Qué más se puede decir de la conducta infame de este Gobierno socialista que no se haya dicho o escrito ya? Nada o casi nada. Quizá sería insistir sobre lo mismo. Rodríguez Zapatero no sólo se está destruyendo a sí mismo como político, sino que nos está poniendo a todos a los pies de los caballos. Y los que están a su alrededor lo saben pero no se atreven a tirar de la manta. Un rumor por aquí, un se dice por allá, una habladuría, acullá, pero esos socialistas que tienen dos dedos de frente y no necesitan de la servidumbre del poder tienen claro que caminamos por derroteros demasiado peligrosos. Zapatero es, en efecto, un tipo peligroso. No es un hombre de Estado, es un agitador, escribe Inmaculada Navarrete en ABC, que, ante su propia incapacidad, pone en peligro nuestro mayor logro como pueblo y nación.
Cuando un político no sabe qué decir, habla. Y eso es lo que han hecho los socialistas durante los incidentes en la frontera de Melilla. Pero estos socialistas son tan burdos que no sólo han hablado, porque no sabían qué decir, sino que o han dicho estupideces que sonrojan al más tonto del pueblo –¿recuerda amable lector aquello de ‘ardor guerrero’?–, o se han descolgado con circunloquios, retruécanos, frases hechas, lugares comunes o incluso se han contradicho unos a otros. Aun los ha habido que se han puesto de perfil, lo cual ya es difícil, como el ministro Moratinos.
¿Ha visto, amable lector, las sonrisas de Rubalcaba con su homólogo Cherkaui? Se le ve distendido, sueltecito, relajado. Adopta una actitud servil. Tiene los ‘pantalones bajados’. Está hecho un brazo de mar. Por el contrario, cuando ha de responder a la oposición, al partido popular, sobre cualquier cuestión, se le ve crispado, demudado, desencajado, tenso, transfigurado. Está que se sube por las paredes. Como si el PP fuese la causa de todos los males de este país, incluidos los incidentes de la frontera de Melilla. Para colmo, el penoso vicepresidente Chaves aconseja a Imbroda que lo mejor que puede hacer es callarse. Lamentable esta clase política. Palabras inútiles pronunciadas por políticos también inútiles. Políticos peligrosos por su ineptitud.
Bla, bla, bla versus chau, chau, chau. Ese es el diálogo de besugos intercultural que se suele establecer entre España y Marruecos. Al final, como siempre, España pierde, Marruecos gana. Un gobierno débil acobardado ante las bravuconadas de otro gobierno que no respeta tratados, convenciones, normas democráticas internacionales, todo se lo pasa respecto de España por la entrepierna. Se va a Rabat a hablar de narcotráfico, de inmigración ilegal y de terrorismo, pero no se lleva en la agenda los incidentes de la frontera de Melilla, ni los millares de niños transfronterizos marroquíes que el gobierno marroquí se niega a acoger. Ni siquiera se le insiste en ello. Ni tampoco se sabe qué fue de los millones que la UE y España pusieron a disposición de Marruecos para construir centros de acogida para esos niños. Nada. Lo dicho, un gobierno cobarde cuyos miembros llevan los pantalones en los tobillos cuando se trata de hablar con el gobierno de Mohamed. Ya se escribió una vez. No está de más repetirlo ahora. Deberemos buscar refugio en la hipocresía para no morir de asco. ¿Qué más se puede decir?
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