Categorías: Opinión

Un cadáver llamado fútbol español

Es tiempo de fichajes, pero sobre todo es el momento de que se reforme con transparencia y lucidez
un sistema podrido en el  fondo y hasta en la forma

Presidentes corruptos,   ultras que gozan de favores, estadios vacíos, la sombra del dopaje, aficionados ebrios o amaños de partidos marcan el estado del fútbol español

 

Terminado el Campeonato Nacional de la Liga de Fútbol de Primera División y, como sucede desde tiempos inmemoriales, máxime cuando los dos grandes de nuestro país han saldado la temporada con sonoros fracasos, las imágenes de los fichajes apresurados de futbolistas estrellas, los rumores de la llegada de futuros jugadores o la despedida emocionada (o a la francesa) de entrenadores, defensas y delanteros centros se suceden no ya cada día sino en el transcurso de cada hora.
Tiempo de salidas y entradas, festival de personas que, como mercancías, navegan de un puerto a otro ante la mirada concentrada y dichosa del aficionado de turno. Pero también es el momento, y la crítica situación por la que atraviesa el fútbol de nuestro país así lo requiere con carácter de urgencia, de que se haga un profundo, coherente, honesto y transparente análisis, conditio sine qua non para sacar conclusiones elementales y obrar en consecuencia con vistas a reformar un sistema podrido en el fondo y hasta en la forma. No obstante la premisa de la reflexión es impensable que se dé pues en España la cuerda de valores imprescindibles que han de dar sentido a todo país avanzado que se precie se rompió hace ya lustros.
Por tanto, dando por sentado que el hecho de que el fútbol español mejore es una utopía imposible de que deje de serla, cabe desnudar cuanto menos algunas de las principales vergüenzas que rodean a un espectáculo que, para mayor inri, se ha erigido en esta época feroz en la única vía de escape y disfrute para millones de españoles acuciados por la crisis económica y cientos de problemas más (muchos ocasionados por su propia y nefasta acción) que acechan en el deprimido Siglo XXI: empresarios imputados (y algunos condenados por blanqueo de capitales y por delitos similares) al frente de clubes antaño señoriales y ejemplo de gestión; sospechas (y confirmaciones vía judicial) más que evidentes de amaños de partidos que atañen no ya a jugadores sueltos, esas ovejas negras que nacen, crecen, se reproducen y procrean en cada casa, sino a instituciones al completo, desde el mandatario principal hasta el último empleado; comisiones pagadas por clubes en dinero negro a intermediarios oscuros que obran al margen de las reglas que establece el marco legal con el beneplácito y probable beneficio del propio club; acciones bochornosas que no hacen sino mancillar la imagen, o los símbolos, o la historia de entidades legendarias; amenazas de muerte e insultos abominables al colegiado de turno por parte de quienes, debido al cargo que ostentan, debieran establecer un ejemplo para la sociedad en general y para el espectador en particular; cooperación directa de juntas directivas con los ultras, esos radicales que cuentan de antemano con viajes pagados y entradas de encuentros gratis por el club en cuestión, cuarto propio en el estadio donde programar una u otra fechoría y dejar banderas nazis y reclamos anticonstitucionales llenos de odio y violencia en idéntico porcentaje, o que gozan de un trato a favor que les permiten bajar a pie de césped para entregar una placa de gratitud hacia el entrenador que se marcha; equipos que, pese ganarse en el campo, a través de sudor, buen fútbol y una pizca de suerte, su concurso en el próximo año en una alta competición a nivel europeo, no participarán en la misma debido a las sanciones que organismos internacionales han decretado en base a la comisión de acciones ilegales; aficionados que acceden al estadio en pésimas condiciones tras ingerir de manera masiva bebidas alcohólicas y otras drogas; entradas para asistir in situ a un partido a precio tan prohibitivo que la mayoría de los estadios han registrado en los últimos cursos un aspecto paupérrimo en el que el color de la butaca era mucho más visible desde la televisión que el de la bufanda del espectador; aficiones nacionalistas y cerriles que en la final de la Copa de S.M. el Rey de España, silban, insultan y bufan en un ejercicio de incoherencia y cinismo de límites de insensatez infinitos; o las manifestaciones efectuadas por el más sensato, instruido, original y valiente de los ministros del Ejecutivo de Rajoy, José Ignacio Wert, cabeza visible de la cartera de Educación, Cultura y Deporte, confesando y denunciando que "España tiene un problema con el dopaje" como puntilla final.
Escenarios, situaciones y vergüenzas cotidianas que marcan el estado actual de nuestro fútbol y que ni tan siquiera oculta un ápice el éxito del combinado nacional, que atraviesa la época dorada de su historia, hecho que debiera haber constituido el espaldarazo definitivo para aupar al fútbol español a la verdadera categoría de lo estelar, siempre y cuando el resto de competencias que componen el funcionamiento de este sistema hubieran seguido el curso debido.
La merma de asistencia de público, la fuga de talentos a otras ligas (Jesús Navas, Falcao, Mourinho como últimos ejemplos) y el endeudamiento económico que abocan a la desaparición a clubes centenarios como el Real Racing Club de Santander (o en el menos malo de los supuestos a su refundación), amén de todas los escenarios descritos con anterioridad, precisan de la urgente intervención del presidente de la Federación Española de Fútbol, Ángel María Villar, ese tipo que no sabe pronunciar la palabra fútbol y que sólo aparece cada vez que hay que levantar un trofeo, del grueso de los clubes y de los partidos políticos en aras de, tras caer despojada la venda del ojo, sentar las bases necesarias para salvar un deporte infecto otrora hermoso y noble derroche cultural y hoy en día triste e infame metáfora de un cadáver vestido de corto incapaz de patear ni siquiera una pelota pinchada.

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