El cine argentino, del que ya sabrán que soy incondicional, tiene algo cercano a la magia que es justamente envidiado en países como el nuestro, ya que no resulta tarea sencilla que el público en lo mayoritario de la palabra se muestre en comunión con el resultado que la industria (por pequeña que sea, es buena y conecta con las personas) plasma en la gran pantalla. Y el caso es que la gente no es idiota, y si estos datos son así, no es por otro motivo que un trabajo tenaz y creativo en el que las historias están bien hilvanadas, son ingeniosas y suplen falta de medios económicos con excelentes actores y pizcas de esa salsa agridulce que aliña a la vida y de la que, será por carácter, será por sufridores, por alma melancólica o por espíritu artista, los argentinos retratan como nadie. Por algo el film ha arrasado en la taquilla argentina y se está bañando en elogios del resto del mundo, el verdadero sueño dorado de aquellos que idean el asunto.
Dicha salsa agridulce viene que ni pintada para describir el fondo de una historia tragicómica en la que Roberto, un tipo huraño, gruñón y de corazón noble, interpretado a la perfección (¿lo dudaban?) por el gran Ricardo Darín, se topa con alguien más desgraciado aún, un chino recién llegado a Buenos Aires, que no habla una palabra de español y, por motivos circunstanciales, se encuentra en situación de completo desamparo. Roberto no puede hacer otra cosa que, a regañadientes con la boca pequeña, echarle una mano a su nuevo compañero de aventuras, y a la vez transmitir a aquellos que tenemos cada día menos fe en la especia humana, que las buenas personas existen, y sólo hay que buscarlas con tesón, o tener la buena suerte de topártelas.
El comienzo de la cinta es paradójicamente irreal, porque siendo lo más increíble de la historia, es precisamente lo único que está basado en hechos reales, y el toque hilarante de apertura es muy de agradecer para el devenir de la acción, y te baja la guardia para cuando más adelante los contactos humanos entre personajes te rocen el corazón.
Por supuesto, el reparto es la principal baza del proyecto, especialmente Darín, que acapara foco y fotografía, con esos ojos que le hacen la mitad del trabajo y que yo diría que son de los más expresivos del cine en la actualidad.
Montaje, música, escenarios y, sobre todo, fotografía, que magistralmente ensombrece o aligera el panorama acompañando el estado de ánimo de los protagonistas, acompañan un buen trabajo de dirección del realizador Sebastián Borensztein, al que sólo le ha faltado un toque de riesgo para que su notable película hubiera llegado a ser redonda.
Es muy pero que muy de agradecer, además de bastante revelador, que cuando la cartelera, que se ha mostrado tiesa todo el año de cine español, empieza a tiritar de cine estadounidense veraniego (contradicciones climatológicas que tiene este arte), tiene que ser rescatado desde Argentina. No hay mucho más que añadir…
Puntuación: 7
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