La reciente iniciativa de los responsables de Turismo de las dos ciudades hermanas de perfilar la posible creación de un paquete turístico entre ambas, inevitablemente me retrotrae a la imagen que hoy ilustra esta columna. Es la del viejo vapor 'Ciudad de Ceuta', ‘La Paloma’, aquel que, tras unirnos con la Península durante tantos años, terminó su vida activa cubriendo la desaparecida línea marítima que en otro tiempo nos conectaba semanalmente con Melilla y los Peñones.
A priori la iniciativa parece interesante, aunque habría que estudiar su viabilidad en estos tiempos de recesión económica, recortes e incertidumbres. La idea pasaría por una primera escala en Ceuta, donde se pernoctaría, para después, atravesando Marruecos por carretera, llegar a Melilla con una estancia similar de unas 24 horas y desde la que se retornaría a la Costa del Sol, donde se promocionaría preferentemente lo que se daría en llamar “un paquete de aventura”.
Hoy por hoy, el viaje a Melilla sigue siendo largo, tortuoso y cansino. Otra cosa será dentro de unos años, quizá no muchos, cuando las infraestructuras en carreteras de nuestros vecinos terminen posibilitando una fluida comunicación similar a la que ya existe desde el entorno de Tánger hacia el sur. De todas formas, las posibilidades de tal ruta terrestre pueden ofrecer puntos de interés capaces de atraer a potenciales visitantes.
La condición de puertas de entrada o salida del norte del continente africano que tienen Ceuta y Melilla, independientemente de sus propios encantos peculiares, que ni a una ni a la otra le faltan, debe ser siempre el eje diamantino sobre el que se apoye cualquier promoción. En ese sentido la alternativa del paquete supondría un paso más al frente en los objetivos del desarrollo turístico que nuestras ciudades pretenden y que, por su aislamiento geográfico, no logran alcanzar en la medida deseada. Quién sabe si también aquí la unión podría hacer la fuerza.
Lo que nunca será de recibo es que ambas sigan ignoradas en las promociones turísticas de esa Costa del Sol, algo menos, por cierto, la vieja Rusadir. La cantera y el reclamo de visitantes hay que buscarlos preferentemente en ese importante núcleo del litoral malagueño por su proximidad y potencial.
¿Y lo de poder volver a unir nuestras dos ciudades por mar como sucedía en ese pasado que ahora recordamos? No estaría tampoco de más el estudio de una línea que, con una periodicidad semanal, sirviera de sostén a ese paquete turístico conjunto, como alternativa a la carretera. Demasiado barco, sí, pero quienes han conocido el encanto que suponía la contemplación y la llegada a los Peñones – los grandes desconocidos para tantísimos españoles –, a bordo de aquellos viejos vapores, difícilmente olvidan sus cautivadores amaneceres y la belleza de la ruta costeando el litoral marroquí.
Hablamos de una conexión en verano, naturalmente. Cuando el Mediterráneo ya no se encrespa como una zarza enloquecida, y mediante una embarcación ligera que en nada se parecería a los desaparecidos vetustos y románticos vapores de antaño. Uno aún iría más lejos, incidiendo en lo que hace un par de años escribía en esta misma columna: el propio intercambio turístico entre ceutíes y melillenses, que permitiera descubrir respectivamente a unos y a otros la otra ciudad, dadas las dificultades que para ello encierra la distancia y la comunicación entre ambas. Una opción más a barajar, que podría integrarse dentro de ese pretendido paquete conjunto al que podría dar una mayor viabilidad.
Por cierto, se preguntará algún lector, ¿qué fue de aquel emblemático vapor - correo de la fotografía? Pues que terminó convirtiéndose en la sede social de los marinos mercantes de Vizcaya cuando se lo llevaron a Bilbao, tal día como hoy, de 1975, donde quedó anclado en sus aguas para acoger a la Asociación Vizcaína de Capitanes de Marina Mercante, entidad de fines socio - culturales y profesionales fundada en aquella capital meses antes, hasta que a los pocos años el barco terminó hundiéndose, y sin que ni se enviara a la ciudad que le dio su nombre algún presente como recuerdo de su brava y dilatada existencia.