Categorías: Opinión

Un lugar en Europa

La construcción de Europa como unidad política es un proceso muy complicado, en estado incipiente, lastrado por los efectos de la crisis económica, y sobre todo muy distante de la ciudadanía. Cohesionar veintisiete países de naturaleza tan dispar, hasta el punto de que sus habitantes se identifiquen con un proyecto de vida único es una utopía inalcanzable en este siglo. Ello no es óbice para que todos entendamos que es el mejor de los futuros posibles y nos apliquemos en avanzar por ese camino. Por ello sorprende el escaso interés que este asunto despierta en la opinión. La inmensa mayoría desconoce por completo los entresijos de la compleja estructura normativa y administrativa que soporta la endeble entidad supranacional que, sin embargo, cada vez tiene mayor influencia en la vida cotidiana de sus ciudadanos.
Ceuta, la indiferencia por antonomasia, no ha sido una excepción. Para nuestra Ciudad, Europa sólo ha significado una fuente inagotable de fondos, que llegaban inexplicablemente a raudales como una versión moderna del maná bíblico. La inevitable sequía presente, y sobre todo futura, ha provocado la consiguiente estupefacción. Un pueblo cuya conciencia permanece ancestralmente secuestrada por el dinero, como principio y fin de todas las cosas, sólo reacciona ante los estímulos económicos. Las cuantiosas transferencias procedentes de Europa, que han financiado desde el hospital hasta el estadio de futbol, pasando por la calle real y todas las plazas, jardines y obras públicas de cierta envergadura, han desaparecido. Se acabó la fiesta. Así que ahora, los dos partidos que comparten la deshonra de haber conducido a Ceuta a la marginalidad, se desperezan para competir públicamente por erigirse en protagonistas de la rutilante reivindicación que pretende que Ceuta ocupe en Europa el lugar que le corresponde. Otro episodio de ficción para consumo doméstico. El PP sólo busca dinero, y el PSOE titulares.
Hace ya mucho tiempo que PP y PSOE asumieron que Ceuta fuera despojada de su dignidad. Trocaron sentimientos por dinero. Aceptaron la derrota política y diplomática infligida por el régimen alauita y amoldaron sus planteamientos a las exigencias de Marruecos. Eso, sí, idearon un hábil montaje para disimular la traición, que se perfeccionaba con una suculenta financiación capaz de aniquilar los rescoldos de orgullo y honor. La operación ha tenido un éxito inapelable. Nadie quiere recordar que Ceuta y Melilla son los únicos territorios españoles en los que se aplica un régimen administrativo diferenciado del resto de comunidades (“ciudades autónomas” no contempladas en la Constitución), aproximándose muy peligrosamente al requisito exigido por la ONU para decretar la condición de colonia. Este incontrovertible hecho tiene su lógica repercusión en el tratamiento que Ceuta tiene en la Unión Europea. Si no hemos sido capaces de resolver el encaje constitucional de Ceuta en España, nada hace pensar que lo podamos hacer en Europa. Las resistencias son conceptualmente idénticas, aunque amplificadas por la intervención de terceros países (Francia), aún más proclives a los intereses de Marruecos que la propia España (si cabe).
Los hechos son incontestables. PSOE y PP se han repartido el Gobierno de la Nación desde que España se incorporara a la Unión Europea (diecisiete y nueve años, respectivamente). Ambos han ocupado más del ochenta por ciento de la representatividad en todos los ámbitos electorales computables (elecciones generales y europeas). La posición de Ceuta no ha variado un ápice. No se registra ni una sola iniciativa de ninguno de los dos partido en este sentido. Ceuta y Melilla son las dos únicas entidades regionales españolas que no están presentes en el Comité de las Regiones de la Unión Europea. Esto sucede desde hace veinte años ante la más absoluta pasividad de los sucesivos gobiernos españoles. Concluyente.
Debemos se realistas, mientras PP y PSOE, sumados, conserven una hegemonía política aplastante en Ceuta, sólo podremos aspirar a lograr aquello que tolere Mohamed VI. Ceuta será en Europa lo que Marruecos decida. Y, de momento, no parece dispuesto a hacer muchas concesiones. La única alternativa es que los ceutíes recobren la dignidad perdida y fortalezcan un movimiento que desborde el corsé de la ignominia impuesto férreamente por la alianza de la traición. Mientras tanto sólo nos queda la inopia de la mayoría, la frustración de los implicados y la rabia contenida de los luchadores.
Aunque es probable que, lloriqueando lastimeramente por los problemas de la inmigración, consigan rascar algún millón adicional. Pobreza de espíritu en grado extremo.

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