Categorías: Opinión

Un ceutí, capitán general de la Armada

Decía en uno de mis últimos artículos que Ceuta siempre fue un semillero fértil, muy granado, de militares profesionales que en todas las épocas sintieron desde muy jóvenes la llamada de las armas; y no sólo lo fueron en el pasado, sino que todavía siguen siéndolo en el presente; lo mismo que también cuenta Ceuta con héroes y valientes soldados que lo han dado todo por defender a ultranzas la españolidad de esta preciosa ciudad y también el honor y la dignidad de España allí donde haya sido necesario. Y ello creo que no ha sido por casualidad, sino que es consustancial con los ceutíes, y tiene su razón de ser en su resuelta y decidida voluntad de querer en su día ser españoles y tener la nacionalidad española, de manera que bien puede decirse que fueron los ceutíes los únicos que obtuvieron la ciudadanía y carta de naturaleza española, no porque jurídicamente les viniera impuesta por razón del “ius soli” (derecho del suelo en que se nace) o el “ius sanguini” (derecho de sangre, por ser descendiente de padres españoles), como dispone el Código Civil, sino por haberlo así querido ellos mismos de forma libre y expresa. Y ese mismo valor al que tan dados son los ceutíes, es el que también acreditó del personaje que hoy traigo a colación en esta página de los lunes.
Se trata de Juan Joaquín Moreno d´Houtlier, nacido en Ceuta, el 24-09-1735. Y llegó a alcanzar el grado de capitán general de la Armada. Era hijo del mariscal de campo Francisco Moreno Mondragón y de Celina d´Houtlier y Verttier, ésta de noble familia flamenca. La trayectoria profesional de este insigne ceutí fue la siguiente: El 4-03-1751, con sólo 16 años, se alistó en la Armada de guardiamarina, en el Departamento Marítimo de Cádiz, habiendo tomado pronto parte de forma exitosa en varias acciones contra los piratas berberiscos, que por aquellos años arrasaban las costas de Cádiz y Málaga. En 1754 ascendió a alférez de fragata; en 1757 a alférez de navío; y a teniente de fragata en 1760. Con este último empleo pasó a Cuba con la escuadra del marqués del Real Transporte, habiendo defendido el castillo del Morro como oficial de órdenes de su comandante Vicente de Velasco. En 1762 fue herido de gravedad en la cabeza, con una herida producida por un cascote de metralla, de la que se resentiría durante toda su vida. Estando hospitalizado y todavía sin curar, solicitó incorporarse a su buque para poder seguir luchando. En 1764 fue nombrado mayor en la flota mandada por el jefe de escuadra Agustín Idíaquez, con el que navegó por aguas americanas.
En 1769 pasó a mandar la fragata “Jesús Nazareno”, que fue armada de guerra para emprender la expedición a Luisiana. En 1775 pasó al Mediterráneo, como segundo comandante del navío “San José”, participando en la guerra de Argel. En 1780, cuando ya era capitán de navío, se le encomendó el mando del “San Miguel”, las fragatas “Rosario” y “Gertrudis” y el jabeque “San Luis”. Por causas de un fuerte temporal, las corrientes lo arrastraron hasta las inmediaciones de Gibraltar, donde quedó al alcance de la artillería gibraltareña que le disparó a la distancia de un tiro de pistola; pero el valiente Moreno, lejos de arredarse, respondió al bombardeo cañoneando a un navío y cuatro fragatas fondeadas frente al Peñón, habiendo salido muy airoso del combate. Por este hecho de armas, y en atención también a su brillante hoja de servicios, fue promovido al empleo de general de brigada, asistiendo al mando del “San Miguel” en el Gran Sitio de Gibraltar de 1781, a las órdenes del almirante Córdoba. Por su valiente acción de guerra, fue llamado a la Corte en Madrid, donde fue muy felicitado por el propio rey Carlos IV y el generalísimo, el extremeño Manuel Godoy.
Como consecuencia de otro temporal, su navío se estrelló contra las rocas y acantilados de la última colonia de la actual Unión Europea, para mayor vergüenza de Gran Bretaña y toda Europa; pero, antes de que el navío que mandaba cayera en poder británico, mandó prenderle fuego.
Tal hecho fue luego juzgado por un consejo de guerra, como es lo normal en estos casos, pero después terminaría absuelto de todo cargo.
Fue ascendido a jefe de escuadra en 1873, cubriendo sus singladuras tanto por el Mediterráneo como por el Atlántico. Con posterioridad, en 1787, recorrió América en misión de trabajos científicos, mandando el navío “San Julián”. En 1793, en la guerra que entonces libraba España contra Francia, hallándose en la defensa de Tolón, ascendió a teniente general. En base ala eficaz ayuda que prestó a la defensa de Tolón  fue condecorado con una muy honorífica laudatoria por Real Orden. Tomó luego parte en el combate de San Vicente del 14-02-1797, donde, gracias a su destacada y valiente intervención, la derrota española no fue más severa. Que ello es así, lo prueba el hecho de que el mismo jefe enemigo, el almirante Nelson, le dirigió una carta en los términos siguientes: “El comandante en jefe, Sir John Jervis, ha querido remita a V.E. una gaceta en que se dan noticias del navío de V.E.. Afirma que V.E. fue quien en aquella tarde salvó al “Santísima Trinidad”; y Sir John Jervis está pronto a certificar que un navío de tres puentes que arbolaba insignia del almirante de línea emprendió la bizarra acción de atravesar la escuadra inglesa entre el “Victory” y el Egrmont”. Por su heróico y capacitado comportamiento fue condecorado con la encomienda de la Orden de Calatrava. Para hacerse una idea de la importancia que tuvo el salvamento de este buque de guerra, “Santísima Trinidad”, (aunque después fuera vencido y puesto fuera de combate en la siguiente batalla de Trasfalgar), el mismo tenía una capacidad de 130 cañones, 3.000 toneladas y una tripulación de 1.100 hombres.
