Categorías: Opinión

Un hombre airado

La entrevista que tuvo lugar, el pasado día 11, en la COPE, con el señor Aróstegui, líder de ‘casi todo’, sonó, a este lado del receptor, a desagradable. Desagradable en el fondo y en la forma. No sabría decir si fue más desagradable en la forma en la que se expresó que en lo que dijo. De todas maneras ya estamos acostumbrados a que el referido señor Aróstegui se conduzca de tal guisa. Pareciera que se hallase por encima del bien y del mal, a su parecer, claro. Incluso su voz sonaba, no pocas veces, molesta, incómoda, desagradable. Me temo que, excepto a sus seguidores, el comportamiento de este señor ante los micrófonos de la COPE haya disgustado al ciudadano común.
Parecía, al menos en su verbo atropellado, que se contradecía. Ante la opinión de una oyente que llamó para ‘amonestarlo’ educadamente le contestó que le daba igual, que no contaba con su voto. O al menos eso fue lo que parecía que se desprendía de su respuesta. Se condujo como un torbellino verbal, sin reposo ni pausa. Era su oportunidad y a fe que no la desaprovechó disparando contra todo lo que se moviera, ya fuera socialista o popular. No dejaba intervenir al señor Montero, que se las veía y se las deseaba para meter su baza en la conversación. El de ‘Caballas’ hablaba a trompicones, dejaba frases a medio concluir, saltaba a otra historia, soltaba una risita nerviosa e irónica o tal vez sardónica, aquello era de auténtica locura. Parecía que estaba enfadado con él mismo y con los demás, con el resto del mundo.
Sus referencias a políticos socialistas y populares contenían desaires, desdeños, cuando no, desprecios. Los metió a todos en el mismo saco: a Rajoy, a Zapatero, a Pío, al gobierno de la Ciudad, todos ellos eran merecedores de su furia, de su cólera. Sus críticas llevan el sello de la común necedad de todo aquel que no perteneciera a Caballas. Le daba igual que en el Parlamento estuviera el señor Cucurull que el señor Márquez. Creo que los llamó a los representantes ceutíes en el Senado y en el Congreso, algo así como muñecos de palo. Toda su intervención fue un ejercicio de tiro al blanco. Y a todo esto, repito, el señor Montero daba la impresión de que no estaba a gusto, que aquello se le estaba yendo de las manos, que era incapaz de echar su cuarto a espadas, pero, eso sí, aguantó el tipo como pudo y con elegancia.
A requerimientos del señor Montero para que hiciera alusión a los problemas domésticos de nuestra ciudad, hubo un momento en que el señor Aróstegui parecía que iba a caminar por derroteros resbaladizos en Ceuta, y fue cuando pronunció la palabra ‘cristiano’. Pero se quedó ahí. No fue más allá. No importa que no fuera más allá, ya sabemos, por sus escritos y por sus declaraciones, a qué intentaba referirse el señor Aróstegui con su incontinencia. Sí aludió a los once mil parados de Ceuta a los que, obviamente, según él, el alcalde Vivas no los tenía en cuenta, como si el señor Vivas tuviera una oficina de contratación o fuera un empresario.
Respecto de Ceuta, poco dijo el líder de PSPC, salvo los citados once mil parados. No hizo referencia a que Ceuta se está convirtiendo en una ‘ciudad asistencial’. A los ceutíes de nacimiento con dificultades para el día a día, se les unen los marroquíes infiltrados y que se quedan a vivir en  nuestra ciudad, y que con el tiempo reclamarán subvenciones para poder salir adelante. Tampoco hizo alusión a los marroquíes que se están empadronando en Ceuta con tan sólo presentar su pasaporte y un domicilio, en donde podrían vivir catorce de ellos. Nada dijo que debido a todo lo anterior y a que las ciudadanas ceutíes de origen arabo-berebere tienen una media de cuatro o cinco hijos, la densidad de población y la huella ecológica y la carga sobre el territorio es insostenible. Asimismo, su coalición suele dar la tabarra con los MENA y suele echarle las culpas al gobierno de la Ciudad, pero nada dijo, asimismo, que el verdadero culpable de esta situación de los menores es Marruecos y que hay que obligarle, sea como sea, a que se haga cargo de sus ciudadanos menores de edad. Nada dijo de ello, callado como un muerto.
Si en el poema de Rubén Darío se dice que el gran Caupolicán, “Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día”, respecto del señor Aróstegui se podría decir que “Habló, habló, habló. Y no dijo nada”. “Un hombre airado  –decía Casanova–  siempre cree tener razón”.

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