Categorías: Opinión

Un fraude consentido

No se trata de tirios y troyanos, hasta los populares opinan que es necesario un cambio. A nadie, en su sano juicio, se le ocurre plantear que la quietud debe ser la respuesta a la actual situación socioeconómica que vivimos en el seno de la UE.

Aunque sin perder la objetividad de vivir en un país privilegiado, es fácil reconocer que la clase media ya no puede más, de hecho los trabajadores de la administración pública, que constituyen gran parte de esa clase media, han visto recortado su nivel adquisitivo en el entorno del 30%, y los trabajadores de otras empresas de carácter privado lo han hecho a costa de engrosar las listas de pobreza o la mera subsistencia en el sistema laboral. Todos anhelamos un cambio. Tanto la mayoría que votó a los populares, como las minorías que hicieron lo mismo con la izquierda española. La cuestión es qué tipo de cambio deseamos, si el moderado y sosegado, o el abrupto y pirómano. Y pese a que las urnas decidieron que el deseo de gobierno recayese sobre los populares, la izquierda no sólo no sabe reconocer las derrotas, sino que fervorosamente y sin recato alguno pervierten el significado de las urnas dándole un nuevo significado inmoral. Ahora, según la izquierda,  el ciudadano vota para decidir quién no quiere que gobierne, algo así como la vuelta al calcetín demócrata, o utilizar las urnas a modo de quinta columna. La izquierda española está dispuesta a sortear el resultado de las urnas. La, a todas luces, necesaria modificación de la ley electoral que dejó pasar un PP acomplejado con mayoría absoluta, se ha necesitado más que nunca por el bien de España, de su estabilidad, su gobernabilidad y la prevalencia del respeto al resultado antes que a la cabida de todo sesgo político, que en el caso de España puede ser infinito.
Esa modificación no beneficiaba necesariamente al PP. La nueva ley, que hubiese permitido gobernar a la lista más votada o de una segunda vuelta, hubiese dado gran parte de los gobiernos locales y regionales al PSOE, antes que a los fundamentalistas asociados con un PSOE débil, ambiguo y desnortado.
A Pedro Sánchez y Susana Díaz le pesan más sus intereses personales antes que el interés general de los ciudadanos. Están pensando fundamentalmente en sus futuros personales más inmediatos. El uno en no dejar su única oportunidad, y la otra está esperando ver pasar el cadáver político de su enemigo, que no es otro que Sánchez. A ambos les trae al pairo los cinco millones de parados, o el casi 50% de índice AROPE (riesgo de pobreza) que destroza el sur de España.  Sánchez no está cavilando en cometer un fraude electoral con la necesaria colaboración de los anticapitalistas de botellón, sino que ya lo tiene decidido. Le motiva más esa eclosión de odio a los pseudoconservadores que el deseo de una España próspera. Va a traicionar a propios y ajenos con un pacto con la izquierda más extremista, con los enemigos de la unidad territorial y con aquellos que aplaudían los asesinatos de sus correligionarios.

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