El 23-09-1799 se le confirió al ceutí el mando de una escuadra surta en El Ferrol, izando su insignia en el “Real Carlos”, defendiendo dicha ciudad en 1800 de un ataque inglés en el que los británicos pretendían tomar el puerto de El Ferrol y prender fuego a todos los buques de guerra españoles surtos en la bahía, para después bombardear a placer la ciudad, dado que los efectivos de la Marina de Guerra española eran allí muy exiguos y estaban en una manifiesta inferioridad numérica, ya que la inglesa era una potente escuadra compuesta de 5 navíos y otras 5 fragatas, transportando un ejército de 12.000 hombres.
Para los españoles, la victoria fue milagrosa. Si el mando inglés, Pulteney, hubiera obrado con más decisión, tomando las alturas de Chamorro, su amenaza contra la ciudad hubiera forzado a Moreno -como ya lo había establecido- a incendiar sus navíos; él mismo lo reflejó en su diario, citado por Fernández Duro: "Es preciso decir la verdad; el estado de la plaza era tal, que sobraban fuerzas al enemigo para tomarla, y aún sin entrar en ella, pudieron quemar este magnífico costoso arsenal, con sus pertrechos y bajeles en carena y grada. La escuadra precisamente se hubiera perdido entre las llamas o sumergido dentro del agua; pues, resuelto yo a defenderla hasta uno de aquellos dos tristes momentos, llamé a todos los comandantes y les previne que en aquel desgraciado suceso, después de consumir el último grano de pólvora, tomaría yo la resolución que dictasen las  circunstancias de echar a pique los buques o quemarlos".
Perola tenaz resistencia de las tropas mandadas por Moreno, hizo que el día 27 las tropas invasoras terminaran su reembarque y zarparon en retirada. Quizá temerosos de que reconsideraran su decisión, los militares españoles no les molestaron. Tenían muy claro que su triunfo era asombroso con sólo dejarles marchar. Así, el anónimo relator de la Verdadera relación de lo acaecido en la tentativa echa por los Ingleses al departamento del Ferrol en los días 25 y 26 de Agosto del año 1800, conservada en la Real Academia de la Historia, deja constancia de que: "Lo cierto es que yo decantaré siempre que las suplicas de alguna alma buena llegaron a los oídos del Dios de los ejércitos, e hizo por su inmenso poder retirar al enemigo. Los británicos habían tenido dieciséis muertos y sesenta y ocho heridos; los españoles, treinta y siete muertos, ciento dos heridos y cinco desaparecidos.
La desproporción en las bajas es manifiesta. La victoria de los defensores se debió a los errores británicos: falta de arrojo, carencia de exploradores que informaran de la situación del enemigo, reserva de la flota que no intentó forzar la entrada en el puerto... Pero, también, se produjo por el arrojo de los defensores, que se sobrepusieron a la sorpresa, a su inferioridad material y humana... Gran parte del mérito de que así fuera le corresponde a Juan Joaquín Moreno, que fue diligente para informarse y sereno y oportuno en sus decisiones”. Moreno fue muy felicitado por el Gobierno de aquella época. Después, se hizo tan célebre la defensa de El Ferrol, que fue tomada como modelo por el ejército del Rhin, siendo mencionada y puesta de ejemplo, en la orden que dio su jefe el general Moreau.
En 1801 participó en el lamentable desastre del Estrecho, encontrándose por orden del almirante Mazarredo en la fragata “Sabina”, junto a Linois, salvándose de esta forma del naufragio del “Real Carlos”, habiendo sido muy elogiado por Napoleón Bonaparte.
Fue nombrado capitán general del Departamento Marítimo de Cádiz y, gracias a su excelente labor, fueron salvadas muchas vidas del desastre de Trasfalgar. En 1808, dirigió las operaciones navales que culminaron en la rendición y captura en Cádiz de la escuadra del francesa mandada por el almirante Rosily, habiendo sido ésta la primera victoria española contra los franceses en la Guerra de la Independencia.
Y el 3 de septiembre de ese mismo año fue nombrado ministro del Supremo Consejo de Guerra y Marina. Con posterioridad mandó dicho Departamento Marítimo, conservando el tratamiento y honores de capitán general hasta su muerte en Cádiz el 4-09-1812. Dejó varios escritos de interés, entre ellos, notables traducciones.

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