Desde hace varias semanas, coincidiendo casualmente con el nacimiento de nuestra nueva nieta Elaia por gestación subrogada en Canadá, se ha recrudecido el debate sobre esta técnica de reproducción asistida, que permite, tanto a parejas del mismo sexo, como a parejas heterosexuales, pero con problemas sanitarios graves, tener hijos propios.
No está siendo un debate tranquilo y serio, como debería ser, sino lleno de falsedades, malas formas, contradicciones, prejuicios e intereses espurios. Antes de nada, es preciso recordar qué es la gestación subrogada.
Se trata de que una mujer, de forma voluntaria y altruista, presta su vientre para que en él se deposite el óvulo de una donante ajena al proceso, fecundado con el esperma de los miembros masculinos de la pareja que desean tener descendencia. Varias cuestiones importantes.
La primera, que, al contrario de lo que muchos piensan, los que recurren a esta técnica son mayoritariamente parejas heterosexuales (80%), siendo las de homosexuales apenas el 20%. Es lo que dice una investigación de Oxford Academic (https://academic.oup.com/humrep/article/30/2/345/728778#12823304). En el primer caso se trata de parejas con graves problemas sanitarios en las mujeres que las forman.
Por tanto, las parejas que desean tener hijos propios, pero, biológicamente no pueden, han de recurrir a agencias intermedias, que les guían en todo el complejo proceso, que no se acaba con el nacimiento del hijo o la hija, sino que va más allá, pues necesita de un juicio de paternidad y de una inscripción en el libro de familia de la pareja, además de la nacionalización del bebé.
Dicho lo anterior, comparar la gestación subrogada con el tráfico de órganos y de niños, como hizo la nueva Ministra de Sanidad del actual gobierno de España, María Luisa Carcedo, no solo es inexacto, sino que sitúa el debate en un falso lugar. Pero, además, es profundamente injusto. Aquí nadie está traficando con nada.
El bebé que nace tiene padres y abuelos, y se le reconoce legalmente. Y la señora que presta su vientre, lo hace de forma altruista. Al menos en teoría. Aquí surge el segundo problema, que han sacado a la escena varias organizaciones feministas.
Me refiero, por ejemplo, a uno de los manifiestos que circulan por las redes. Concretamente el del colectivo “no somos vasijas”. Se trata de un grupo de mujeres juristas y, a tenor del contenido de su manifiesto, también de izquierdas, que mezclan el neoliberalismo con los Derechos Humanos, el control sexual de las mujeres gestantes, o la supuesta negación del derecho a decidir de las mujeres que prestan su vientre. Pero también hay otros colectivos feministas, grupados en la Red Estatal Contra el Alquiler de Vientres (RECAV), que piensan de forma parecida.
Todos quieren que se prohíba esta práctica a nivel internacional. Me sorprende el grado de confusión al que se puede llegar, y el daño que se puede producir, cuando se mezclan términos aparentemente similares, pero que son bien distintos. Para estos colectivos, las mujeres que prestan sus vientres, no lo hacen voluntariamente (quizás deberían preguntarles a algunas de estas mujeres).
El contrato que firman sería la muestra, según estos colectivos, de que no son libres, pues no pueden volver atrás. Esta práctica supondría, según nos dicen, el control sexual de la mujer por parte de una sociedad machista y capitalista.
Y digo yo, ¿no habíamos quedado que las mujeres eran las que tenían que decidir qué hacer con su cuerpo?. ¿Por qué para abortar se admite la libre disposición del cuerpo de la mujer y para la gestación subrogada no?. Aún nos quedaría otra cuestión por resolver.
Si es el hombre de una pareja heterosexual el que está enfermo y no puede fecundar los óvulos de su pareja, o si se trata de una pareja de lesbianas, no habría problemas, pues ahí la mujer de la pareja decidiría libremente.
¿Por qué se acepta en estos casos que se tengan hijos propios en la pareja, pero utilizando el esperma de un donante ajeno, y no en el caso de los hombres?. ¿Sería una práctica admisible, o también se le podría equiparar al tráfico de órganos, o de niños en forma de cigotos?. Y si esto se admite, ¿no se estaría discriminando a los hombres respecto a las mujeres?.
Es cierto que la solución al problema no es fácil. Pero no es menos cierto, que con este tipo de afirmaciones se contribuye poco a resolverlo.
Lo que proponemos algunos es que se regule la situación. No es lógico, ni justo, que, en una sociedad avanzada, en la que se permite el matrimonio entre personas del mismo sexo, no se admita que, si son hombres, puedan tener hijos propios valiéndose de los avances de la ciencia y de la generosidad de una mujer gestante.
Y mucho más injusto, en el caso de mujeres incapacitadas por enfermedad. Regular esta realidad, con las prevenciones éticas y jurídicas apropiadas, entiendo que ayudaría, precisamente, a impedir que se produjeran situaciones de explotación sexual y económica de las mujeres más pobres e indefensas.
Por muchas razones. Pero, también, porque evitaría que parejas decididas a tener hijos, pese a las dificultades biológicas, tengan que recurrir a intermediarios y a países no tan fiables como sería necesario. Nuestra nieta Elaia no es la primera que nace por gestación subrogada.
Tampoco va a ser la última. Pero, si esta práctica estuviera legalizada en nuestro país, nos habríamos evitado muchos problemas y riesgos. Por lo pronto, varios viajes a Canadá. Esperemos que las siguientes parejas no tengan tantas dificultades para ver cumplidos sus sueños de tener descendencia.
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