El otro día recibo en mi correo electrónico: perdona no me he podido poner en contacto contigo porque se ha caído el servidor de la BB y no he podido utilizar mi FB. Para los que somos socios honoríficos del nada selecto club de los I.I.I. (Idiotas Integrales Internautas) lo interpretamos rápidamente, que se le había estropeado la Blackberry y no le funcionaba el Facebook. Sí, esas redes sociales que lo mismo sirven para que enseñe el culo alguna famosa en la ducha, la tableta de chocolate un chulazo, para preguntar qué hay de comer en casa, para demostrarle a un hermano que hace décadas que no ves lo mucho que lo quieres, cómo para organizar la más grande de las revoluciones en pro de la justicia social. Siempre para mayor gloria de las cotizaciones bursátiles de las multinacionales de la electrónica de turno. Está claro que los que estamos dentro de las llamadas redes sociales nos hemos convertido en pequeños aprendices de Shakespeare, con la máxima del –ser o no ser, esa es mi obsesión-. Algunas de ellas pretenden ser auténticos incunables con tan sólo 140 caracteres, aunque sinceramente a la mayoría nos sobran más de la mitad. Me imagino al señor Lutero, que en lugar de imprenta, hubiera podido contar con el face: “Yo también protesto como mi amigo Lutero”. Con millones de amigos, poniendo sus críticas a las encíclicas papales, y toda la peña compartiéndolo, poniendo ‘Me gusta’, comentarios, insultos y lo que normalmente hacen los expertos de la creatividad de esos foros. Entonces en vez de cisma, se habría convertido todo en un `trifostio´ de c……
Y por supuesto, hay que hacer mención a los imparciales, y de demostrada independencia, informes de la omnipotente industria de las telecomunicaciones, que son del todo convincentes sobre la inocuidad demostrada por la utilización de todos estos aparatejos. Y máximo cuando la mayoría de dichos informes son financiados por ellos. Nos aseguran que nuestro cerebelo nunca terminará tan tostado como el típico choricillo de barbacoa que se quedo en los rescoldos, y al día siguiente lo descubrimos al limpiar la parrilla. Aunque si los cuestionas corres el riesgo de que alguno, que todavía no se le ha quitado el olor a morcillo de aldea, te califique de analfabeto de las nuevas tecnologías. Aunque tampoco me imagino a los señores fabricantes de potentes motocicletas llevando a sus posibles clientes en viaje turístico de promoción por los servicios de traumatología de los hospitales.
Ya por último llega a un punto del todo grotesco el día que quedas con unos amigos a tomar café. Es el momento justo, cual si fuera la tabla redonda del rey Arturo, todos alrededor de ella y en vez de desenvainar sus mandobles, hacen lo propio, casi al unísono, con sus dispositivos móviles. Iphones, tables, blackberrys… ¡presentes!, es el momento justo en el que los cacharrejos empiezan a decir ‘aquí estoy yo’. Ellos protestan, e inmediatamente sus propietarios a contestar, mandar mensaje, hablar y todo tipo de chorradas, algunos expertos aseveran que incluso sirven para trabajar. A veces, he llegado a pensar que tienen contratado a personal para que les llamen demostrando así, fehacientemente, lo conocidos que son. Total que después del encuentro tan esperado se han cruzado tres palabras, si cabe. Eso sí, sin que falte hacer mención en su red `aquí tomando café con los fulanos de copas que estén presentes´, y estos compartiendo el evento. Acontecimiento trascendente para la continuidad de la especie humana. Es evidente que a los señores Mark Zuckerberg, Steve Jobs, Jack Dorsey… tuvieron el imperdonable error de no añadir la opción: cibercafé no presencial. Pues eso, que al grito de ¡arriba la modernidad!, nos hemos cargado alguna que otra cursilería típica, como poner unas gotitas de perfume en las cartas. O esas conversaciones entre enamorados que terminaban: cuelga tú, no cuelga tú tonta, que no que cuelgues tú…
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