Categorías: Opinión

Un llamamiento a la comprensión, la autocrítica y la ética

No creo que haya un solo ceutí que realmente ame a su tierra y que no ande estos días preocupado al conocerse  la detención de ochos presuntos terroristas yihadistas en nuestra ciudad. Que el  hecho provoque impacto no significa que pueda considerarse una sorpresa. En este mismo medio escrito se ha dado cumplida cuenta de los desplazamientos de ceutíes a  Siria para combatir en el bando de los opositores al régimen de Al Asad. No han faltado tampoco las advertencias y análisis de colaboradores de “El Faro”, como Nasama Ali Ahmed o el sociólogo Carlos Rontomé, o de otros medios como José Luis Navazo, -antes y después de la referida operación antiterrorista-, respecto al auge del islamismo en Ceuta. La palabra escrita de estos expertos y analistas, junto a la incansable y necesaria insistencia de la directora de esta casa, Carmen Echarri, sobre la gravedad del continuo desplazamiento de jóvenes ceutíes a las alejadas tierras sirias para entregar sus vidas a la causa de la Yihad, ha contrastado con el silencio de las autoridades, la clase política local, los representantes de las asociaciones religiosas y del resto de los integrantes de la sociedad civil. Y cuando los primeros citados, autoridades y clase política, han roto su silencio, en algunos casos, han dejado titulares poco alentadores y nada instructivos. De todo lo escuchado nos vamos a quedar con algunas de las palabras, no todas, pronunciadas por el veterano político local Juan Luis Aróstegui: “Esta ciudad necesita paciencia, entendimiento, diálogo y respeto”. Y entre estas palabras nos quedamos  con una que nos va a servir de hilo conductor para la redacción de este artículo: la palabra entendimiento o comprensión.
Sobre el término comprensión el gran pensador Edgar Morin realizó una brillante reflexión en el último volumen, el sexto, de su conocida obra “El método”, dedicado en esta ocasión a la ética. En este libro Morin incluye un capítulo titulado “ética de la compresión” que comienza con una exhortación a  reconocer la incomprensión. Según nos advierte el sabio francés, “en el origen de los fanatismos, los dogmatismos, las imprecaciones, los furores, hay incomprensión del sí y del prójimo”. Para contrarrestar la incomprensión, Morin propone tres vías: la compresión objetiva, la comprensión subjetiva y  la comprensión compleja. La primera de ellas, comporta la adquisición, la reunión y articulación de información objetivas sobre una determinada situación, como por ejemplo, el incremento del islamismo radical en nuestra ciudad.  Este tipo de comprensión nos facilita las causas y nos permite su contextualización en el marco global. La segunda, la comprensión subjetiva es el resultado de un proceso de comprensión sujeto a sujeto, que permite comprender lo que el prójimo vive, sus sentimientos, motivaciones interiores, sus sufrimientos y sus desgracias. Y por último, la  comprensión compleja que, trascendiendo y englobando  a las dos anteriores, busca “a la vez concebir las fuentes psíquicas e individuales de los actos y las ideas del prójimo, sus fuentes culturales y sociales, sus condiciones históricas eventualmente perturbadas y perturbantes. Apunta a captar sus caracteres singulares y sus caracteres globales”.  
Si somos capaces de reconocer la incomprensión estaremos en condiciones de comprenderla. Son múltiples las fuentes de la incomprensión y  a menudo convergen dando lugar a terribles resultados. Edgar Morin analiza algunas de las causas de la incomprensión: las distintas concepciones del mundo que tienen cada cultura; el error en las comunicaciones humanas; la indiferencia al sufrimiento o a la desgracia del prójimo; la incomprensión entre culturas, debido a que cada uno de nosotros está convencido con toda certeza de las verdades de nuestra cultura y, en consecuencia, del carácter engañoso o diabólico de las verdades de otras culturas; la posesión por los dioses, los mitos, las ideas; el egocentrismo y autocentrismo; la abstracción (explicar no solamente basta para comprender); la ceguera de sí mismo y del prójimo; y el miedo a comprender.
De las causas de la incomprensión apuntadas con anterioridad, según lo expuesto por Edgar Morin, queremos detenernos en dos de ellas: la posesión por los dioses, los mitos, las ideas; y el miedo a comprender. Respecto a la primera de ella, Morin comenta que “hemos entrado en una época en la que de nuevo los dioses tienen sed, en la que se revigorizan exigiendo sangre y sacrificio. Quien está convencido de obedecer a la voluntad divina masacrando al infiel, como el integrista terrorista musulmán o el integrista judío de Hebrón, evidentemente es inconsciente del carácter monstruoso de su concepción o del carácter criminal de sus actos. No es evidentemente esta monstruosidad lo que hay que comprender, es lo que la suscita. Esta última idea nos lleva al punto clave, el miedo a comprender.
