Opinión

Un poco de compasión, doctor

Hace unos días me diagnosticaron otitis media en mi Servicio de Urgencias. El doctor que me atendió fue muy correcto y me fue informando de la dolencia a medida que me exploraba. Me recetó antibióticos y volví a casa.

Varios días después, viendo que no mejoraba, pedí cita al especialista. Un otorrino oriundo, con mala prensa (todo hay que decirlo), pero al fin y al cabo, otorrino.

Entré en su consulta con un animoso saludo que fue correspondido con un rictus serio y en tono malhumorado.

-¿Qué le pasa?-preguntó el doctor.

-Tengo otitis. Estoy tomando antibióticos pero no mejoro.-Le conté de modo sinóptico al tiempo que podía leer en sus microexpresiones faciales en letra mayúscula, negrita y subrayado: VAYA USTED AL GRANO, acompañado de un meridiano desinterés.

-Siéntese ahí.

Me senté en el lugar indicado y sentí el otoscopio en el interior de mi maltrecho oído. El doctor no dijo nada.

A continuación, sin mediar palabra y sin previo aviso, me introdujo sorpresivamente un tubo por la nariz que llegó en segundos a mi garganta.

-¡Arrrrrrhhhgggg!-gorjeé como pude con gesto de dolor.

-Se soporta bien.-dijo entonces el doctor sin atisbo alguno de empatía.

-Ya está-concluyó, mientras se sentaba en su escritorio y con su habitual parquedad comenzaba a recetarme medicamentos.

-Disculpe, doctor- susurré temerosa al apreciar como escribía el nombre de un corticoide en el talón-. Me sienta muy mal la cortisona, ¿no podría usted recetarme otro fármaco?

-Levantó las cejas y la vista, a través de sus gafas, al tiempo que sentenció con vehemencia: “Es lo que hay”.

Al salir de la consulta sentí una peculiar mezcla entre indignación y compasión por el trato recibido. Quizá me brotó de golpe toda la compasión. La mía y la suya, porque, disculpe, doctor, el ejercicio de la compasión es esencial en la medicina y si me apura, en todos los ámbitos de la vida.

Y no la compasión, algunas veces malentendida como pena, piedad, condescendencia o indulgencia, sino como un sentido básico de cuidado, sensibilidad y apertura hacia el sufrimiento propio y de los demás, que además lleva aparejada la intención de aliviarlo y prevenirlo.

Porque la compasión va más allá de la empatía que, como todos sabemos es saber ponerse en el lugar del otro. La compasión implica querer evitar el dolor ajeno.

¿Debe ser entonces un médico compasivo? Más allá del Código Deontológico, la respuesta es: necesariamente SÍ. Todo facultativo médico que se precie, enfermero, sanitario y en general cualquier persona que tenga encomendado el cuidado y el bienestar de los demás, debe serlo.

Me gustaría trasladarle al doctor que me atendió (quiero creer que espécimen en extinción), que en otros países como Reino Unido y Estados Unidos, sus respectivos Sistemas de Salud están formando a su personal sanitario en compasión y esta cualidad (a veces innata y otras veces adquirida) está siendo exigida como directriz en las facultades de medicina, llegando a ser una competencia central en los proveedores de salud de estos países.¿Por qué? Porque los pacientes y sus familiares identifican los componentes de la compasión como indicadores de una atención de calidad. En otras palabras, porque percibir la mirada apreciativa de un médico o enfermero es simplemente sanador. Porque cuando vamos al médico generalmente somos débiles y vulnerables y unas palabras tranquilizadoras y un trato cercano cuestan muy poco y minimizan la prescripción de fármacos. Por sentido común.

Pero para ser compasivos antes hay que experimentar la compasión hacia uno mismo. La autocompasión es el culto a la buena voluntad hacia nosotros mismos, especialmente cuando estamos sufriendo, quizá por eso me compadecí de aquel doctor, por su manifiesta incapacidad para amarse y respetarse. Sentí ganas de explicarle que la autocompasión y la compasión se aprenden y que dotándose de estas facultades siempre se está a tiempo de ser mejor persona y sus pacientes sin duda se lo agradecerán.

Por todo ello, doctor, le pido un poco de compasión…

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