El otro mundo permitido en Ceuta asoma tras cruzar la Almadraba. Aunque cada vez la degradación va avanzando kilómetros sin remedio, mostrando una situación extrema que asusta. Lo dice y lo pinta en su viñeta el siempre acertado Vicente Álvarez: a nadie le puede sorprender otra tragedia en el Tarajal. Los remedios no han servido, ni hay voluntad, ni relaciones, ni contactos que fructifiquen en algo que permita mirar con cierta tranquilidad la frontera. Hemos perdido las relaciones, hemos enrarecido un espacio que ya no es el mismo. Asusta ver la realidad actual, cómo no va a asustar la venidera. Pero ante estas situaciones sorprende el mutismo generalizado. Es como si nos hubiéramos rendido, como si ya cualquier lucha, cualquier protesta no fuera a entrar en el organigrama previsto. Las tragedias humanas se dan la mano en ese paso mal llamado frontera, sin orden, caótico, sin control, sin seguridad que valga. Un paso en el que los agentes son meras marionetas, un paso en donde España vive sometida a la voluntad, al ritmo y al paso que determina el vecino país.
Un paso en el que se cometen todo tipo de tropelías nunca denunciadas, en donde los golpes, los insultos, los atropellos o las muertes parece que valen menos que en otros espacios
¿Se imaginan que hubieran fallecido aplastadas siete mujeres en plena plaza de los Reyes?, ¿verían normal que a la salida de cualquier supermercado empezaran a sucederse reventas de bultos, subastas públicas... o que paseando por la calle tuviera que esquivar socavones, ventas ambulantes, delincuentes...? Esto pasa a diario en el entorno fronterizo sin que se le ponga remedio año tras año. Y nadie habla, ni nadie pide explicaciones a por qué ya no quieren ni venir los residentes en la península para cruzar a Marruecos por nuestra ciudad. A por qué los españoles que viven al otro lado aconsejan no cruzar más por Ceuta, lamentando que la ciudad amable, interesante por conocer, con su encanto, con su historia... no pueda ser disfrutada por una mal llamada frontera que se ha comido poco a poco todo el atractivo que podíamos tener. La gravedad de lo que sucede no interesa a nadie, es como si hubiéramos apostado por una pérdida absoluta de todo sin derecho siquiera a protestar por lo que está pasando.