Si damos por sentado que lo que llamamos ‘estético’ no se funda en ‘conceptos’, puesto que no se puede medir, no existe, por tanto, ninguna regla de gusto objetiva que nos pueda determinar lo que sea bello o no, ya que lo bello radica, aparentemente, en el sentimiento del sujeto, en su subjetividad. Por consiguiente, lo bello está en relación con el sentimiento de agrado o desagrado, aunque como dice Diderot si lo bello ‘externo al sujeto’ tiene el poder de evocar en el entendimiento la idea de relaciones, la indeterminación de esas relaciones, el placer de captarlas y el placer que proporcionan crean la ilusión de que lo bello sea más un asunto sentimental que racional. A este respecto, el escritor Allan Poe sostenía que el principal objetivo del arte es provocar una reacción emocional en el receptor, siendo, por tanto, lo que siente el sujeto, que contempla la obra, lo verdaderamente importante.
Estimo que Ceuta tiene durante el día dos momentos luminosos verdaderamente hermosos. El primero de ellos se sitúa entre las nueve y diez de la mañana, hora solar, y el segundo, a la hora del crepúsculo, al atardecer. En ese instante, al caer la tarde, Ceuta, vista desde la bahía sur –carretera nueva–, empieza a mudar su color marfileño natural por el carmesí. En ese preciso instante, la cara de la Ceuta que acude a mirarse al mar de levante, como la de la Ceuta que se despeña por la subida del Recinto se ruborizan por la postrera luz del ocaso solar. Para un observador atento, desde el paseo de la carretera nueva, el momento del atardecer, lleno de lirismo y melancolía, se vuelve mágico, al tiempo que le invade un sentimiento placentero, en extremo, gozoso. He ahí lo bello.
Pero hete aquí que a lo largo del nuevo paseo de la carretera nueva se están colocando una serie interminable de palmeras distanciadas una de otra alrededor de unos quince metros. Palmeras que, como no podía ser de otra manera, se interponen entre el observador y el objeto observado: la ciudad de Ceuta.
Ya nada será como antes. La magia que proporciona el atardecer se verá empañada por las hojas de las interminables palmeras agitadas por los frecuentes vientos del este. Palmeras que en absoluto establecen, entablan, un feliz diálogo entre el paisaje marino y ellas. Nada más lejos que una feliz combinación de ‘estilos’ entre uno y otras. La belleza de la forma en la naturaleza se presenta, en palabras de G. W. F. Hegel, sucesivamente como regularidad, simetría y conformidad y armonía. El paisaje que los paseantes veremos desde esa carretera nueva carecerá de armonía, es decir de la conveniente proporción y correspondencia entre paisaje al fondo y las palmeras.
Por otra parte, el fuerte y frecuente viento de la costa de levante deposita sales del mar y éstas producen quemaduras en las hojas, pudiendo provocar la muerte de las palmeras que no se adapten a esa exposición. Como dicen los manuales, siempre será preferible elegir situaciones protegidas de los vientos si se quiere lograr bellos ejemplares.
Así que el personal está avisado y creemos que sabe lo que se hace y se trae entre manos. No vaya a ocurrir que dentro de un tiempo esas palmeras aparezcan como zombis agitando sus escuálidas y secas ramas y afeen aun más el paisaje.
Volviendo al encabezamiento de estas líneas, parece que el alcalde Vivas posee un dudoso gusto estético, visto lo visto, y lo peor acaso no sea eso, sino que está ajeno a la sensibilidad estética popular, y es, además, irreductible, granítico, en sus opiniones. Sea como fuere, la historia de las palmeras puede que se convierta en una manifestación más de la cochambrosa estética del alcalde Vivas.
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