Acaso, la última colaboración de José Ferrero del pasado martes, 31 de agosto, –“El bastón”– sea la más lírica de todas ellas. Pareciera que la hubiera escrito sin hacer apenas pausa para demandar inspiración a las esquivas ‘musas’. Pareciera, en efecto, ‘escritura automática’. Pareciera, en fin, que tenía prisa, si no por concluir, sí por plasmar en el papel todo el afán que bullía en su cabeza. Creyera, quizá, que su tiempo se precipitaba. Creyera, tal vez, que el acto de escribir alejaría los fantasmas –o al menos los entretendría– que empezaban a ocupar su pensamiento. Sólo él lo sabía. En efecto, nueve días después de su última colaboración, de su despedida, el bueno de José Ferrero se fundía con el cosmos. Nueve días después, el creyente José Ferrero entregaba su alma a Dios.
Es significativo el epígrafe bajo el cual José escribía sus artículos: “La senda de los elefantes”. Dícese que los elefantes abren una trocha, una senda, un camino, a fuerza de pasar una y otra vez por el mismo lugar. Todo ello recuerda la afición a caminar de nuestro inolvidable personaje. “Hacía camino al andar”. Dícese también que los elefantes al sentirse morir abandonan al resto del grupo y se encaminan al lugar en el que acabarán sus días. José Ferrero ‘abandonó’, se despidió de sus lectores, después de casi una década, para prepararse a bien morir. Y lo hizo de la mejor manera que él sabía: con la palabra escrita. ¿Qué significaba el elefante para José Ferrero? ¿Por qué el elefante? Nos hemos quedado sin saberlo. Al menos, los que no formábamos parte de su círculo familiar o de amistades. El elefante, en algunas culturas asiáticas simboliza la moderación, la fuerza paciente de la inteligencia y la vida prolongada. José Ferrero, a través de sus escritos, siempre dio muestras de su moderación y de su inteligencia. Desgraciadamente, su vida no ha sido demasiado larga. Asimismo, se considera que el elefante, junto con el toro y la tortuga y otros animales, representa el papel de soporte del mundo, que descansa sobre su lomo. Caprichos del destino, como el elefante, José Ferrero, al quedar viudo, asumió sobre su espalda el pesado legado de mantener unida y estructurada su familia de cinco hijos. Dio ejemplo de entrega, de dedicación, de amor, y se consagró con todo empeño a asumir el papel no sólo de padre, sino, en este, caso el de la madre ausente.
El escrito de despedida, –“El bastón”– es un texto bien estructurado en tres, sólo tres, párrafos. En el primero –“Es el primer día en que recurro al bastón”–, sorprende al lector no avisado, conminándolo a ir más allá. A seguir. Es un párrafo duro, directo, sin concesiones a la galería, en cierto modo estremecedor. En él aparece unas siglas en mayúsculas –PSA–, cuyo significado se explicita algo más abajo. No hay ninguna concesión a la compasión muy propia del momento. No hay sensación de miedo, pues bien sabía el compañero Ferrero que el miedo es más temible que aquello que se teme. Aquí no hay miedo, hay entereza, hay valor. Brota la fortaleza en este primer párrafo. Pero, eso sí, no hay “vergüenzas” por el hecho de reclamar ayuda.
El segundo párrafo –“Es Domingo, lo que me plantea la necesidad de elegir un asunto…”– se lo dedica al que iba a ser su compañero –“El bastón”– durante bastante tiempo. Hay también en este segundo párrafo una línea, como de pasada, sin insistir en ello, en la que relata la sorpresa que su enfermedad ha causado en sus amigos y conocidos. Ese bastón, su nuevo acompañante, no sólo le iba a servir de apoyo, sino que sería el gozne sobre el que iba a girar su vida en los próximos tiempos, que fatalmente no han sido venturosos para él. El bastón es el símbolo de elevación, de rectitud del que lo porta, y él, José, era un hombre honesto, justo y generoso.
El tercer párrafo se inicia con una frase histórica que conocemos los de aquí –“Si bien ‘con el bastón -por ahora- me basto’ para ayudarme…”–. También en este párrafo hace referencia al tratamiento impuesto por los doctores, y alude al cantante Labordeta afectado de una dolencia similar a la suya. Finalmente, el compañero Ferrero afirmaba que de ahora en adelante se refugiaría, en la medida de lo posible, en la buena música y en la lectura de los “libros más queridos”. Y acaba despidiéndose de sus fieles lectores. Esos mismos lectores de José se sorprenderán de que un ‘intruso’ haya invadido “La senda de los elefantes” en la que José Ferrero contactaba con ellos. Les ofrezco a todos mis excusas por haber violentado espacio ajeno. Pero lo he ocupado con todo el cariño que me inspira un hombre generoso, un hombre bueno, como es –como era– José Ferrero –. Considérenlo como un modesto homenaje al compañero fallecido.
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