Se cumplirían por estas fechas cien años de la inauguración oficial del histórico ‘Teatro Cervantes’, en sus orígenes ‘Teatro del Rey’ hasta el advenimiento de la República.
El nuevo coliseo que suponía un salto a la modernidad con respecto a sus modestos antecesores, nació bajo el inicial proyecto eléctico e historicista de Santiago Sanguinetti, el primer arquitecto municipal ceutí fallecido en 1930, creador de importantes realizaciones urbanas y bajo cuyos planos se levantaron también conocidos edificios para renombradas familias ceutíes como los Ibáñez, Delgado, Mena o Mesa y, curiosamente también, fueron suyos los proyectos del ‘Apolo’ y del ‘Cinema Hadú’.
Con su fachada neorrenacentista y un amplio escenario, el ‘Cervantes’, al que muchos todavía recordamos, contaba con 500 butacas amplias y confortables, tapizadas en terciopelo granate, 14 palcos con cuatro localidades cada uno, la planta de la general con 400 butacas, más las 77 delanteras, popularmente conocidas como de ‘balconcillo’. Sumen pues y deducirán lo que hubiera supuesto el haber seguido contando con este teatro.
Un local por el que desfilaron las principales compañías escénicas de cada momento como las de Margarita Sirgu, Irene López, Borrás, Hortas, Rambal, Morano, Ricardo Calvo, Vico, Paco Martínez Soria, Társila, Criado y tantísimas otras, junto con las de revista, ópera y zarzuela con las que las voces de Marcos Redondo, Fleta o Sagi Barba supieron revivir los sainetes de Bretón, Caballero o Granados. La sala sirvió también de circo y como marco de los renombrados bailes de Carnaval, los de la Prensa, espectáculos para los que se levantaban las butacas del patio. Y en periodos de ausencia de las compañías nacionales era el turno para la ‘La Farándula’ y ‘El Liceo Español’, las extraordinarias agrupaciones escénicas locales de su tiempo.
Aunque el ‘Apolo’ se especializó en espectáculos folklóricos y musicales, por el escenario del coliseo de la calle Padilla pasaron también destacadas figuras del género como Marchena, El Sevillano, Lola Flores, Manolo Caracol, Angelillo, Estrellita Castro…
Sede de los pregones de Semana Santa desde 1947 hasta su cierre, la sala sirvió de marco para la presentación, en 1934, del Himno de Ceuta, así como de todo tipo de actos como las multitudinarias asambleas del At. de Ceuta o los tradicionales sorteos de nuestra Caja de Ahorros, mítines, amén de todo tipo de festivales benéficos y conciertos de renombre. Historia viva de la ciudad, ciertamente.
Dedicado en su última época fundamentalmente al cine, el Cervantes estuvo siempre en vanguardia de la última tecnología, como sucedió en 1956 con la llegada del nuevo sistema de cinemascope con su pantalla de doce por cinco metros y sonido de alta fidelidad y después estereofónico, reformas técnicas que crearon dificultades para el montaje y desmontaje de su pantalla gigante en detrimento de las representaciones teatrales. Era la época dorada del cine con estrenos sonados como ‘El último Cuplé’, ‘La Violetera’, ‘Sisí’, ‘El puente sobre el río Kway’, ‘20.000 leguas de viaje submarino’…
El que debió ser el Teatro Municipal de Ceuta
Con la denominación de ‘Teatro Cervantes’ existen magníficos coliseos. Málaga conserva el suyo desde que en 1984 su ayuntamiento decidió reconvertir lo que con el tiempo se había quedado reducido a un cine medio en ruinas y en quiebra. Aunque para ruinas, el ‘Cervantes’ de Tánger, levantado dos años antes que el nuestro, tras dejar abandonado a su suerte desde hace décadas lo que fue una auténtica coctelera de lujo de la época colonial por la que desfilaron las más brillantes estrellas de la lírica y de la escena. Tras un fracasado intento de restauración se intenta ahora retomar el proyecto.
Como el ‘Cervantes’ malacitano, la mayoría de los actuales teatros de provincias son salas recuperadas por los municipios cuando se produjo el ocaso de los tradicionales cines de antaño. Ha sucedido con el ‘Florida’ de Algeciras y con el ‘Teatro Velada’ de La Línea, pese a contar la ciudad con un excelente Palacio de Congresos con el que se alternan los distintos espectáculos. El propio caso de la hermana Melilla con la exitosa rehabilitación del histórico ‘Kursaal’ con su fachada original de 1930, según el proyecto del gran arquitecto modernista Enrique Nieto y sus 766 butacas.
