Una de las historias tristes de esta Navidad en Ceuta se escribe al lado del Parques de Ceuta, en Residencial Weil, en el bajo del número 4 de la calle Padre Feijoo. En 'El Lusitano', para que todo el mundo se ubique sin rodeos. Cuarenta años después de que su padre tomase las riendas de un negocio con casi un siglo de antigüedad sumando todas sus etapas y nombres, Javi Téllez ha decidido que el próximo 31 de diciembre bajará su persiana para siempre con la de 2022.
“Ha llegado el momento de irnos porque estamos un poco cansados por muchas circunstancias: este es un bar de barrio, de amigos, de familia, y yo he intentado mantener los precios, pero lo que se gana ya no da para estar aquí tantas horas y mantener a cinco empleados”, explica.
Las cuentas no cuadran en uno de los locales de hostelería, junto al 'Apolo' del centro, con más raigambre de la ciudad. “Llevo en la hostelería más de cinco décadas y más de 40 años con este local, que antes estaba al otro lado de la carretera”, se remonta Téllez, citando a los vecinos más viejos, para llegar a la etapa anterior, cuando el negocio nació como 'Bar Real Madrid' en los años treinta hasta que, a finales de la Guerra Civil, un portugués lo rebautizó homenajeando a su patria.
Téllez no ha querido trasladar al cliente, a sus amigos, a su otra familia, la subida de precios, pero tampoco ha encontrado relevo generacional. Todo pesa: “Mi padre era pescador y la cosa también estaba mal a principios de los ochenta, pero vimos una oportunidad de ofrecer buena comida casera, buenos desayunos... Calidad a buen precio, que es lo que hemos intentado ofrecer siempre”, resume sin dejar de citar sus achaques en las piernas.
“No es que no quiera, es que no puedo estar tanto tiempo de pie... Yo les ofrecí a los empleados quedarse con el local, a mi sobrino, a mis hijas, pero la hostelería es muy sacrificada y la gente joven no quiere”, hilvana el propietario, que se ha visto atropellado por la inflación galopante de los últimos tiempos, la puntilla a su agotamiento “físico y mental”.
“Es increíble, pero empezando por la electricidad yo hoy estoy pagando más del doble que antes: 1.400 o 1.500 euros, una locura, y el Estado no ha hecho nada por nosotros... Yo no puedo pagar eso ni siendo el local de mi propiedad porque yo no sé ni cómo aguantan los bares”, alude a los suministros básicos, aunque el encarecimiento también se ha notado en los demás productos: “El pescado, más allá del problema de la frontera, se ha multiplicado por dos y yo ya no puedo mantener una ración de boquerones a cinco euros, pero es que el pan, la mantequilla... Todo ha subido un 30% o un 40%, el aceite un 100%, y si subes el pitufito de uno a 1,10 euros no compensa”, completa.
Juan González es uno de los que han estado al pie del cañón desde el primer día en la barra, la cocina y las mesas de 'El Lusitano'. Desde que tenía 16 años. Ahora se le humedecen los ojos contando las poco más de cien horas que quedan de actividad.
Menudo y fibroso, hace y ha hecho de todo “desde el principio”. “Contaron conmigo y hasta ahora salvo un par de años que me fui a Algeciras... Soy comodín: cocinero, camarero, en barra... Hago de todo porque hemos tenido siempre confianza mutua, con alguna discusión como en cualquier familia y aquí no ha pasado nada tras un par de abrazos”, repasa.
“Después de 40 años este momento duele”, se refiere al último capítulo de una historia “de buenos y algunos malos momentos también con clientes que nos van a echar de menos y a los que también vamos a extrañar”. “La crisis, la pandemia... Se nos ha echado el mundo encima, pero tendremos que aguantar, aunque estos últimos días uno está desganado... No tengo palabras porque 'El Lusitano' es parte de la historia de Ceuta... Nos dará pena, sí, y echaremos alguna lágrima, pero es lo que tenemos”, asume.
La clientela comparte la pena por quedarse sin el punto fijo de reunión histórico, por la desaparición de una brújula diaria. Si pudiera, José Luis Román, uno de los fijos, le metería a Téllez “una inyección de dinero” para mantener abierto su “bar de toda la vida”.
“Estamos perdiendo lo de antes y nos vamos a quedar si nada parecido por los alrededores... Se cierra y el cafelito, la copita, el encuentro con las amistades desaparece... Los que pasamos por aquí ya no nos vamos a ver igual... ¿Ahora dónde vamos nosotros, si todo nos cae muy lejos”, se pregunta. “Este es el bar de toda la vida y yo creo que alguno va a coger hasta depresión”, teme a punto de perder un referente “de la buena comida y el buen servicio”.
A su lado, Diego, un clásico del sector del taxi, espera encontrar otro punto de parada fija con alicientes, tapas y bebidas al margen, como sus históricos campeonatos de mus. “Yo llevo entrando en este establecimiento [abierto en 2002] y antiguo emplazamiento enfrente unos 40 años... Lo echaremos de menos, no será lo mismo”.
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