Majara es una palabra muy ceutí. Con ella se define a una persona chiflada aunque inofensiva. Tiene incluso una considerable carga de afectividad. Un majara es una persona entrañable que vive una realidad paralela sin conexión con el mundo que lo rodea. Ceuta está infestada de majaras.
Cada vez son más numerosos y activos los personajes que arrastran una extravagante existencia por la pasarela social, exhibiendo las más variopintas ensoñaciones. Así, la nómina de superhéroes caseros, egregios mandatarios de ficción e intelectuales de la testosterona más rancia; crece imparablemente, animando una vida pública con innegables tintes circenses.
Esto, sin embargo, no es especialmente malo ni llamativo. Si acaso pintoresco y divertido. Es una especie de enfermedad que se agudiza cuando se acercan las elecciones, y cualquiera vislumbra la posibilidad de agarrarse a un medio de vida siquiera provisionalmente. La probada volubilidad del electorado ceutí anima a probar suerte. Cuando termina la fiesta, todo vuelve a su ser, aunque siempre quedan secuelas y reminiscencias. Es llevadero.
Lo que es realmente preocupante es que ese estado de desconexión de la realidad, propio de los majaras, empape a toda la sociedad. Esto sí hay que tomárselo en serio. La última encuesta hecha pública, refleja que “la convivencia” no es un problema relevante para los ceutíes. Es un dato que infunde una perplejidad difícilmente digerible.
El modo de articular satisfactoriamente un proyecto de vida intercultural del que todos nos sintamos activamente partícipes, construido sobre un espacio de valores comunes, es la clave de la Ceuta del futuro. Ceuta es, hoy, una comunidad desconfigurada que necesita urgentemente un proceso de redefinición. Y no es nada fácil. Porque los prejuicios son tremendamente fuertes y están incrustados en el subconsciente, las inercias sociales están muy viciadas y consolidadas y los intereses en juego son demasiado poderosos. Pero no cabe la menor duda de que ése es el gran reto al que se enfrenta Ceuta. Se podrá discrepar en los métodos, en los instrumentos, en los ritmos o en los protagonistas; pero el fondo de este diagnóstico es incuestionable. Ceuta será intercultural o no será. Y estamos aún muy lejos. Porque la convivencia es prácticamente inexistente. Inciso. Generalmente se tiende a confundir los términos “convivencia” con “coexistencia”. La coexistencia no exige nada más que una actitud pacífica de tolerancia. La convivencia es un estado emocional que implica sentirse identificado, compartir y empatizar. Es cierto que en Ceuta coexistimos; pero no convivimos. Y el problema es que la coexistencia, por definición, es frágil y se deteriora con vertiginosa velocidad cuando se fortalecen las identidades opuestas. Ése, y no otro, es el riesgo que corremos los ceutíes. Si no trabajamos lo suficiente para transformar la coexistencia en convivencia, ahora que aún estamos a tiempo, estaremos escribiendo el epitafio de nuestra querida ciudad. Probablemente de manera inconsciente e involuntaria. Pero irremisible. Esta situación es perfectamente reconocible y comprensible por cualquier persona que se asome a nuestra realidad. No hay más que observar con un mínimo de atención e interés los comportamientos cotidianos, las actitudes, las opiniones y comentarios…. La polarización es inquietantemente creciente.
Por ese motivo me parece escandalosamente impactante que una gran mayoría de ceutíes no perciba la convivencia como un problema. ¿Nos estaremos volviendo todos majaras?
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