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Tropezando con la misma piedra

Qué fácil resulta en esta ciudad escribir del mundo cofrade. Es todo tan intuitivo, tan predecible. Algunos se atreven a decirme, visiblemente irritados, con un tono que recuerda a Caifás rasgándose las vestiduras en el Sanedrín: "¿Por qué no escribes esta vez lo bien que han estado los cultos de mi hermandad?".

La respuesta es fácil para los conocedores de la biblia: «Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas para que los vea la gente». Pues ya lo dijo el Señor en el evangelio de Mateo «Cuando hagas algo bueno, no vayas tocando la trompeta por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles con el fin de ser honrados por los hombres, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, para que tus dádivas de misericordia sean en secreto; entonces tu Padre que mira en secreto te lo pagará».
Es decir, cuando hagas el bien, que es tu deber como cristiano, no te jactes de haberlo hecho, que lo que haga tu mano derecha, ni siquiera se entere la izquierda, su compañera inseparable de faenas. Por el contrario, los errores de tu mano derecha si deben ser conocidos por su antónima, entre otros motivos, para que no se vuelvan a producir por ninguna de las dos manos. «Y si tu hermano peca, ve y repréndelo a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano. Pero si no te escucha, lleva contigo a uno o a dos más, para que toda palabra sea confirmada por boca de dos o tres testigos» (Mt 18: 15-16). ¿Cuántos testigos han presenciado con tristeza contenida lo acontecido en las últimas ediciones de nuestra Semana Santa? ¿Serán suficientes testigos los que, además, lean este artículo?
La expresión latina «Errare humanum est» considera que es intrínseco a la naturaleza humana el equivocarse, por lo que hay que aceptar los errores, y aprender de ellos para evitar que se repitan. Todos cometemos errores, en nuestra vida diaria nos equivocamos con frecuencia. El problema reside en nuestra distinta reacción ante el manifiesto error cometido. Para algunos, si la cofradía no hace la estación de penitencia como Dios y la tradición mandan, la culpa es si duda de los costaleros. Habitualmente nos resulta más cómodo culpar a los demás de nuestros fallos, o incluso aun más sencillo resulta ignorarlos, con el sistemático desprecio a la costalería.
¿Porqué algunas cofradías no son capaces de asumir la responsabilidad de su error en el trato a los costaleros? ¿Por qué algunos de sus dirigentes adoptan una reiterada actitud indiferente ante el mismo? ¿Prepotencia, soberbia, resignación o impotencia?
Dicen que el hombre inteligente aprende de sus errores, el sabio aprende de los errores de los demás, el humilde se disculpa por ellos, y el soberbio nunca se equivoca. Y el cofrade, ¿a qué grupo pertenece? Parece que algunos aun no han aprendido que, en la vida, equivocarse es "otro tipo de lección". Algunos no les interesa admitir que también tenemos que aprender de nuestros propios errores, pues nos aporta un gran beneficio: No volver a cometer la misma equivocación reiteradamente, y nos ofrece además la experiencia de escoger en la próxima ocasión la opción más correcta. Esta actitud es difícil cuando algunos "Césares" cofrades nunca asumen su responsabilidad, atribuyendo sistemáticamente sus errores a los demás. Su prepotencia cofrade les impide aceptar jamás una equivocación. Con frecuencia son incapaces de tomar decisiones positivas y activas ante un error, y prefieren que las soluciones para "salir del paso", en este caso para "entrar en él", y realizar con dignidad la estación de penitencia, vengan llovidas del cielo como el milagroso maná del desierto de Zin. Parece que algunos esperaban "el milagro de los panes y los peces" en el ámbito de la costalería, confiaban en una llamada de última hora a la puerta de su iglesia. Quizás pensaron que saldrían de nuevo a su encuentro, los buenos samaritanos costaleros de la esperanza, esos que sintieron vergüenza ajena, que no pudieron permanecer inertes ante el desastre de esa incómoda trabajadera olvidada y maltratada. ¿Por qué es tan difícil en el mundo cofrade caballa aprender y sacar partido para el futuro ante cualquier desacierto cometido? Así vamos tirando cada año, cada Semana Santa, acordándonos de Santa Rita solo cuando truena, y cuando fracasamos, la culpa siempre al costalero.
Algunos, después de los "éxitos" conquistados "a pulso" durante estos últimos años, están sin duda, muy cerca de conseguir la ansiada medalla de oro del CCHH a la excelencia cofrade. Da la sensación que, en algunas hermandades, la izquierda, la mano quiero decir, no se entera o no se quiere enterar de nada, ni de lo bueno y mucho menos de lo malo, es decir, de los errores que se comenten en su cofradía. Pero tampoco la derecha, es decir también la mano, parece saber que se equivoca, y mucho menos por qué lo hace, nunca nadie le reprende. ¿Para qué? Consumantum est.
