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Tropelías de inmigrantes

Los últimos quince años -desde que comenzó la inmigración ilegal a España-, lo que se llama el sistema, los partidos políticos de izquierda, sindicatos UGT, CCOO, CGT, ONGs, y miembros de la iglesia, entre otros, han hecho una 'encomiable' labor de destrucción de las convicciones de los ciudadanos españoles, y todo aquel que se opusiera a esta invasión era condenado a ser vilipendiado y despellejado en la plaza pública. Incluso, airear que las vallas no pueden frenar esta inmigración ilegal se ha celebrado con no poco entusiasmo, pero, eso sí, este fervor, este frenesí, no puede ocultar que mañana, en ese futuro problemático que, sin duda, nos está aguardando, no valdrá la excusa de decir que no lo sabíamos.
Yendo al grano, una vez más se hace patente que cuando el inmigrante critica a la sociedad de acogida e incluso se enfrenta violentamente a las leyes que los ciudadanos de esa sociedad de acogida se han dado para poder regirse sin que la convivencia se convierta en una jungla en la que impere la ley del más fuerte, este enfrentamiento se ve como aceptable, normal y, hasta, con simpatía -recuérdese el 'mantra' de que la sociedad de acogida es racista y xenófoba por definición-. En este punto, el ciudadano está tan sumamente ciego que no tiene conciencia meridiana de la gravedad de su absentismo respecto de su responsabilidad de condenar las tropelías que los inmigrantes, legales o ilegales, cometen, la mayoría de las veces, impunemente.
Así, el 27 del pasado mayo, unos policías municipales detuvieron a un inmigrante que actuaba como 'mantero' en el barrio madrileño de Lavapiés. Acto seguido, una turba de amigos y compinches del detenido empezó a increpar y a tratar de rodear a los policías. La tensión era tan extrema que uno de los policías locales se vio en la tesitura de hacer un disparo al aire. Creo recordar que, incluso, algunos ciudadanos que pululaban por el barrio se pusieron de parte de los inmigrantes.
Escasos diez días después, primeros de junio, la calle Bermudo Soriano, aquí en Ceuta, fue el escenario en el que más de medio centenar de inmigrantes ilegales se enzarzaron en un pelea en la que llovieron toda clase de artefactos y se enarbolaron palos y algún elemento punzante. La reyerta fue de tal magnitud que hubo un par de policías heridos en la cabeza y en una mano. Sorprendentemente, a pesar de haber habido por medio un delito de atentado con lesiones a agentes de la autoridad, los 15 imputados fueron puestos en libertad, se fueron de rositas vergonzosamente. Les salió gratis alterar el orden público y la agresión a los agentes de la autoridad. Si hubiera sido un nacional -declaró en su momento un funcionario de policía- probablemente el juez lo hubiera dejado en prisión hasta el juicio. Se ve meridianamente claro que estamos en clara indefensión respecto de los inmigrantes ilegales.
Recientemente, el pasado mes de julio, en la frontera de Melilla, un gendarme marroquí fue muerto al tratar de contener una avalancha de inmigrantes ilegales que querían entrar en la ciudad hermana. Y, más reciente, en Calafells, Cataluña, hubo cinco policías locales heridos al tratar de detener a 'manteros' que ejercían su labor en la playa. Y en Alicante, tres cuartos de lo mismo, un policía grave, en la UCI, y otro leve al tratar de detener a inmigrantes que trataban de ejercer la venta ambulante de forma ilegal.
Lo más doloroso de todo esto es que no he oído ni leído de los partidos políticos en general, de ONGs, de sindicalistas de UGT, CCOO, CGT y otros, de prebostes de la iglesia católica (obispos incluidos) y demás fauna emitir comunicado público alguno de pesar o de dolor por el gendarme marroquí o por los policías heridos en las agresiones de los inmigrantes ilegales. Caso contrario, todos ellos salen como fieras cuando un inmigrante es agredido en cualesquiera de las peleas callejeras que suelen ocurrir en la vía pública.
Llegados a este punto, no cabe otra reflexión que esta inmigración es el abismo en donde España y Europa acabarán despeñándose. A este respecto, repugna, en verdad, el ardor irreflexivo con que sindicalistas, izquierdistas, elementos de diferentes ONGs, prebostes de la iglesia (con obispos incluidos, repito) y demás personajes afines defienden lo indefendible.
Todos ellos están ayudando, sin vergüenza ni pudor alguno, a precipitarnos en el abismo. Confiar en ellos es cosa de locos o de perturbados. Finalmente, he aquí una pregunta inquietante: "¿Cuánto estado de bienestar estamos dispuestos a transmitir a los inmigrantes ilegales? Lo decía Machado: "Sólo España, el país más estúpido del planeta, puede cerrar los ojos y dejarse llevar al derrumbadero por gente menguada".

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