La Delegación del Gobierno empieza a convertirse en una seria amenaza para la convivencia en esta Ciudad. Alguien influyente que aún conserve la calma, y un vestigio de lucidez, debería intervenir para detener la deriva extraordinariamente peligrosa que está tomando el discurso político que se hilvana desde tan alta instancia. La Delegación del Gobierno, por su propia naturaleza, debe tener como objetivo prioritario preservar el orden y contribuir a la estabilidad. Sin embargo, aquello se ha transformado en una trinchera de alborotadores, sin el menor sentido de la responsabilidad, que aupados a unas cotas de poder impensables en función de su escasa valía personal, dan rienda suelta a sus más bajos instintos, que se mueven entre los peores sentimientos posibles. Para ser justos, dejaremos a salvo la honrosa excepción que también allí habita.
El escudo protector utilizado para legitimar lo que es un evidente hostigamiento a un sector de la población es blandir el “cumplimiento de la ley”. El hecho de que ésta sea una máxima inapelable en un Estado de Derecho, piensan que los salvaguarda ante cualquier tipo de crítica o contestación. Nadie se puede oponer a que se exija el cumplimiento de la legalidad vigente. Desde esta atalaya argumental se afanan en atosigar a ciudadanos humildes, ante la aclamación de un reducto de delirantes desalmados que aún viven asidos a una esperpéntica añoranza del franquismo.
Estamos ante una monumental falacia que sólo sirve para ocultar intenciones tan aviesas que provocan estupor. Cuando se elige como único principio rector de la política “el cumplimiento de la ley” debe hacerse en toda su extensión e intensidad; porque de lo contario, se incurre en la peor y más injusta de las conductas: la aplicación selectiva de la legalidad en función de los sujetos afectados o de los intereses en juego. Esto, además de una inaceptable prevaricación moral, es una flagrante desviación y abuso de poder.
Ceuta es una ciudad muy complicada. Diagnóstico unánime. No es momento de disertar sobre las razones que nos han llevado hasta aquí. Lo cierto es que vivimos instalados en una ilegalidad, más o menos generalizada. Más o menos tolerada. Pero incuestionable. En todos los órdenes de la vida pública. El exponente más fácilmente observable es la contaminación del mercado laboral. Donde fijemos la vista, hay un trabajador irregular. En la disciplina urbanística, también. Sobre el Tarajal y la frontera poco queda por añadir. Podrá gustar, o no, pero esta es la ciudad que los ceutíes hemos querido que sea. Todos los Gobiernos (de la Ciudad y de la Nación), con el apoyo de la ciudadanía, han ido moldeando este atípico y caótico proyecto de comunidad.
¿Es posible reconducir esta situación? No resulta nada fácil porque afecta a miles de personas y a un conjunto inextricable de dinámicas y relaciones sociales. Un fenómeno cuantitativo deviene siempre en un fenómeno cualitativo. El hipotético cambio requiere una transformación demasiado profunda de las estructuras sociales y políticas. Que debería diseñarse atendiendo al principio de realidad, desde el más escrupuloso respeto al derecho de todos los ciudadanos, y fijando como meta la viabilidad y el bienestar futuro de este pueblo. Este es un camino lento y complejo que no se abordará nunca, entre otros motivos, porque el Gobierno de la Nación no tiene voluntad de hacerlo (lo único que se pide de nosotros es que seamos un tapón silente de la inmigración subsahariana hacia Europa).
Lo que resulta desde cualquier punto de vista inadmisible, es que se renuncie por la vía de los hechos a lograr este objetivo, y sin embargo, se utilice el “desorden” como coartada para agredir sin piedad a las personas más vulnerables, mientras se protegen los privilegios que este mismo desorden proporciona.
Recientemente, el delegado del Gobierno ha exteriorizado su extrañeza al conocer que en nuestros colegios están matriculados alumnos que residen en Marruecos. No deja de ser curioso que se haya enterado ahora de esto, tras dieciséis años de diputado y dos de delegado del Gobierno. Y ya se ha apresurado a anunciar la aplicación rigurosa de la ley sobre estos niños y niñas de entre tres y doce años. El superhéroe en acción. Sin embargo no se ha preguntado el porqué de este hecho. En algunos casos se trata de hijos de familias ceutíes que tienen que buscar vivienda fuera de Ceuta porque aquí no hay (es inaccesible). En otros, son familias que han retornado de la península expulsados por la crisis. Pero la mayoría son hijos de trabajadores y trabajadoras que prestan sus servicios en Ceuta. Sus padres y madres, limpian casas, acompañan a personas dependientes, ponen ladrillos, sirven cafés, hacen portes… y traen a sus hijos a los colegios de la ciudad en la que trabajan. Los trabajadores y trabajadoras irregulares se cuentan por miles. Todo el mundo lo sabe. El delegado del Gobierno, también. Pero aquí el brazo de la ley se encoge hasta convertirse en el muñón de la ley. ¿Por qué? Porque tener servicio doméstico por doscientos euros al mes (sin asegurar) es un lujo. Tener mano de obra a cuatrocientos o quinientos euros al mes (sin asegurar), por diez o doce horas de trabajo, es fabuloso para la rentabilidad de las empresas. Atajar este problema sería muy perjudicial para los “amigos del poder” que disfrutan de estas “bicocas”. Que vengan a servir es maravilloso (aquí se aplica el eufemismo de que en una ciudad fronteriza estas cosas pasan y hay que ser tolerante), pero que vengan a estudiar es una atrocidad que es preciso corregir contundentemente. No sé si cabe mayor hipocresía.
Lo que la Delegación del Gobierno no está midiendo es que esta actitud no está pasando desapercibida para los afectados. Se extiende la convicción de que se está desplegando un ataque en toda regla. Y no es bueno para esta ciudad que miles de personas perciban a la Delegación del Gobierno como un enemigo. Se impone una urgente revisión de planteamientos, en la que el presidente de la Ciudad tiene la obligación ineludible de participar activamente. Por la responsabilidad institucional que ostenta, y porque es el máximo dirigente del partido en el Gobierno. La receta para que Ceuta no descarrile es una suma de moderación, prudencia e inteligencia. Todo lo contrario de lo que representa la conocida metáfora de “es más peligroso que un mono con dos cuchillas”.
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