Lo más importante en la vida ante el público error manifiesto es analizar los fallos de manera objetiva, clara y sistemática. Estudiar las razones, motivos y actitudes que nos han llevado a equivocarnos y recapacitar con humildad y sinceridad sobre los mismos. Las instituciones cofrades que reiteradamente comenten los mismos errores, sin duda prefieren ignorar sus fallos como un infantil mecanismo de defensa, antes que admitir su responsabilidad inherente al cargo que ocupan. No crean ustedes que esta conducta es por falta de inteligencia o capacidad, nada de eso. El hombre, cofrade incluido, es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra, la única especie del planeta que recae varias veces en los mismos errores.
No cabe duda que la costalería en Ceuta está en crisis. Cada año, casi todas las hermandades suelen tener dificultades para completar algunas de las trabajaderas de sus pasos. Otras en cambio, no tienen ese problema, pues ni siquiera poseen ahora cuadrillas propias, y si tenían, las despreciaron. Y lo que es peor, no hay interés ni pretensión de recuperarlas. Algunos parecen vivir en la nostalgia del recuerdo de tiempos pretéritos en los que sobraban costaleros hasta el día del Corpus Christi. Épocas donde muchos acudían, más por obligación o motivación social que por devoción espiritual, todas las cuaresmas a las casas de hermandad pidiendo por favor meterse debajo de la trabajadera. O cuando en nuestra ciudad se recurría in extremis a los soldados en los cuarteles para completar la cuadrilla de costaleros de algunas cofradías. Sin embargo, parece que algunos "fantasmas" del pasado siguen llamando a esas puertas del exiguo pretérito perfecto, en busca de ese agnóstico "soldado desconocido" salvador de la trabajadera olvidada. Todavía estamos a tiempo de no llegar a estos extremos utópicos y anacrónicos, que no están a nuestro alcance ético ni logístico. Comencemos ahora a cuidar y potenciar todos juntos este gran patrimonio de las hermandades, que son los hermanos costaleros.
Después de lo acontecido en esta Semana Santa, he creído entender el porqué a veces nuestra mano y pie derecho tropiezan con la misma piedra infinidad de veces, hasta que se desgasta por nuestro insistente roce. Sin duda desconocen el tópico "el pie izquierdo siempre por delante". Algunos parece que hasta nos agrada, como si tuviese un cierto morbo desconocido el errar con perseverancia. Decía Cicerón: «Humano es errar; pero sólo los estúpidos perseveran en el error». Y algo de razón tendrá pues tropezar con la misma piedra es humano pero enamorarte platónicamente de ella puede ser una grave aberración psicológica. San Agustín, el doctor de la gracia, fue más tajante al decir: «Errar es humano, perseverar en el error es diabólico». Ahí es donde reflexiono en voz alta, ¿qué es bueno y qué es malo en esa estúpida o pecaminosa perseverancia del error? A veces no nos queda más remedio que "enamorarnos" de esa piedra solo para comprender lo mal que hemos estado haciendo las cosas, para así, de esa manera, bordearla en el camino, y jamás caer de nuevo en ese error. Sólo de esa forma, con el método heurístico del ensayo-error para la obtención del conocimiento a través de la experiencia, el aprendizaje será suficiente y podremos pasar al siguiente nivel con cierto margen de éxito. En este contexto, sería de agradecer que algunos mostrasen cristianos sentimientos hacia sus hermanos costaleros. Pero hay algo peor que enamorarse de la piedra, ocurre cuando la ignoramos y la despreciamos deliberadamente. Eso parece que ha ocurrido en algunas cofradías, más aún si algunos mayordomos se jactan de ello, permitiéndose el lujo de decir -a boca llena- "Ojalá se extinga la raza costalera". Menos mal que han utilizado la palabra "raza", que aunque no es muy acertada, siempre será mejor que "casta". Y en esta ciudad, luego todo se sabe, más aún si se trata de una nueva -pero siempre temible- maldición bíblica. Palabras malsonantes que, sin duda, han tenido un alto coste. De poco sirve montar grandes y exquisitos altares, hacer puntual y religiosamente todos nuestros cristianos deberes diarios y de fiestas de guardar, si luego, cuando llega el examen final, suspendemos en la calle, con el correspondiente menoscabo uncional y espiritual de nuestros titulares, ante la atónita mirada del hombre y el implacable juicio de Dios.
