Opinión

Un albergue muy especial

Camino del Norte llega a Galicia por la conocida villa de Ribadeo que resplandece en la ría de su nombre. Es aconsejable pararse en ella para conocer su ambiente  y callejearla con la finalidad  de ver los bellos y curiosos rincones que atesora. Al salir de dicha localidad, iniciamos una subida que nos ofrece perspectivas únicas de la zona. Enfrente, contemplamos en la costa asturiana,  Figueras, y adentrándose en el mar, Castropol,  que destaca con su torre de elevadísimo chapitel rodeado por casonas blancas de techumbres pizarrosas. Al fondo la coqueta ciudad de Vegadeo. Todo un espectáculo para no olvidar, pero que poco a poco íbamos dejando atrás al tiempo que avanzábamos en nuestra marcha.
Tras cuatro horas de andadura, el camino se suaviza y serpentea por bellas lomas sorteando alguna que otra aldea (quizás abandonada), pero casi siempre rodeadas de verdes sembrados en los que emerge el característico hórreo erizado de la Mariña.
Descendemos agradablemente por los ricos campos de Cabarcos, y al llegar San Xusto nos encontramos en la curva de entrada con un grupo de jóvenes peregrinos que bebían refrescos, colgaban la ropa recién lavada, mientras otros en zapatillas descansaban apoyados en el zócalo de lo que indudablemente era un pequeño y agradable albergue. Pese a su modernización y acicalamiento, fácilmente pude reconocer el último colegio que tuvo esta aldea. Efectivamente, hasta hace unos pocos años había sido la  ESCUELA PÚBLICA de la zona desde que lo inaugurase, en el años 1963, mi tía, la MAESTRA Dª ESPERANZA GONZÁLEZ TROBO, donde ejerció su  MAGISTERIO hasta su jubilación, a principio de los noventa. Entonces, como a sus escolares los trasladaron  a la  agrupación escolar comarcal, la escuela quedó cerrada durante todo ese tiempo.
Me contaba una vecina  que cuando vinieron  los  trabajadores para remodelarlo,  motivada por la curiosidad,  al entrar con los obreros, sintió una profunda tristeza al ver que todo estaba igual que el último día de clase: el crucifijo sobre la pizarra, la silla y la mesa de la MAESTRA frente a los ordenados pupitres que, vacíos, habían sido ocupados, todo ese tiempo solamente por el polvo y el silencio…y que a la entrada, en su pequeño patio-recreo, durante todos esos años de inhabilitación no se oyeron las voces y las risas juveniles, sólo la hierba y algunos arbustos la poseyeron. Ahora, añadía satisfecha,  la presencia de estos jóvenes peregrinos,  le han vuelto a la vida.
Juan Antonio

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