Cada mañana, desde hace ya unos cuantos años. Un par de docenas de personas, casi siempre las mismas, asistimos a la Santa Misa que se celebra en la Parroquia que hay cerca de la casa donde vivo. Esa asiduidad ha hecho que se establezca una amistad que, a veces, puede ser sin conversación o limitada a un breve saludo; pero se ha creado, sin embargo, una aproximación afectiva que llega a alcanzar un excelente nivel cuando a alguien le ocurre algo fuera de lo normal.A veces son unas breves palabras preguntando por la salud de algún familiar y muchas otras veces es sólo la mirada la que hace llegar la pregunta. Todo ello ocurre en ese breve espacio de tiempo de la celebración de la Santa Misa, pero conforta mucho esa atención que se recibe de unos y otros, aunque ni siquiera se conozca su nombre. Lo de menos es el nombre; lo que de verdad tiene valor es la manifestación de un sentimiento, de ese calor del alma que une a las personas de una forma muy especial. Es la caricia de la verdad de la atención; tan simple como se quiera en la apariencia pero plena de sinceridad y de amor.Ese conjunto de personas está constituido por gente mayor, dado que esa Misa no se celebra a primera hora de la mañana, pero dentro de ese concepto de gente mayor tienen acomodo - más o menos - personas de cuarenta a noventa años. Es gente que ha vivido muchas vicisitudes y que está en condiciones de poder hablar, con conocimiento pleno y autoridad, tanto de lo que sucedió a lo largo de los años del pasado como del enfoque a dar a las muy diversas cuestiones que el presente nos muestra y aquellas otras que son deseables o no para el futuro más o menos próximo.Es frecuente no tener en cuenta la experiencia y conocimientos de estas personas; son tan pocas y parecen tan poca cosa que se las suele marginar; lo cual es un error. Hablarán poco pero dicen mucho con esa brevedad y hay que saber escucharlas. La vida de la sociedad - la de nuestro país y la de cualquier otro - está dominada por esas grandes campañas de publicidad que se presentan con bastante lujo de medios y que se van sucediendo, en el tiempo, con gran fluidez. Casi no dejan tiempo para pensar con tranquilidad sobre cada una de las cuestiones que hay planteadas en la sociedad y que tanto nos condicionan.
El ser humano - mujer u hombre - necesita pensar y debe hacerlo con profundidad y serenidad. Ese tiempo de la Santa Misa que nos reúne libremente a un par de docenas de personas, forma parte importante de nuestras vidas y de la de cualquier otra persona que libremente quiera asistir, a esa hora y lugar o a cualquiera otra y sitio donde se celebre la Misa. Muchas veces recuerdo a aquella mujer anciana que iba a una pequeña ermita de la costa cantábrica para pensar en su vida y en la de su gente que se encontraba en la mar, en pequeños barcos con mar de grandes olas. Cada segundo de esa vida era una lección de sencillez y de entrega a los demás. Vivía para que otros pudieran verse libres de peligros.
Ese par de docenas de personas, a las que me he venido refiriendo, viven para que los demás puedan llevar una vida alejada de todo peligro moral y material. Quieren que nuestra sociedad sea libre y justa. No hacen propaganda pero su labor es honda, buena y sincera.
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