Esta Ceuta nos deja escenas dramáticas y constantes asociadas a la frontera sur. Algunos episodios marcan más que otros por el grado que alcanza esa tragedia. Sucedió con la muerte de un varón cuyo cuerpo era recuperado por los GEAS este pasado miércoles a la altura del Recinto. Su identificación ha sido imposible, llevaba meses atrapado sin vida en el mar hasta que este decidió sacar el cuerpo a flote. En la tumba 4896 está enterrado desde ayer. Allí le rezaron y dieron una despedida digna. Se la dieron esas personas que nunca fallan y que superan su obligada labor profesional, clamando por alguien a quien ni conocen pero que debe ser enterrado como si fuera lo contrario. Esa labor es encomiable y en algún momento de sus vidas le será reconocida, estoy segura. Ese hombre con traje de neopreno con dibujos de flores en el pecho terminó muerto y oculto en nuestras aguas hasta que meses después el mar lo ha sacado a flote para devolvernos el recuerdo de la más cruda realidad, la que da como resultado la muerte de aquellos que solo aspiran a tener una vida más próspera. En casos así siempre pienso en sus familias pero especialmente en las madres. En esas mujeres que parieron unos hijos que marcharon para no verlos más. En esas mujeres que siguen sin saber dónde están porque nadie les puede confirmar que los restos que se encuentran aquí o en el Estrecho son los de sus hijos. Lo único constatado y real es que no llaman, nunca más responden, desaparecen por siempre. La madre de ese varón sin identificar enterrado en la tumba 4896 no sabrá que unos hombres rezaron a su hijo, prepararon su cuerpo y le dieron sepultura. Seguirá esperando la llamada que no llega, quizá pensando en que la prosperidad lograda le hizo olvidar sus raíces. Son demasiadas penurias y dramas como para dejarlos pasar. Se siguen produciendo aquí, en esta tierra y ante nuestros ojos.