Teatros, teatros en toda la regla y no un Auditorio, como el nuestro, con una capacidad bastante más reducida que tanto lamentamos cuando con un espectáculo de relieve se agotan de inmediato las localidades. No vamos a negar las excelencias de la sala en cuanto a su dotación escénica y posibilidades, pero sí lo inoportuno de la obra por su desorbitado costo como el resto del conjunto de la obra de Siza, en la que, además, no se puede acometer la más mínima reforma sin la pertinente autorización del arquitecto luso.
Un auténtico despropósito de nuestros políticos, por cuanto la construcción del complejo llevó aparejada también la demolición del histórico cuartel del Rebellín, recinto que, restaurado convenientemente, hubiera permitido disponer de sus dependencias para múltiples funciones en tan céntrico y estratégico emplazamiento, incluido su gran patio central, un recinto al aire libre capaz de acoger las más diversas manifestaciones con mayor seguridad y encanto que la fría y antiestética actual plaza Mandela.
Con la paradoja, para más inri, de que, justamente enfrente, estaba el ‘Cervantes’, cuya recuperación y rehabilitación con la del propio cuartel, habría costado bastantes menos millones de euros, además de disponer de una sala con un aforo mayor que el que incomprensiblemente se dispuso para el Auditorio.
Desgraciadamente en Ceuta y, no de ahora, no hemos sabido poner en valor en muchísimos casos nuestro patrimonio histórico. Ejemplos sobrados podremos detallar en otra ocasión y me viene a la mente ahora aquella corporación municipal de los años cuarenta a la que se le ocurrió el proyecto de derribar las murallas del Ángulo para construir con sus piedras una nueva plaza de toros que reemplazara al Coso Blanco de Hadú.
Perdido para siempre el cuartel del Rebellín, la misma suerte parecer aguardar al edificio que albergó al ‘Teatro Cervantes’. Cien años lo contemplarían hoy como decimos. ¿Hasta que punto deberíamos conservar lo que queda de él para evitar un nuevo atentado contra esa historia patrimonial por más que la sala dejara de ser la que fue tras su reconversión al principio de los noventa?
Un siglo, sí. Y recuerdos, maravillosos recuerdos para quienes conocimos el teatro – cine cada vez que pasamos por su acera o nos sentamos en la acogedora terraza de la cafetería que en su día fue su vestíbulo.
Antes de poner en marcha la piqueta, piénsese fríamente y luego decidamos.
Antonio Delgado, el inolvidable empresario
La historia del ‘Teatro Cervantes’ necesariamente va unida estrechamente al que durante muchas décadas fue su propietario, Antonio Delgado, empresario entusiasta del arte escénico, uno de los pioneros de la cinematografía nacional y dueño del ‘Circuito Cervantes’ que llegó a aglutinar a varios cines de la ciudad. Fallecido en 1965, la muerte le impidió levantar un nuevo ‘Cervantes’, como tenía proyectado.
Titular del ‘Teatro del Rey’ desde abril de 1928, este dinámico emprendedor, conocedor de los más profundos secretos del sector, gozó siempre de excelentes relaciones con los círculos nacionales y extranjeros. Su gran visión de lo que debían ser los espectáculos públicos, le llevó volcarse con su renombrado coliseo dotándole en todo momento de la última tecnología y confortabilidad. Durante unos años se decía que las películas se estrenaban en su sala en el mismo momento que en Madrid, algo tan habitual hoy pero poco menos imposible antaño.
El espíritu audaz de D. Antonio le llevó a conseguir para Ceuta la mejor sala cinematográfica del norte de África, el ‘Terramar’, solemnemente inaugurado en 10 de octubre de 1964. De elegante construcción, auténtico confort y última tecnología, disponía de 2.380 butacas. Lamentablemente, como los demás cines, desapareció ante la indiferencia total de los poderes públicos locales.
Delgado disponía en su casa de la Marina una biblioteca de unos 4.000 volúmenes en una amplia anaquelería escrupulosamente dividida por géneros: teatro, historia, cine, tecnología audio visual, biografías, temas de actualidad y los mas diversos manuales de cinematografía. “Entre películas y mi biblioteca tengo enterrada mi vida. No conozco otras diversiones”, me dijo en una entrevista radiofónica, poco antes de morir, cuando le visité en su domicilio.
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