La muerte es el olvido. Unos buenos ojos y una mirada limpia como la de Agustín no se olvidan fácilmente y mientras siga en el pensamiento de toda la familia Rodríguez Ruiz, así seguirá Agustín Rodríguez Casanueva, vivo en el recuerdo. El centro de la familia, ese era para ellos. Un hombre bueno, familiar y humilde que siempre estaba para los suyos y que nunca tenía un “no” por respuesta. Ahora, su mujer, sus tres hijos y seis nietos se sienten “perdidos”. Pero ese sentimiento lo comparten muchos vecinos del Recinto, su barriada.
Dejó huella en mucha gente, no solo en su familia y eran muchos los que le querían y ahora echan de menos. Muchas veces las familias de los fallecidos por COVID-19 tienen mucho que decir, pero prefieren callar. Ese es el caso de la mujer de Agustín, Cati Ruiz.
No le tocaba irse tan pronto. No merecía irse así. Sus hijos y mujer jamás imaginaron que su padre se iba a ir de esta manera y que no podrían despedirse. “Ese es el dolor más fuerte que sentimos”, comenta Cati. El pasado 8 de noviembre sobre las 2:30 de la madrugada recibía la peor de las llamadas: su adorado marido con el que ha compartido casi 50 años de su vida, fallecía a los 67 tras estar ingresado en el clínico de Loma Colmenar y “luchar con uñas y dientes por salir adelante”.
Un hombre noble, amable y generoso, que de joven fue militar. “Estuvo durante muchos años en la Compañía del Mar aquí en su Ceuta natal y tenía mucho amor a su virgen del Carmen. También estuvimos viviendo en Melilla unos diez años porque le destinaron a la Compañía del Mar de allí. Lo dejó hace ya 30 años porque no salían plazas para Ceuta y nos queríamos venir porque teníamos nuestra familia aquí y todo. Pidió la transitoria y después estuvo 20 años trabajando de portero y de mantenimiento en un edificio de la Gran Vía”, recuerda su mujer.
Vivía en el número 8 de la calle Estrella en el Recinto con su mujer y ya estaba jubilado desde hacía dos años. “Le gustaba mucho hacer cosas en familia, ir a la playa o al campo, pero siempre en familia. También era muy manitas, le encantaba arreglar cosas y tenía un cuartillo en la casa con sus herramientas, donde se ponía a hacer sus cosillas. La verdad que valía para todo”, cuenta Cati.
Su devoción era la virgen del Carmen. “Todos los años, desde hace siete u ocho que falleció la persona que se encargaba, junto a su amigo Mariano, le ponían los remos y el salvavidas a su virgen y decoraban todo el altar para el triduo que se celebra el 13, 14 y 15 de julio, pero este año con todo lo del COVID no pudo ser”, explica.
Cati prefiere no hablar mucho de todo lo relacionado con el COVID. Aún está muy reciente la muerte de su marido y está algo “enfadada”. Agustín falleció el pasado 8 de noviembre de madrugada y el 7, sábado, “nadie nos informó de su evolución”. “Estoy muy mal, lo estoy llevando muy mal. Y también estoy un poco enfadada. Entiendo todo esto y el protocolo pero yo no lo he vuelto a ver desde que ingresó. El día 8 falleció a las dos de la mañana y me llamaron a las dos y media y me dijeron que mi Agus había muerto. Nos dijeron que se había ido y ya está, nada más. Esos días tuvimos una doctora que se puso en contacto conmigo todos los días, pero ese sábado nadie nos llamó ni nos dijeron nada, salvo que había fallecido. Por eso estoy un poco enfadada. Debería haber más contacto con los familiares para que sepan la evolución”, comenta.
Estuvo en planta del HUCE una semana, “tenía patologías previas y sabíamos que en algún momento se iría porque él ya estaba muy malito de antes del COVID y le operaron y estaba luchando, pero no esperábamos que se fuera tan joven”, lamenta emocionada Cati.
Aunque no haya podido despedirse de él, su recuerdo no se esfuma. La suerte de una familia que no ha conocido un hombre más luchador y alegre que Agustín. “Era encantador con todo el mundo, buena persona, buen padre y abuelo, excelente. Todo lo que te cuente es bueno y todos los vecinos y sus amigos hablaban siempre bien de él. Y como padre y abuelo, ¿qué te voy a decir? El mejor. Aún no nos hacemos a la idea de que se haya ido”, continúa.
La familia de Agustín ahora está huérfana, pero también lo está su barriada y toda Ceuta, pero sobre todo Cati, que prefiere quedarse con sus recuerdos felices. “Salíamos a pasear, a tomar café en San Pablo o a dar una vuelta con el coche por los miradores. Era mucho amor el que ha dejado en este mundo y mucho el que se llevado de todo el que le ha conocido, pero sobre todo el que nos ha dado. Él no quería irse, era un luchador”, concluye su mujer.
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