Opinión

Tristemente

Más de un lustro que no conversamos; más de un lustro que no toco tus manos redonditas como mandarinas; más de un lustro que no escucho tu sonrisa tan grande como un continente; más de un lustro que no me abrigas con tus consejos; más de un lustro sin tomar el café más rico del mundo; más de un lustro sin tu puchero; más de un lustro sin escuchar las palabras más bonitas que son aquellas que le dice una madre.

Tristemente, pensé que el duelo pasaría.

Tristemente, tengo el latido del corazón a punto de apagarse

El viento no toca mi cara, no sé qué me ocurre. La mirada perdida desde que te fuiste; la nostalgia invade mis actos hacía un sinfín de contradicciones y los recuerdos no sacian mis desventuras.

Siempre prometías que serías eterna y fíjate que llevo más de un lustro sin ti. Apenas puedo evocar tu cara y tu voz; y eso hace que mi mirada caiga directo al vacío del olvido.

La gente me pregunta si tengo miedo por algo. Y, sinceramente, les digo que desde que te fuiste hice un pacto con el diablo cuya negociación era si tú no estás el miedo tampoco.

Sin embargo, hace más de un lustro que te fuiste y el ser con cuernos y cola de demonio sigue campando a sus anchas. Asimismo, no es porque tenga miedo sino porque no soy tan valiente en reconocer tu marcha. Quizás se me pasó leer la letra chica del contrato donde en la cláusula esgrimía la abolición del miedo pero sin tocar la valentía.

"Nada más zarpar con el barquero la vida me preguntó o te mueres de pena o vives con pena. De momento, elegí la segunda opción aunque no tengo miedo si un día llega Caronte para llevarme con su barquilla hacia esa orilla junto con el atardecer donde seguro que me estas esperando con el termo de café a su justa temperatura"

Tristemente, pensé que el duelo pasaría.

Tristemente, tengo el latido del corazón a punto de apagarse

Camino y camino por los distintos lugares que me brinda la educación, y además de ver la desigualdad en sus calles, veo, en ocasiones, al demonio en la otra acera y no me da miedo. Incluso, me atrevo a saludarlo, pero la valentía no me agarra para tener una charla con él. Es posible que sea por no querer conocer, todavía, la verdad de tu ausencia.

No me quiero poner melancólico pero me cuesta avanzar sin ti. No hay atardecer que no lo observe con un café calentito que me sirve para rebobinar mis recuerdos que comparto contigo en esos mismos instantes del crepúsculo, con dos sillas de playa ante el paraíso de una orilla.

Y, cuando la esfera cárdena besa al inmenso océano solo escucho mi respiración y te pregunto cómo lo hago ya que tu adiós eterno sigue doliendo demasiado y, tristemente, no tiene cura.

Tristemente, pensé que el duelo pasaría.

Tristemente, tengo el latido del corazón a punto de apagarse.

Las estaciones van y vienen, el tiempo no se casa con nadie, tu ausencia jamás se detiene, y cada jornada va quebrando, más si cabe, cada uno de mis sentidos. Es cierto que ya no lloró por ti, las lágrimas ya se secaron pero no he encontrado el consuelo cada vez que me doy cuenta que no puedo llamarte, por teléfono, cada vez que te necesito.

Muchas veces cuando estoy en mi mundo, en la cima de mi montaña observando mis inquietudes la gente cree que estoy en babia y no es así. En este sentido, estoy hablando contigo e incluso nos reímos recordando nuestras batallitas; nuestros besos; nuestros llantos; nuestras confesiones; nuestros perdones; y sobre todo, lo tanto que nos queremos.

"En este momento, el abismo es demasiado profundo y la herida nunca se cura. Sólo queda los retales de sus recuerdos que a veces te ayuda y otras naufragas en los mares del dolor"

Es este paréntesis del tiempo que llamamos vida una vez que te arrebatan el abrazo más necesario te conviertes en un valiente del día a día porque el miedo se va con ella. De esta manera, la teoría parece clara pero el miedo no se va del todo ya que empieza a vislumbrarse una silueta con cara de pena y altura de niño o niña que te da la mano y ya seguirá contigo hasta los senderos del último aliento.

Por ello, que una vez que eres consciente de la irreversible partida nace el terror de la orfandad. Al convertirte en huérfano el miedo pinta otra cara qué es la realidad de ser conocedor que ya nunca ella estará para cuidar y aconsejarte en tus interrogantes. En este momento, el abismo es demasiado profundo y la herida nunca se cura. Sólo queda los retales de sus recuerdos que a veces te ayuda y otras naufragas en los mares del dolor.

Tristemente, pensé que el duelo pasaría.

Tristemente, tengo el latido del corazón a punto de apagarse

Nada más zarpar con el barquero la vida me preguntó o te mueres de pena o vives con pena. De momento, elegí la segunda opción aunque no tengo miedo si un día llega Caronte para llevarme con su barquilla hacia esa orilla junto con el atardecer donde seguro que me estas esperando con el termo de café a su justa temperatura.

Tristemente, pensé que el duelo pasaría.

Tristemente, tengo el latido del corazón a punto de apagarse.

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