En opinión de Edgar Morin, cuando muchos escuchan la palabra “comprender” se echan a temblar pensando que éste el camino a excusar cierto tipo de actos execrables. Quienes así piensan, emprender el camino de la comprensión conduce a un vicio horrible, el de conducir a la debilidad, a la claudicación. Lo hacen pensando que comprender lleva de manera inmediata a impedir la condena. Un error conceptual de bulto, ya que comprender no es justificar. Esta idea la explica de manera magistral Edgar Morin, por lo que le doy la palabra: “la compresión no excusa ni acusa. La comprensión favorece el juicio intelectual, pero no impide la condena moral. La comprensión no conduce a la imposibilidad de juzgar, sino a la necesidad de complejizar nuestro juicio…Comprender es comprender cómo y por qué se odia y desprecia. Comprender a quien mata no significa tolerar el asesinato que comete. Así, Rushdie comprende por qué quiere matarlo el fanático pero lo hará todo para impedírselo. Comprender al fanático que es incapaz de comprendernos es comprender las raíces, las formas y las manifestaciones del fanatismo humano… Comprender no es reconocer la inocencia, ni abstenerse de juzgar,  ni abstenerse de actuar, es reconocer que los autores de crímenes o infamias son también seres humanos”.
Según vamos avanzando por la comprensión de la “comprensión” nos asaltan multitud de paradojas y contradicciones. Una de las paradojas surge de tener en cuenta las improntas culturales y los complejos engranajes del pensamiento que llevan al crimen es la de la irresponsabilidad-responsabilidad humana. Para salir de esta paradoja, Morin considera que “se puede comprender al adversario al tiempo que se le combate. Afirmo que hay que sustituir la eficacia ciega del maniqueísmo por la lucidez de la apuesta y la eficacia de la estrategia. Y sobre todo sostengo que siempre hay que salvar la comprensión,  pues sólo ella hace de nosotros seres a la vez lúcidos y éticos”.  Puestos a elegir,  nosotros, desde luego, nos inclinamos por la ética de la responsabilidad. Una responsabilidad que obliga a las administraciones, y a toda la ciudadanía, a proteger nuestras vidas, defender nuestra comunidad y mantener el derecho frente a quienes desde posturas fanatizadas quieren acabar con la convivencia en nuestra ciudad.
Para que la comprensión funcione tiene que convertirse en una cualidad universal de todos los ciudadanos. No vale que unos siempre tengan que comprender y otros siempre que ser comprendidos. Unos con cargo de conciencia  y otros continuamente desempeñando el papel de victimas del sistema.  Para tener precisamente conciencia de lo que Edgar Morin denomina el imprinting, -la marca sin retorno que impone la cultura familiar en primer lugar, social después, y que se mantiene en la vida adulta, determinando nuestro modo de conocer y actuar-, y librarnos de sus efectos perniciosos, que son muchos, necesitamos el continuo ejercicio del autoexamen y la autocrítica, tanto individual como colectiva. La autocrítica, completamente ausente en nuestra ciudad de manera general, y en particular en determinados colectivos, es una necesidad mental y moral que favorecería la autoética en cada uno de nosotros y en todos los ceutíes.
Criticar a los demás es fácil, criticarse a sí mismo es lo difícil. Pero lo que resulta intolerable es que algunos ni acepten la crítica ni emprendan la autocrítica. Así no avanzamos y los problemas que hoy día podrían ser atajados, mañana constituyen retos inabarcables que amenazan seriamente la paz y la convivencia en nuestra ciudad. La ética de la responsabilidad a la que hacíamos alusión con anterioridad no nos debería permitir permanecer en la indiferencia, la apatía y el miedo. Hacemos un llamamiento expreso a los muchos ceutíes con suficiente formación intelectual que hasta ahora se han mantenido al margen de los problemas de nuestra ciudad. Una frase atribuida a Albert Einstein debería servir de revulsivo para las personas a las que nos dirigimos: “aquellos que tienen el privilegio de saber, tienen la obligación de actuar”. Es ahora o nunca. Es una cuestión de ética.

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