Hace pocos días, entre tambores, torrijas y demás elementos más o menos espirituales definitorios de la Semana Santa, tuve mi momento contracorriente y, saturado de cine de romanos o bíblico, me topé encantado con Fallen, un thriller de asesinatos en serie cometidos por un ente sobrenatural demoníaco: no se me ocurre una idea menos apropiada y más liberadora de cánones establecidos.
El detective de la policía John Hoobes, interpretado solventemente por Denzel Washington, presencia la ejecución de un asesino en serie, pero todo se vuelve muy rarito cuando quienes se encuentran a su alrededor le turban cantando la canción que entonaba el reo en ese evento tan americano. El caso es que las extrañas circunstancias y las pesquisas le llevan a la conclusión de que se trata de un crimen más allá de su concepción inicial, llevado a cabo por un demonio que puede meterse dentro de las personas simplemente con un roce, poseyendo sus voluntades y cometiendo atrocidades usando a sus inocentes anfitriones como armas del delito. Nada sencillo de localizar y perseguir, puesto que con tocar a la gente se va trasladando de cuerpo en cuerpo, si no fuera porque Azazel, que es como se llama el demonio en cuestión, ha pillado cierta fijación con el protagonista…
La cinta, dirigida en 1998 por Gregory Hoblit, director especialista en televisión, algo que se nota en este trabajo por su estética y ritmo de los acontecimientos que, sin ser perfecta, posee el encanto de momentos de tensión asfixiante favorecidos por esa originalidad que posee el origen de la historia, algo que impactó en su momento hace casi quince años y que sigue en vigorosa actualidad. El ingenio del guión y la puesta en escena muy a lo terror sicológico que ya empleara Alien en su momento hacen innecesario e incluso poco recomendable cualquier tipo de despliegue tecnológico, siendo el enemigo invisible y del que sólo se nos muestra su propia óptica cuando es “huésped” de algún pobre desgraciado; algo mucho más sutil e interesante, con lo que es mejor que nadie espere ver bichorrios generados por ordenador peleando a dentelladas y devorando autobuses o eructando azufre.
Washington realiza este papel de bueno atormentado en plena época de bonanza personal, en la que se le había nombrado heredero natural de Sidney Poitier, y haciendo uso de su buen hacer interpretativo y su indiscutible magnetismo personal, convirtiéndose en un primer impulso poderoso para que el espectador se acercara al cine; luego, el boca a boca de esta ingeniosa trama hizo el resto y Azazel convirtió esta cinta en un clásico de su género que ahora es capaz de atrapar a un nostálgico haciendo zapping sin pestañear hasta los títulos de crédito del final y sin volver a rozar el mando a distancia del televisor.
Recomendable ejercicio anticlichés además de entretenimiento asegurado para aquel que tenga la posibilidad de verla por primera vez (una vez que conoces el desenlace, estamos ante el tipo de película que pierde mucho), una de esas producciones que nacieron de pie. Uno acaba tomando simpatía al malo, y eso que enfrente está uno de los héroes oficiales de Hollywood. ¡Y ojo con el final!, que es uno de sus mayores argumentos…
corleonne76@yahoo.es
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