impedirlo. Les dije que aquí a las compañías navieras les llamábamos cariñosamente los “piratas del Estrecho”, pues se dedicaban a atracar a los inocentes pasajeros, sobre todo en época de vacaciones. Pero les dejé la puerta abierta a la próxima instalación de una nueva línea “low cost” (Bluemar Ferries), según las noticias que tenía, aunque sin muchas esperanzas.
Nuestro primer día en Ceuta no fue nada mal. Cumplí con mis obligaciones docentes, puse al día algunos asuntos pendientes y aproveché para acudir a la fiesta que se había preparado en la Plaza Nelson Mandela, donde se celebraba la I muestra gastronómica intercultural. Una buena iniciativa. Sin embargo, cuando llegamos, no más tarde de las 9 de la noche, ya no había tapas. O somos muy bribones, o se preparó poca comida. La única opción fue irnos de tapas por los bares que había abiertos (no muchos). Sin embargo, la noche no pudo ser peor. El calor era insoportable (de esto no tienen culpa las navieras, ni las autoridades). Tuvimos que dormir, bueno, intentarlo, con la ventana abierta. No corría ni brisa.
Al día siguiente dimos la vuelta al Hacho. Soñaba con esta ruta desde hacía semanas. Después nos fuimos a comer magnífico pescado a la playa. El pescado era de una calidad extraordinaria. La tarde fue tranquila. La noche no tanto. Seguía el calor, acompañado de un levante insoportable. La música en los garitos del poblado marinero era estruendosa. Supongo que a consecuencia de las altas temperaturas, las puertas estarían abiertas. No pudimos conciliar el sueño hasta pasadas las dos de la mañana. Pero cuando lo habíamos conseguido, las pandillas de “niñatos” que salían borrachos de las salas de fiestas, tenían que seguir dando voces y llamando la atención (¿es que no hay patrullas de vigilancia de la policía local?). Vuelta a intentar conciliar el sueño. Pasadas las cinco de la mañana, lo conseguimos. Pero pronto comenzó la máquina de la limpieza a hacer su trabajo. Supongo que habrá máquinas con mecanismos que silencien el motor. Pero los que aún tienen en la empresa de limpieza de Ceuta, parecen locomotoras de carbón del siglo XIX. Cuando acabó, era hora de levantarse para ir nuevamente al Hacho. Preferible esto, aunque tengas sueño, que aguantar el asfixiante calor en la casa.
El sábado ya se veía más movimiento. Muchos comercios estaban abiertos. Había algunos grupos de turistas paseando, y comprando (el viernes paseaban, pero no podían comprar). El diario decano, nos informaba de los actos del día de la Autonomía. ¡Una medalla a la UGT!. No salgo de mi asombro. Dar medallas a organismos que no tienen otra función que hacer el bien a los demás, me parece una ofensa. Aunque ha tenido algo bueno. Que el Secretario General de este centenario sindicato, haya sufrido los problemas de la frontera con Marruecos, a consecuencia de que le era muy complicado (y caro), venir en barco hasta Ceuta, quizás sea bueno para que se den cuenta, una vez más, que el futuro de Ceuta no pasa por las subvenciones, o por el control de los días de estancia en Ceuta de los residentes, sino por acciones positivas para abaratar el precio de los billetes de barco, o para agilizar el paso fronterizo con Marruecos. Esto si generaría actividad y desarrollo económico.
No sé si me han quedado ganas para pasar otro fin de semana tan largo en Ceuta. Seguro que lo haré. Pero, entre unas cosas y otras, no hay muchos incentivos, la verdad.
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