Alseny y Habib pusieron cara y voz hace unos meses, a través de FAROTV, a una realidad sobre la que mucho divaga la sociedad y poco se conoce, cómo es la vida de los residentes del CETI en Ceuta. Ellos abrieron su alma, su corazón, sus anhelos, esperanzas y sueños. Compartieron confesiones, preocupaciones y proyectos de futuro.
Sus historias, aunque bien distintas, se presentaban acuciadas por la necesidad y en pos de un proyecto vital cuyo primer rayo de luz les llegó en Ceuta y que deseaban que brillase al otro lado del Estrecho. Ayer fue el día en que la vela de la esperanza y los sueños resplandecía más que nunca, un capitulo se cerraba para comenzar la gran aventura. Al fin eran dueños de su destino. Al fin llegaba el sueño europeo.
Fueron de los más rezagados en llegar, apenas les restaba media hora para que el ferry, que trasladaba a un centenar de residentes del CETI hacia la península, partiera. Vestidos con sus mejores galas, y unas sonrisa que parecía grabada en unos rostros resplandecientes, hacían su entrada en la Estación Marítima arropados por un numeroso grupo de amigos que dejaban en la ciudad.
Ceuta se ha transformado en su hogar y en la causante de que sus vidas se cruzaran. Durante nueve meses se han convertido en “hermanos” y han construido un proyecto en el que no conciben la vida el uno sin el otro. Sin embargo, la desidia de unas salidas paralizadas pesaba demasiado. Aunque eran conocedores de que sus caminos deberían separarse, “temporalmente en la península”, la ansia de partir era más fuerte. Y, al fin, el pasado martes llegaron los pasajes hacia su nuevas vidas.
Alseny fue el primero en conocer la noticia y, confesaba, que no daba crédito. “Me dijeron que había salido una lista y era el primero. Soy el jefe del grupo, me dije”, aseguraba entre risas de sus compañeros. Su alegría se acrecentó cuando se publicó un segundo listado en el que aparecía el nombre de su amigo de aventuras y confesiones. “No podía ser más feliz, lo tenía todo. Nos íbamos juntos”.
Sensaciones compartidas por su amigo. Aunque Habib aseguraba que partía con el corazón dividido. “Es enorme la tristeza que me invade por las personas que dejo, pero es el momento, este es nuestro comienzo”, explicaba.
Ahora les esperan tres meses en una onegé hasta que se presente en sus vidas la dureza que asola a todos estos jóvenes en la península. Sin embargo manifestaban que “no les asusta”, llegan pisando fuerte y con un objetivo claro. “Vamos a estudiar. Debemos hacer el Bachillerato para poder presentarnos a la prueba de acceso la universidad. Cuando lo consigamos nuestro sueños comenzará a materializarse”.
Son conocedores que la etapa que ahora comienza estará cargada de luces y sombras. Pero en Ceuta se han fortalecido, han crecido y madurado, ya no son esos niños temerosos que desembarcaron bajo un temporal nocturno en Santa Catalina. Las cicatrices del pasado van con ellos, son heridas cerradas cuyo dolor siempre permanecerá pero que les ayudará, en los peores momentos, a recordar cuál es su objetivo. Será el impulso ante las caídas, y la inyección de adrenalina ante la desesperanza. Hubo dos historias que comenzaron hace más de un año en Guinea Conakry y que, ayer, sellaban entre sonrisas y lágrimas.
La felicidad que ayer embriagaba a los últimos asiáticos del CETI es imposible de describir. La historia de estos siete jóvenes en Ceuta ha estado marcada por la dureza, la agonía y hasta el sufrimiento. Veían casi como una utopía que algún día pudiesen pisar territorio peninsular. Comprobaban como a lo largo de casi un año sus compañeros conseguían su sueños, a la vez que su espera alcanzaba las altas cotas de la desesperación. Sin embargo, la paciencia y la perseverancia les recompensó ayer. “Somos los últimos, con nosotros se cierra el grupo de los 53”, aseguraba el portavoz. Así era, con ellos se escribía el punto y final a la historia de los varones asiáticos residentes en el CETI.
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