Hace ya algún tiempo que el pueblo de Ceuta consintió que lo despojaran de su dignidad. Este es un hecho incontrovertible. Se podrá discrepar sobre las causas, lejanas o próximas, que propiciaron y alentaron este proceso de desconexión psicológica y amortización de la conciencia colectiva. Pero lo que no es discutible es que el pueblo de Ceuta, hoy, no constituye un sujeto político con señas de identidad propias. No existe un proyecto de Ciudad de futuro con el que nos podamos sentir identificados. Nuestra Ciudad se ha convertido es un espacio de inquietud e incertidumbre, en el que cada cual planifica su propio camino completamente al margen de los demás. Es una especie de espera indefinida que devora el tiempo sin mirar hacia ningún horizonte.
Esta es una realidad bien conocida y ampliamente debatida. Quizá la novedad reside en que también estamos constatando que las posibilidades de reversión de esta situación están definitivamente sepultadas. No se aprecia un embrión, por pequeño que fuera, de recuperación de la “ciudadanía ceutí”, que invite al optimismo. Más bien al contrario. Es una posibilidad que se aleja vertiginosamente. Un hecho producido en los albores de la nueva campaña electoral ilustra con claridad el estado de postración en el que nos hemos sumido (y consumido). El candidato del PP a la Presidencia del Gobierno ha visitado Ceuta. Y para ello se ha afanado en explicar previamente que no viene como Presidente en funciones, sino como candidato; y además, en su agenda pública como tal, no aparece el acto de nuestra Ciudad (oficialmente estaba en Jerez). Hemos recibido un trato degradante y humillante. El Presidente (en funciones) de nuestro país se avergüenza públicamente de nosotros. Nadie se debe enterar de que visita a los “hijos ilegítimos”. Todos conocemos la razón de esta ofensa. Entre Ceuta y Marruecos, siempre Marruecos. Ceuta es una molesta “cuestión de estado”. Hasta aquí lo habitual. Lo que infunde una profunda tristeza no es el hecho en sí (estamos muy acostumbrado a este tipo de agravios), sino la respuesta de la ciudadanía. Hemos interiorizado nuestra condición de “excrecencia inservible” hasta tal punto, que asumimos con absoluta naturalidad la humillación como relación habitual con las instituciones de nuestro país. Unos aplaudiendo extasiados como bobalicones, y otros huyendo por el atajo de la indigna indiferencia.
Pero hay algo aún peor, que corrobora que no estamos ante un fenómeno pasajero, sino ante un cambio cualitativo definitivo. Ninguno de los partidos políticos que optan a representar a Ceuta en las cortes generales plantea entre sus objetivos el cambio de la actual naturaleza política de Ceuta. Todos han asumido que Ceuta será siempre una “Ciudad autónoma” (que no figura en la Constitución), excluida del mapa de las 17 comunidades autónomas que forman el estado español; excluida de la Unión Aduanera europea; excluida del paraguas defensivo de la OTAN; excluida del espacio Schengen. La exclusión como última razón de ser.
Nos han terminado por convertir, con nuestra vergonzante complicidad, en un presidio del siglo veintiuno. Trágico retorno a tiempos funestos. Una valla con concertinas para vulnerar los derechos humanos de personas inocentes, un centro para retener inmigrantes injustamente (e irregularmente); una macro prisión aún por estrenar; y una plataforma “sui géneris” para, desde la ilegalidad, promover relaciones comerciales y de servicios entre los dos espacios fronterizos mientras Marruecos encuentre socialmente rentable estas prácticas. Alrededor de ello, empleo público y presupuestos públicos dilapidados sin pudor. Nada de esto se oirá en la campaña electoral. Hemos perdido el alma.
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