Cuando aún estábamos debatiendo las medidas para salir de la crisis financiera internacional, las filtraciones de Wikileaks, provocaron todo un seísmo en las cancillerías de medio mundo. Más adelante algunos países árabes nos sorprendían gratamente a muchos iniciando una revolución democrática, que comenzó en Túnez, continuó en Egipto, siguió en Libia (aunque por el momento el sátrapa de Gadafi, ya considerado como criminal de guerra en muchas instancias internacionales, se siga manteniendo en el poder) y se acerca a los Emiratos árabes. Todo ello puede cambiar el mapa geoestratégico internacional. Lo último es el desastre causado por el terremoto de Japón. Mientras tanto, en España se hacen quinielas sobre la fecha y la persona para suceder a Zapatero. La maquinaria electoral se vuelve a poner en marcha. No hay descanso. Las noticias se suceden a un ritmo vertiginoso. Es como si una mano invisible estuviera organizando los acontecimientos de forma tal que unos sirvieran para amortiguar el impacto de los anteriores.
Respecto a la incipiente revolución democrática que está cambiando el mundo árabe, aún es pronto para calibrar las consecuencias que esto tendrá en la situación internacional. De no ser por el criminal bombardeo que Gadafi está practicando contra la población civil, apoyándose en un ejército leal y bien pertrechado, aunque formado fundamentalmente por mercenarios internacionales; y por la timorata respuesta de los organismos internacionales, hasta el momento posiblemente las revueltas se habrían extendido a más países. Esta situación ha animado a otros, como a la monarquía de Bahréin, a ejercer una dura represión contra el pueblo indefenso. Pero por mucho que se empeñen, si el pueblo decide seguir adelante, los dictadorzuelos caerán. Es cuestión de tiempo. También de ayuda internacional. Esperemos que la resolución de la ONU del pasaso 17 de marzo, dando luz verde para atacar Libia e imponer una zona de exclusión aérea, sea suficiente y llegue a tiempo de impedir nuevas masacres.
De Japón, ¿qué podemos decir aparte de mostrar nuestra más firme solidaridad y compasión?. Es terrible ver cómo en un segundo se pierde todo aquello que habías tardado años en construir. De no ser por la enorme paciencia, civismo y disciplina del pueblo japonés, las consecuencias serían aún más dramáticas. No tengo ninguna duda de que los japoneses saldrán adelante. Ya lo hicieron después de la II Guerra Mundial. Son trabajadores y tremendamente eficientes y productivos. También tienen un gran espíritu de pueblo que les hace superar la mayoría de adversidades. Sin embargo, esto no puede ser una excusa para no saber distinguir lo que es una catástrofe natural (o quizás no tan natural, si entendemos que es una más de las provocadas por el calentamiento global), de lo que han sido las irresponsables irregularidades en las medidas de seguridad en sus centrales nucleares.
Quizás no sea bueno reabrir el debate nuclear al calor del accidente de la central de Fukushima-Daichii. Pero mucho peor es haberlo cerrado en falso y pretender, como se hacía con anterioridad, realizarlo bajo el paraguas de la crisis del petróleo. Es evidente que la energía nuclear tiene graves problemas de seguridad y de eliminación de residuos. Pero mucho más, como explican los técnicos, si estas centrales están en zonas de alta actividad sísmica y junto al mar. En el diario El País del pasado jueves 17 de marzo, aparece un artículo de Francisco Peregil en el que se informa que ya en 2008 el Organismo Internacional de la Energía Atómica advertía de que las guías de seguridad contra los seísmos solo habían sido revisados tres veces en los últimos 35 años en Japón. Grave problema que otros están aprovechando para adoptar medidas puramente propagandísticas, pero no para fomentar el auténtico debate sobre la cuestión. Según estimaciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), del Fondo Mundial para la Naturaleza, o del World Watch Institute, entre otros, si todo el mundo consumiera de la misma manera que se hace en los llamados países del Norte o industrializados, serían necesarios tres planetas como el actual para atender las necesidades. Es decir, lo que falla es nuestro modelo de consumo. Ahí debe estar el debate fundamental.
Y en medio de todos estos acontecimientos emerge la figura de Zapatero. El héroe de la crisis financiera. El valiente que no le va a temblar el pulso en adoptar todas aquellas medidas que exijan los acontecimientos. Pero hay un problema. Los suyos ya no le quieren (salvo Pepiño Blanco). Incluso le aconsejan que se vaya y que convoque elecciones para ver si alguien con más bríos (aunque sea del Partido Socialistas) puede enderezar la situación. Pero no. Debe ser que el Poder tiene algo misterioso que engancha de forma irresistible. Aunque hayas sido un triste entrenador de un equipo modesto de una lejana ciudad. Siempre añoras volver junto a los que detentan el Poder. Aunque para ello tengas que vender tu alma al diablo. Le ocurre a todos los miserables.
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