Los costaleros, en algunas hermandades, han llegado a ser los dueños y señores de su gobierno, y sin ser éste el modelo ideal, por lo menos los pasos salen a la calle con dignidad. Sin embargo, en otras, los hermanos del costal no tienen claro cuál es su posición y labor, pues no se le reconoce su papel y mucho menos su mérito, y terminan marchándose, sino se les echa antes. Y eso es ciertamente peligroso porque esa falta de empatía o de entendimiento con la junta de gobierno aumenta la endogamia del resentimiento, dificulta sus relaciones y el crecimiento de la cofradía. Con frecuencia esos costaleros vuelcan todas sus capacidades, empeño y cariño para estar a la altura de las circunstancias, de aquello que sus dirigentes esperan de ellos. El hermano costalero busca un hueco digno en la jerarquía cofrade, pero a veces, cuando lo encuentra, es angosto, trivial y huérfano de sentimiento y afecto. En algunas cofradías, nadie cuida ni mima a sus costaleros. Esos mayordomos de estirpe neofaraónica, no se acercan a ellos para preguntar por sus inquietudes, o tan solo para saber cómo están, o qué opinan de la marcha de la hermandad, y por supuesto, si dejan de venir por la cofradía, nadie les interesa, ni siquiera una llamada de los responsables para interesarse cuáles son los motivos que ha llevado a la ausencia a ese hermano costalero. Dicen que no hay peor desprecio que no hacer aprecio, y es cierto, pues el sonido del silencio es –sin duda-, para el costalero, el peor de los desdenes.
En nuestro mundo cofrade da la sensación que hay personas que les encanta estar en el candelero gracias a los continuos errores de su mano derecha, esa con la que se saca el dinero del bolsillo para gastarlo en un rico patrimonio que no va a lucir como se merece. Sin embargo, en nuestro ambiente cofrade, cada hermandad tiene un proceso de aprendizaje diferente. Algunas cofradías han sabido adaptarse con éxito al entorno desfavorable y de carestía costalera. Su único secreto ha sido cuidar y potenciar, "paso a paso", el delicado mundo de la trabajadera. Otras cofradías, en cambio, tienen que rezar el rosario cientos de veces en sus magníficos y pletóricos cultos internos para entender su verdadero significado y dimensión cristiana. Tal vez cuando lo entiendan sea un poco tarde, para pedir perdón al hermano costalero ofendido y despreciado.
Así es, cada hermandad tiene su propio proceso de mejora continua, y como buenos cristianos ante cualquier "reprimenda" verbal o escrita, su respuesta debe estar basada en el precepto innato de poner siempre la otra mejilla, como preconizaba Jesús en el Sermón de la montaña. Esta predisposición puede extenderse a todas estas situaciones recientemente vividas que nos resultan dolorosas y dramáticas. No podemos olvidar que la verdadera dimensión y naturaleza de una hermandad es la espiritual, porque están aquí simplemente para aprender y servir a los demás, y no deben tener nada que ocultar ni temer.
A pesar de todo lo que ha llovido y sigue lloviendo, no debemos caer en la tentación de juzgar con facilidad a los demás, de opinar sobre lo que hace nuestra mano derecha con los escasos costaleros en "latente peligro de extinción", pues con frecuencia desconocemos los procesos internos de aprendizaje de las cofradías. Por todo ello, es importante evitar emitir directos juicios de valor tales como "jamás lo entenderán", porque nadie escarmienta por cabeza ajena. A veces, estas lecciones "gratuitas", son escritas por la mano izquierda de los "ignorantes" apócrifos, y por tanto, nunca tienen valor doctrinal ni pragmático, pues son siempre para "otras personas", para otras cofradías, sin necesariamente ir dirigidas para aquella que vive con reiteración y alevosía tal circunstancia.
A pesar de la "excelencia" cofrade de nuestra mano derecha ganada a golpe de cincel, martillo y requiebro, con frecuencia, poco o nada entendemos de nuestra propia semana mayor, de lo que piensan, dicen o hacen otros, y sobre todo, de la osada ignorancia de nuestra mano izquierda. Sin embargo, sus decisiones transformadas en hechos tangibles e irreversibles también repercuten en lo que vivimos nosotros, porque todos pertenecemos al mismo reino de Dios, y como dijo San Pablo, todos formamos un mismo cuerpo. Así que cuando vemos algo en los demás que nos parece equivocado o fuera de lugar, lo criticamos impunemente sin conocer las verdaderas causas internas. Jesús nos recuerda que lo que juzgamos con ligereza en los demás descansa solo en la base inestable de nuestras limitadas percepciones y valores cristianos. Este puede ser el caso de lo ocurrido de nuevo en nuestra ciudad en la pasada Semana Santa, donde puede que, hasta tú mismo, te sientas reflejado en el punible espejo del prejuicio. Es conveniente meditar al respecto y entender que, tal vez, seas tú el que solo aprecie tu narcisista imagen especular al verte reflejado en el cristalinas aguas del estanque dorado de la vanidad. Puede que solo seas tú quien estés en la inevitable disyuntiva de cambiar de mentalidad o de lugar. Pero de lo que no cabe duda, es que, ante el potencial, progresivo e irreversible "deterioro cognitivo" cofrade, tanto tu mano derecha como la izquierda, tienen que cambiar irreversiblemente de "carga" y, sobre todo, de cargo.

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