Tú, fuera

Dada su trayectoria, del ministro de Educación poco nos puede sorprender ya. Su cruzada contra todo lo que huele a diversidad y/o clase media  se despliega con tal regularidad que sus declaraciones fuera de tono no sorprenden tanto como en realidad, por su contenido, debería. No es sólo que opine o tome decisiones que puedan compartirse o no, es que, en una parte sustancial de las ocasiones, sus argumentaciones no se sostienen. Como ejemplo tenemos sus últimas palabras acerca de lo mal encaminado que se encuentra cualquier estudiante universitario que no supere el 6’5 de media en su expediente, y la idoneidad de que aquel busque otra ocupación más acorde a sus capacidades. Lo sorprendente ya no es sólo el hecho de que para Wert sólo los estudiantes que al menos son notables puedan tener un futuro profesional de provecho, sino el profundo desconocimiento que demuestra acerca de las notorias divergencias evaluativas del sistema universitario. En primer lugar, ha de recordarse los numerosos estudiantes que han conseguido obtener título con dificultades, pero que, posteriormente, han desempeñado una actividad laboral destacada, debido a su mayor capacidad para trabajar y llevar a la práctica sus conocimientos que para expresarlos de manera mecánica.
En segundo lugar, el ministro de Educación debería conocer de primera mano que la corrección varía considerablemente de una universidad presencial a otra, sin olvidar, asimismo, la superior rigidez del sistema evaluativo de una universidad no presencial como la UNED en comparación con las primeras. En tercer lugar, la dificultad de las distintas carreras universitarias no es, ni mucho menos, pareja, obviando citar ejemplos para no herir sensibilidades fútilmente. En cuarto lugar, cabe reseñar las circunstancias adversas que atraviesan miles de estudiantes al trabajar duramente para costearse unos estudios cuyos resultados se ven afectados en la mayoría de las veces por dicha carga laboral. Por ello y otras tantas razones, el afirmar rotundamente que menos de un 6’5 de media universitaria es insuficiente para desarrollar un futuro productivo en la rama específica no sólo es una barbaridad sino también mentira.
Por otro lado, la subida de la nota media de 5’5 a 6’5 para poder acceder a las becas universitarias propuesta y defendida a capa y espada por el ministro puede desvirtuar precisamente ese sistema de evaluación tan diverso, desestabilizándolo otro tanto. Mucho me temo que no faltarán los casos en que algunos de los profesores de las universidades presenciales se dobleguen, con mayor facilidad, a conceder calificaciones que ronden dicha puntuación con el objetivo de conceder la cobertura necesaria a aquellos que penden de unas décimas para beneficiarse o quedarse fuera del plan público de apoyo económico.
Toda esta escaramuza, mal planteada y peor hilada, tendrá consecuencias graves para la sociedad, comenzando por una mayor división entre las distintas clases sociales que reverdecen, y el alejamiento de los estudios universitarios para una parte esencial de la población. La  Formación Profesional, admirada por el Gobierno por servir como excelente piedra de toque para sus planes, no es una solución para quien desea cursar estudios universitarios porque representa una vía absolutamente diferente a la que transita cualquier universidad del mundo, tanto por su contenido como por su metodología y objetivo final.
Además, no deberíamos ser tan inocentes: el Ministerio de Educación  no parece defender la Formación Profesional por lo que esta rama formativa implica directamente, sino por el resquebrajamiento social indirecto que su defensa a ultranza terminará produciendo si finalmente ve la luz, en todo su esplendor, la nueva estructura educativa que se esculpe en estos momentos. El hecho de que un estudiante que dispone de una gran capacidad económica pueda acceder a casi cualquier universidad y facultad, y otro sin dicha capacidad no pueda hacerlo prácticamente en ninguna, viéndose relegado a otros estudios profesionales divergentes sin poseer la fuerte vocación necesaria que implican estos últimos, responde a un modelo de país en franco retroceso.  
He de admitir que apoyo con fervor que los estudiantes se formen en lo que ellos crean conveniente, no en lo que la nación necesite o deje de necesitar, que es otro de los grandes objetivos que se deja intuir por estos movimientos en la educación española. Quizá el Estado prefiera tener a malos profesionales que no tenerlos, aunque lo primero pueda derivar incluso en una situación peor que el segundo caso. No obstante, la misma alta política de este país nos indica que, efectivamente, uno debe estudiar lo que desea independientemente de lo demás. Recordemos que por mucho premio extraordinario de fin de carrera de Wert o su máster en Sociología Política, no deja de ser un licenciado en Derecho que ejerce un puesto que poco o nada tiene que ver con su preparación. Él sí pudo estudiar lo que le vino en gana aunque posteriormente fuera a invadir una cartera para la que en absoluto estaba preparado en términos de cualificación universitaria.   Para ejercer el “ordeno y mando” y ser magno creador de argumentaciones divinas se debe tener muy bien cubierta la espalda a través del camino ejemplar de uno mismo, pero los políticos no son, precisamente, ese tipo de personas. Lo mejor de todo esto es que Wert, para variar, tampoco lo es.